La inundación del campus: el rol fundamental de la Clínica Universidad de La Sabana para superar la crisis

“Todo es para bien”, decía el comunicado del Rector, cuando informó a la opinión pública los detalles de la emergencia más grande que había vivido la Universidad de La Sabana hasta ese momento. El 25 de abril de 2011 la ola invernal provocó el desbordamiento del Río Bogotá en las inmediaciones del campus, dejándolo en un 95% cubierto por las aguas. El optimismo del Rector se reflejaba también en la Clínica, que, a pesar de estar justo al lado de la inundación, permaneció intacta. Desde el primer día, la Clínica aportó una dosis de esperanza para superar la crisis y puso manos a la obra para lograrlo, a través de sus profesionales. 

 

“La Clínica prestó un servicio fundamental”, señala Obdulio Velásquez Posada, director del INALDE Business School, quien, para entonces, era rector de la Universidad de La Sabana. Recuerda ese día claramente. Era lunes de Pascua y había incertidumbre frente a cómo podrían transcurrir las actividades en el campus, dado que el tráfico había colapsado por cuenta de las inundaciones en la zona. A las 8:30 a. m., había decidido, en conjunto con el Comité de Emergencias de la Universidad, que se cerraría el campus hasta el jueves de esa semana, mientras las autoridades controlaban la situación. Minutos después de emitir ese primer comunicado, se enteró de que la inundación había empezado y que era irreversible. Inevitablemente los planes cambiaron. 

 

“Nunca nos imaginamos la magnitud. Ya habíamos tenido eventos donde llegábamos y deteníamos el agua y todo seguía normal, pero esa rotura (en el jarillón) fue imposible detenerla”, relata Helbert Tarazona, ex director de Operaciones, quien lideró el proceso de recuperación del campus como parte del puesto de mando unificado que se estableció para ello. “En ese momento, llamé al Rector y le dije ‘tenemos que evacuar ya’ y empezó la operación de evacuación y cero accidentes”, concluye. El haber evacuado el campus a tiempo permitió proteger a la comunidad universitaria del agua, que alcanzó los 2 metros de altura en algunos puntos, en sólo unas horas. 

 

Fue allí cuando inició la misión de recuperar el campus. Luis Fernando López, director General de la Biblioteca Octavio Arizmendi Posada, quien también hizo parte del puesto de mando unificado, cuenta que “teníamos esa ilusión de cumplir ese encargo que nos habían hecho las directivas de evacuar el agua del río y luego recuperar la Universidad, hacer los procesos de limpieza y restablecer el orden”.

 

En cada una de esas etapas, el papel de la Clínica Universidad de La Sabana fue clave. Desde un principio, fue motivo de preocupación el estado del agua que había ingresado al campus y cómo podría afectar la salud de quienes se dedicaran a atender la emergencia.

“Pensábamos en que seguramente el agua estaba contaminada, entonces no sabíamos hasta qué punto esto iba a ser peligroso”, recuerda Camilo Osorio, quien, para el momento de la inundación era decano de la Facultad de Medicina.  

Con el interés de tomar las medidas adecuadas para garantizar la seguridad, y siendo la primera vez que enfrentábamos una emergencia de esta naturaleza, la Clínica se puso en contacto con la Universidad de Louisiana en New Orleans, una institución con experiencia relevante en la gestión de desastres ambientales tras el huracán Katrina en 2005. “Ellos tienen una unidad de medio ambiente. Eso permitió que, rápidamente, nos compartieran sus guías de manejo y modelos de protocolo”, cuenta el doctor Juan Guillermo Ortiz, ex director General de la Clínica Universidad de La Sabana.

 

Inundación del Campus

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Entre las primeras iniciativas que se plantearon estuvo que la Clínica asumiera la vigilancia epidemiológica, haciendo cultivos en algunas zonas para estar seguros de que no hubiera habido una infección o una infestación de alguna bacteria o de algún hongo.  

 

Asimismo, se generaron unos protocolos con el comité de infecciones. "Desde salud ocupacional, nuestra responsabilidad era garantizar que quien ingresara estuviera vacunado e inmunizado, que tuvieran los elementos de protección necesarios y que no tuvieran riesgo al ingresar a la Universidad", cuenta Olga Lucía Angarita, quien para entonces era jefe de Salud Ocupacional de la Clínica Universitaria. 

 

Así lo recuerda también Luis Fernando López, quien rememora que “teníamos que usar tapabocas y un traje impermeable que nos proveyó la Universidad. Además, seguimos esas instrucciones que nos daban sobre los cuidados cuando nos íbamos a alimentar”. Pero las medidas que se establecieron trascendían la permanencia en el campus. También incluían protocolos para la salida, incluyendo una valoración del estado de salud de colaboradores y contratistas, para evitar cualquier infección. 

 
El seguimiento al equipo humano que hizo parte de este proceso no sólo estuvo limitado a cuidar el estado de salud física sino también mental. El área de Psiquiatría de la Clínica ofreció un acompañamiento a los colaboradores, especialmente después de que, el 19 de mayo de 2011, 38 días después de la primera inundación y apenas 6 días más tarde de que por fin pudieran evacuar la totalidad del agua en el terreno; volviera a sufrir otra emergencia de la misma índole. “El impacto emocional que generó eso para las personas que le habíamos hecho frente a la situación fue muy fuerte”, recuerda Olga Lucía Angarita, quien destaca el papel tan importante que desempeñó la Clínica en mantener arriba el ánimo para rescatar el campus. 
 

Asimismo, en medio de esa tarea de adecuación de las instalaciones, a través de la experiencia que conoció la Clínica por parte de la Universidad de Louisiana, se identificó cuáles eran las acciones necesarias para garantizar una infraestructura segura para el regreso de la comunidad universitaria. Así fue como, por ejemplo, se descubrió que cuando “los vapores de agua se suben por los ductos de aire y quedan allí húmedos, se generan unas larvas y unas esporas que pueden generar enfermedades respiratorias”, explica el doctor Obdulio Velásquez. Esa información fue el argumento para desechar todo mobiliario que hubiera sido tocado por las aguas, aunque estuviera en perfecto estado.  

 

Esas contribuciones fueron fundamentales porque permitieron, tres meses después de la primera inundación, y conforme con lo previsto en el calendario académico de ese año, volver a abrir puntualmente en el segundo semestre las puertas del campus a estudiantes, profesores, administrativos, graduados y aspirantes. Para este fin se recuerda el aporte de la jornada “Contigo Nuestro Campus Reverdece” que convocó a más de mil miembros de la comunidad universitaria. En la jornada se sembraron más de 3000 agapantos y 300 liquidámbares. “Fue un renacer de la Universidad. Yo siempre digo que, gracias a Dios, nos inundamos, porque realmente cambió la perspectiva de cada uno de nosotros. Entendimos que el campus es un elemento, pero no es lo fundamental”, reflexiona Camilo Osorio.  

 

Para la Clínica, este evento también fue una oportunidad. Además de que los laboratorios de la Facultad de Medicina se trasladaran al interior la clínica universitaria, también ganó experiencia para ampliar su relevancia en la región. “La Clínica se fortaleció. Por su ubicación geográfica, siempre se ha destacado por el manejo de accidentes de tránsito y temas de rehabilitación, pero no era experta en manejar emergencias de inundación en la sabana de Bogotá y, finalmente, logró posicionarse con su comité de infecciones y garantizar que nunca hubiera complicaciones de salud entre las personas que participaron en todo el proceso”, señala Olga Lucía. 

 
Para Helbert Tarazona, aquel evento fue la muestra de que “a pesar de la adversidad, con la solidaridad se puede todo en el mundo”. Asimismo, opina que fue una oportunidad para confirmar que la Universidad es sobre todo una comunidad de personas. 13 años después, la conclusión sigue siendo clara: todo fue para bien.  

 

Campus del Puente del Común, 31 de enero de 2025