Microplásticos en el cerebro: una amenaza invisible que ya habita en nosotros

Los microplásticos han sido por mucho tiempo una preocupación ambiental. Sin embargo, investigaciones han demostrado que estas partículas también pueden llegar a distintas partes del cuerpo humano, incluido el cerebro. Este hallazgo abre un diálogo importante entre la ciencia, la salud pública y la sostenibilidad, y plantea oportunidades reales para repensar nuestros hábitos de consumo y producción de plásticos.
Una reciente publicación científica ha encendido las alarmas de la comunidad médica y ambiental: los microplásticos, esas diminutas partículas invisibles que inundan los océanos, los alimentos y el aire, han sido encontrados en el cerebro de mamíferos tras apenas unas horas de exposición. El artículo, divulgado por The Conversation y basado en investigaciones del Centro Médico de la Universidad de Viena, pone sobre la mesa un hallazgo tan perturbador como urgente: los microplásticos no solo contaminan el exterior, también colonizan lo más íntimo de nuestro ser.
El estudio demostró que partículas de poliestireno, uno de los plásticos más comunes, pueden atravesar la barrera hematoencefálica, una de las protecciones biológicas más estrictas del cuerpo humano, mediante un mecanismo conocido como transporte mediado por apolipoproteínas. Esta capacidad abre un preocupante abanico de consecuencias posibles, desde inflamación cerebral hasta alteraciones en el comportamiento y la cognición.
En una era donde el consumo global de plástico supera los 430 millones de toneladas anuales, según datos de la ONU, esta investigación exige no solo atención científica, sino una respuesta sistémica, política y educativa. ¿Estamos ante una crisis sanitaria tan invisible como imparable?
El hallazgo de microplásticos en el cerebro ha movilizado a investigadores de todo el mundo. La posibilidad de que estas partículas logren esquivar los filtros biológicos más sofisticados del cuerpo humano representa un cambio de paradigma en la forma en que comprendemos la contaminación ambiental: ya no es un fenómeno ajeno a nosotros, sino uno que literalmente nos habita.
Debido a esta problemática, que está afectando a millones de personas alrededor del mundo, el doctor Kemel A. Ghotme —neurocirujano pediatra, doctor y profesor en neurociencia traslacional de la Facultad de Medicina de la Universidad de La Sabana— aporta una mirada crítica y científica desde la evidencia neurobiológica, como investigador y experto en neurociencia.
Pero primero debemos entender el fenómeno. ¿Cuáles son esas partículas omnipresentes que entran a nuestro organismo y que nos pueden causar tanto daño?
Son tan pequeñas que no se ven, pero están en todas partes: en el agua que tomamos, el aire que respiramos, la comida que comemos y hasta en la ropa que usamos. Se llaman microplásticos y nanoplásticos, y son fragmentos diminutos de plástico que se desprenden de objetos más grandes como botellas, bolsas, neumáticos o incluso camisetas al lavarse. Los microplásticos miden menos de cinco milímetros, como una semilla de ajonjolí, pero los nanoplásticos pueden ser mil veces más pequeños, lo suficiente para colarse por donde no deberían: pulmones, sangre... y ahora, según la ciencia, también el cerebro.
Lo más preocupante es que nadie está completamente a salvo. Un solo lavado de ropa sintética puede liberar cientos de miles de microfibras plásticas. Y no, no se quedan en la lavadora: llegan a ríos, mares y regresan en forma de agua embotellada, sal, pescado o aire contaminado. Incluso productos de uso diario, como cremas exfoliantes o pastas dentales, han contenido microesferas plásticas. Según estimaciones recientes, una persona promedio podría ingerir decenas de miles de partículas plásticas cada año sin saberlo. Estamos ante una invasión silenciosa, microscópica, pero profundamente real.
Ahora nos preguntamos: ¿cómo hacen estas partículas para entrar al organismo y no ser detectadas?
“La puerta de entrada es mucho más amplia de lo que pensamos. Los microplásticos pueden colarse en el cuerpo por la comida, el agua, el aire y, en algunos casos, incluso a través de la piel. La forma más común en que llegan hasta nosotros es por lo que comemos y bebemos: han sido encontrados en el agua embotellada y de grifo, en mariscos, en la sal de cocina y hasta en frutas y verduras que absorben estas partículas desde la tierra o el agua de riego. Sí, hasta la ensalada podría traer rastros de plástico”, afirma el doctor Kemel.
—Kemel A. Ghotme, neurocirujano pediatra, doctor y profesor en neurociencia traslacional de la Facultad de Medicina de la Universidad de La Sabana.
Pero no se quedan ahí. Cuando se usan recipientes plásticos para calentar el almuerzo en el microondas o se guarda comida caliente en envases plásticos, se liberan nanopartículas que pasan directo a lo que se consume. Y no olvidemos lo que respiramos: cada vez que caminamos por una ciudad, aspiramos aire con polvo urbano que contiene microplásticos. Estas partículas provienen de la fricción de los neumáticos en la vía, de la ropa sintética que usamos, del mobiliario, de las alfombras, ¡de casi todo!
Los científicos incluso han encontrado microplásticos en los pulmones de personas vivas, lo que confirma que estos fragmentos pueden quedarse atrapados en el sistema respiratorio y, en algunos casos, viajar por el torrente sanguíneo hacia otros órganos. Y aunque la piel actúa como una barrera bastante efectiva, algunos estudios sospechan que los nanoplásticos más pequeños podrían atravesarla si hay heridas o si están presentes en productos como cremas exfoliantes.
¿Qué impacto tiene esto en nuestro cerebro? El doctor Kemel responde:
Una vez que los microplásticos entran al cuerpo, no se quedan flotando sin rumbo. Estas partículas diminutas pueden colarse al torrente sanguíneo y viajar como polizones invisibles hasta órganos clave, como el hígado, los riñones, el corazón y ahora se sabe que incluso al cerebro.
Este último, que siempre se ha considerado una especie de fortaleza biológica gracias a la barrera hematoencefálica, una defensa natural que lo protege de sustancias peligrosas, ya no es inmune a esta problemática. Investigaciones revelan que algunos nanoplásticos, por su tamaño microscópico y su composición química, logran atravesar esa barrera y alojarse en el tejido cerebral. Y no solo entran: parecen quedarse. De hecho, se ha encontrado que la concentración de microplásticos en el cerebro puede ser mayor que en otros órganos, lo que sugiere que se acumulan allí más fácilmente o que el cerebro tiene más dificultad para eliminarlos. Algunos estudios apuntan a que podrían llegar no solo por la sangre, sino también por la nariz, subiendo directo hasta nuestras neuronas.
Estas partículas generan estrés oxidativo, dañan proteínas y ADN, provocan inflamación y pueden interferir con los procesos que hacen posible la memoria, el aprendizaje o la concentración. Algunos microplásticos vienen cargados con químicos añadidos, que pueden alterar el funcionamiento celular de forma silenciosa, pero persistente.
También se ha detectado que estas partículas activan de forma crónica la microglía, una especie de “policía” inmunológica del cerebro. Esto puede generar una inflamación sostenida que, con el tiempo, dañe las conexiones neuronales.
“De hecho, estudios recientes muestran una mayor presencia de microplásticos en cerebros de personas con demencia, aunque aún no se ha demostrado que exista una relación directa. Lo que sí se sabe es que los tres mecanismos más peligrosos, inflamación, estrés oxidativo y alteración en la comunicación neuronal, son comunes en enfermedades como el alzhéimer y el párkinson”, concluye el investigador.
—Kemel A. Ghotme, neurocirujano pediatra, doctor y profesor en neurociencia traslacional de la Facultad de Medicina de la Universidad de La Sabana.
Conoce más sobre la investigación en el siguiente video.
Microplásticos en el cerebro: una amenaza invisible que ya habita en nosotros
https://www.nature.com/articles/s41591-024-03453-1
“Los microplásticos no son una amenaza futura, sino un riesgo presente y acumulativo que ya está dentro del cuerpo humano. La evidencia científica lo demuestra y el reto ahora es colectivo”.
—Kemel A. Ghotme, neurocirujano pediatra, doctor y profesor en neurociencia traslacional de la Facultad de Medicina de la Universidad de La Sabana.
Como parte de las investigaciones recientes, el doctor Kemel sugiere una serie de tácticas para mitigar esta problemática:
En la alimentación
- No elimines el pescado ni los mariscos de tu dieta: siguen siendo esenciales para la salud cerebral y cardiovascular, por su contenido de omega-3, proteínas y minerales.
- Lávalos bien y retira el tracto digestivo, especialmente en peces pequeños, antes de consumirlos, ya que allí tienden a acumularse más microplásticos.
- Prefiere peces pequeños, como sardinas y anchoas, que acumulan menos contaminantes que los grandes depredadores marinos.
- Evita mariscos filtradores, como mejillones y ostras, que son más propensos a retener partículas plásticas por su mecanismo de alimentación.
- Elige productos con certificación de pesca sostenible, que protegen los ecosistemas marinos y reducen la contaminación plástica en origen.
- Minimiza el uso de envases plásticos para almacenar y calentar comida, ya que pueden transferir nanopartículas al alimento.
En el aire que respiras
- Usa purificadores de aire con filtros HEPA, capaces de atrapar partículas microscópicas en espacios cerrados.
- Aspira el polvo en lugar de barrer, especialmente en alfombras o superficies textiles donde pueden acumularse fibras plásticas.
- Ventila los espacios de manera regular, evitando ambientes saturados de partículas en suspensión.
En tu ropa y hogar
- Reduce el uso de textiles sintéticos, como poliéster y nailon, que liberan microfibras plásticas en cada lavado.
- Prefiere fibras naturales, como algodón, lino, lana o seda, que son más seguras para ti y para el planeta.
- Lava la ropa con ciclos cortos y en frío, y usa filtros atrapa-microfibras en tu lavadora, si es posible.
En tus hábitos diarios
- Evita vasos, pitillos y cubiertos desechables de plástico, sobre todo si están en contacto con calor.
- Minimiza el consumo de alimentos ultraprocesados, ya que suelen venir en empaques plásticos y carecen de valor nutricional.
- Selecciona juguetes y utensilios de bajo contenido plástico, especialmente en el entorno de niños pequeños.
- Educa, comparte e infórmate sobre el impacto de los microplásticos: el conocimiento es la primera barrera de defensa.
Desde una mirada más amplia, enfrentar la amenaza de los microplásticos no es solo una cuestión de hábitos personales, sino también de voluntad política, transformación industrial y presión ciudadana informada. Medidas como la prohibición de plásticos de un solo uso, el fomento de materiales reciclables provenientes de residuos oceánicos, y el apoyo a sistemas de producción responsables —como las prácticas pesqueras sostenibles promovidas por iniciativas como Seafood Watch—, son pasos urgentes para detener el ciclo de contaminación que hoy termina, literalmente, dentro de nosotros.
Como afirma el doctor Kemel A. Ghotme:
“Los microplásticos no son una amenaza futura, sino un riesgo presente y acumulativo que ya está dentro del cuerpo humano. La evidencia científica lo demuestra y el reto ahora es colectivo”.
—Kemel A. Ghotme, neurocirujano pediatra, doctor y profesor en neurociencia traslacional de la Facultad de Medicina de la Universidad de La Sabana.
Y aunque la ciencia avanza, todavía hay más preguntas que respuestas. “No sabemos con certeza cuánto daño puede generar la acumulación de estas partículas en el cerebro, pero sí sabemos que ya están allí y que generan inflamación, estrés oxidativo y alteraciones neuronales”, agrega el doctor Ghotme.
Lo que está claro es que la solución no puede venir solo desde los laboratorios, sino desde un cambio profundo en la forma como producimos, consumimos y desechamos. Porque, como concluye el investigador, “La única forma real de proteger el cerebro humano es protegiendo el planeta”. La pregunta ya no es si los microplásticos están en nuestro cuerpo. La evidencia es irrefutable. La verdadera pregunta es: ¿qué estamos dispuestos a hacer al respecto?
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El doctor Kemel afirma que la acumulación de estas partículas en el cerebro genera inflamación, estrés oxidativo y alteraciones neuronales.
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Kemel Ahmed Ghotme Ghotme, profesor de la Facultad de Medicina (kemel.ghotme@unisabana.edu.co).
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