La muerte en Colombia: desde la historia y los rituales hasta la nueva apuesta por los cuidados paliativos en región

Cuando se llega el fin de la vida, aparece uno de los grandes dilemas del ser humano: la incertidumbre por lo que sigue tras la muerte. Al reflexionar sobre la historia de la muerte en Colombia se puede hallar un espacio para los cuidados paliativos, siempre y cuando este se busque y construya de la mano de la comunidad.
“Le digo por Dios compadre que uno se quiere morir.
Le digo por Dios compadre que uno se quiere morir.
¿Con qué?, ¿con qué?.
El dolor me curaré (...)”
La voz de Feliciano Moreno Rodríguez, se hizo presente en el salón del taller de cuidados paliativos que en el año 2019 tuvo lugar en Bogotá. A este, le seguían las voces de los demás asistentes. Sin dudarlo, los presentes repetían cada una de las estrofas del alabao, un canto que sale de las comunidades afrodescendiente y que suele acompañar los velorios y novenarios en el Chocó.
La doctora Ximena León recuerda que aquel hombre que lideraba los cantos, momentos atrás, había sido el mismo que en medio del segundo taller de cuidados paliativos alzó la mano para refutar. “Ustedes hablan de opioides, de política pública, de educación, pero no hablan del diálogo entre saberes”, evoca León.
El reclamo coincidía con el sin fin de otras demandas que suelen hacer las comunidades desde las regiones más apartadas del territorio colombiano, que se caracteriza por ser complejo y fragmentado. A menudo, parece que se olvida lo diverso del país, que cuenta con unos 102 pueblos indígenas, más de 60 lenguas indígenas y otras comunidades especialmente protegidas como los afrocolombianos, raizales y rom (gitanos).
Encuentros como este hicieron que para la doctora León y los demás investigadores fuera necesario escuchar cómo estas comunidades interpretaban las necesidades y desigualdades que las cifras del Observatorio de Cuidados Paliativos reflejan.
Las preguntas eran claras ¿cómo su cosmovisión atraviesa las propuestas de cuidados paliativos en región? ¿cuáles son viables?
Para Helaine Selin y Robert M. Rakoff, investigadores estadounidenses y autores del libro Death Across Cultures, si bien la muerte es universal el cómo y dónde lo hará cada individuo (o cómo será conmemorado) varia al igual que otras prácticas humanas. De hecho, “morir es inminentemente local, pues las ideas y actitudes hacía este hecho se estructuran en el seno de cada contexto sociocultural”; no es gratuito en que regiones cercanas al Pacífico, comunidades como los Misak, entierren el cordón umbilical en la tierra y cuando parten lejos, tengan siempre la necesidad de volver.
Es en esa configuración donde también surgen los ritos, estructuras que pretenden aliviar o ayudar a transitar la experiencia humana. Desde la sociología y antropología se ha planteado que cuando una persona muere emergen crisis a nivel individual y grupal que deben ser resueltas, en muchos casos dicha solución deriva en los rituales funerarios.
Para que algo sea considerado un rito, según la académica Catherine Bell, debe haber “un carácter sagrado o profano de las acciones, que es adquirido mientras estas se llevan a cabo”. Justamente esto diferencia los ritos de acciones cotidianas. Por ejemplo, al pensar en los alabaos, Patrimonio Inmaterial de la Nación desde 2014, podría pensarse erróneamente que son solo un canto; sin embargo, la ritualización de esta práctica se da por su naturaleza, es decir que surge de “la necesidad que tienen los vivos para enfrentarse a las crisis de la muerte”.
Colombia y la muerte: una historia de eternos reencuentros
La historia colombiana ha estado marcada por la violencia y la muerte, incluso podría decirse que los primeros rezagos de muerte masiva se remontan a siglos en los que la división de América Latina estaba lejos de ser siquiera pensada. Desde la llegada de Cristóbal Colón al continente americano (el 12 de octubre de 1942), la tierra de “las Indias” ha visto morir millones de nativos y colonos.
Se estima que las enfermedades traídas por los europeos, los excesos producto de la esclavitud y las guerras causaron la muerte de al menos el 90% de la población precolombina. De hecho, según un artículo publicado por CNN, “este sería el segundo suceso más mortífero de la historia de humanidad en términos proporcionales” después de la Segunda Guerra Mundial.
Actualmente, según datos del DANE, en 2023, las principales causas de muerte son enfermedades isquémicas del corazón, afecciones cerebrovasculares y las enfermedades crónicas de vías respiratorias inferiores.
Así que sí, la muerte se ha reencontrado con el pueblo colombiano más veces de lo que se quisiera admitir. Quizá por eso al revisar las diferentes regiones del país es posible encontrar diversos ritos funerarios.
Los ritos alrededor de la muerte: un reflejo de la historia y diversidad colombiana
Aunque en la actualidad existen prácticas culturales que siguen vigentes, los ritos funerarios en Colombia se remontan a épocas pasadas. Por ejemplo, a través de investigaciones sobre la arqueología de la muerte se han encontrado rastros de tradiciones funerarias del período muisca tardío en el Cercado Grande de los Santuarios de Tunja, es decir entre 1000 –1550 d. C).
Estos descubrimientos han permitido pensar en los ritos funerarios como un proceso mediado por las emociones y concepciones individuales y colectivas, justo como los investigadores de La Sabana y El Bosque empezaron a entender los cuidados paliativos tras aquel encuentro con el líder Chocoano.
Si se toma como referencia al pueblo indígena Iku, nativos de la Sierra Nevada de Santa Marta, se encontrará que el eysa (proceso mediante el cual experimentan la desaparición material de sus seres queridos y garantizan el tránsito del fallecido al otro mundo) tiene un carácter colectivo, pues busca que el desequilibrio y las malas energías que deja la muerte no afecten a los vivos.
De hecho, el ritual varía según el tipo de muerte (suicidio, homicidio o por causas naturales) y los detalles son definidos por el mamo, líder espiritual de la comunidad, que a través del conocimiento ancestral interpreta y decide qué debe hacerse para restaurar el equilibrio. Paradójicamente, a nivel general “la actitud entre la mayoría de los Iku frente a la muerte es sorprendentemente tranquila”. Esto muestra que, por más universal que parezca la idea de la vida y muerte digna, la enfermedad, el dolor e incluso el fin de vida están permeados por la cosmovisión de cada comunidad.
Tal vez así se integren el conocimiento ancestral y occidental. Y, al igual que en aquel alabao de cuidados paliativos, se cierre la brecha entre las comunidades y la academia.
“(...) me aplico de toda cosa.
Yerbabuna y muchas más.
Y al cuidado paliativo ya lo empecé a utilizar”
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