El antes del Solferino en la configuración de lo humano 

Before Solferino and the shaping of the concept of human

DOI: 10.5294/aidih.2020.1.1.2

Carlos Alberto Paz Lamir

Universidad de La Sabana

carloslamir@hotmail.com

Recibido: 18 de septiembre de 2019 | Envío a pares: 18 de septiembre de 2019 | Aprobado por pares: 13 de noviembre de 2019 | Aceptado: 13 de noviembre de 2019

Un prosista chino ha observado que el unicornio, en razón misma de lo anómalo que es, ha de pasar inadvertido. Los ojos ven lo que están habituados a ver. Tácito no percibió la crucifixión, aunque la registra su libro.

Jorge Luis Borges, “El pudor de la historia”, Otras inquisiciones.

Resumen

El presente artículo da cuenta de la manera en que el relato homérico de la Ilíada proporciona la clave de la conciencia humanitaria de Occidente, reconfiguradora del hombre y de lo humano. Así, pues, a través de nuevas modelaciones emotivas, que tienen como referente preciso su vulnerabilidad, se logra evidenciar una serie de exigencias y pautas comportamentales que buscan proteger la vida humana y su dignidad en el desarrollo de una contienda armada, a fin de limitar el uso desenfrenado de la violencia. En ese sentido, se indagará en esos patrones que generan nuevos modos de regulación social e introducen nuevas formas de convicción y múltiples mecanismos psíquicos de inhibición y autocoacción, que dan al hombre la posibilidad de avanzar en los límites del pudor, a la manera de Norbert Elías, quien considera al ser humano sin restricciones como un fantasma.

Se evidenciará cómo, a partir de una lectura crítica del texto de la Ilíada, se puede vislumbrar la simiente de la humanización de la guerra, y su impacto en todo el sistema de creencias y valores occidentales que siglos más adelante recogerá y desarrollará el derecho internacional humanitario, a través del respeto de unas reglas mínimas y de una mínima racionalidad ética, en busca de la protección del ser humano y su dignidad. De la mano del texto homérico daremos cuenta de los cambios en la constitución del comportamiento del hombre griego y de su incidencia en la estructura psíquica y afectiva, aleccionadora de la transformación de su emotividad, ante el dolor y sufrimiento humanos.

 

Palabras clave:efímero,fragilidad, desmesura, súplicas, moderación, piedad, pudor, fuerza, dolor, sufrimiento, sueño, humanidad, humano, irrecuperable, fantasmidad.

Abstract

The present article describes how the Homeric narration of The Iliad cracks the Western humanitarian consciousness, which reshapes the idea of mankind and the definition of human. Thus, through new emotional models, whose vulnerability is a precise reference, it is possible to identify a series of behavioral requirements and standards that seek to protect human life and its dignity amidst an armed conflict, limiting the unrestrained use of violence. This article researches into those patterns that give rise to new forms of social regulation and introduce new forms of conviction, and multiple psychic mechanisms of inhibition and self-coercion. These enable the individual to advance in the limits of modesty in the Norbert Elías’ way, who considers the unrestricted human being a ghost. Therefore, from a critical reading of The Iliad, we can envisage how the seed of the humanization of war and its impact on the entire Western system of beliefs and values will, in the following centuries, compile and develop International Humanitarian Law, observing minimum rules and ethical rationality to protect human beings and their dignity. Along with the Homeric text, we account for the changes in the make-up of the behavior of the Greek man and their effect on the psychic and affective structure, exemplary of the transformation of his emotiveness to human pain and suffering.

 

 

 

Keywords:Ephemeral, fragility, excessiveness, supplications, moderation, compassion, modesty, strength, pain, suffering, sleepiness, humanity, human, irrecoverable, phantom.

Introducción

El presente estudio no pretende desconocer ni disputar la importancia de la cruenta batalla, evocada por Henry Dunant en su Recuerdo de Solferino, en donde se enfrentaran de manera dramática en la Lombardía dos ejércitos: el austriaco, de un lado, y el francés y Reino de Cerdeña, del otro, un 24 de junio de 1859, con toda la secuela de sufrimiento y agonía de cuarenta mil o más heridos en el campo de batalla, que motivara la creación del Comité Internacional de la Cruz Roja como respuesta de estremecida piedad del espíritu humano ante la persona que sufre. Lo que se busca es volcar la mirada mucho más atrás de Solferino, a la época de la Grecia arcaica, la de Homero, para encontrar allí las intuiciones fundantes de una nueva conciencia emotiva frente al campo de batalla, aleccionadora del dolor, sufrimiento y destino humanos.

De esta manera, centraremos nuestra mirada en esa Grecia arcaica, invisibilizada por distintos autores, en muchos de los trabajos sobre la evolución histórica del derecho internacional humanitario (DIH), que categorizan al pueblo griego como eminentemente guerrero, sin preocupación alguna por la limitación de los medios y métodos empleados para la guerra. Muchos de estos autores dan cuenta de su humanización solo a partir del siglo IV a. C.,[1] o sitúan el desarrollo de la conciencia humanitaria en las leyes de la guerra de la China clásica, en textos como El arte de la Guerra, de Sun Tzu, escrito del siglo V a. C.; o en antiguos textos de la India, como el Mahabharata y la ley de Manú; o logran destacar la contribución de Roma a la historia del derecho con la formulación de la guerra justa y la noción del ius gentium, peroomiten considerar el aporte fundamental del universo griego.[2]

Otros autores, no obstante constatar que la guerra ha sido una constante en el trasegar de la humanidad, y que diversos pueblos y culturas, partiendo de la Antigüedad misma, han impuesto algunos límites a la actividad bélica del ser humano, en especial, mediante el establecimiento de códigos de conducta o recurriendo a prohibiciones de carácter místico o religioso, ignoran cualquier influjo de la cultura griega en estos avatares. [3]

Los menos concederán una tenue línea al influjo arcaico griego en el pensamiento humanitario, consignando que Homero describe en la Ilíada una lucha no sin lealtad, en la que hay treguas y se respeta al enemigo muerto[4]. Pero ¡cuántos horrores en el saqueo de Troya!

Volver la mirada sobre las fechas inmortales que marcan un hito en la configuración de lo humano será siempre problemático pues muchas de estas jornadas están acompañadas de una narrativa estructuradora de realidades que, unas veces, pretende visibilizar ciertas zonas, y, otras, oscurecerlas; pero que, inexorablemente, están conectadas con la fuente griega, imperecedera guía de nuestra larga conversación social.

1. Giro fundamental en las fuentes históricas del pensamiento humanitario

Tal como lo evidenció el profesor argentino Emiliano J. Buis en su trabajo sobre la civilización griega, en esta se encontrará la presencia de una base consuetudinaria arcaica y de raíces antiguas que sirven de origen a algunas normas jurídicas actuales de derecho internacional en materia de ius in bello. [5]  

De esta manera, contrario a lo afirmado por varios historiadores[6] que perciben el mundo griego arcaico como un espacio anárquico de violencia desmedida, de falta de controles y de hostilidades frecuentes, donde existía una guerra de todos contra todos y en el que lograba imponerse el más fuerte –como hubo de argumentarlo la historiografía del siglo XIX y parte del XX–, este investigador, en la revisión de nuevas fuentes históricas, pondrá en duda tales afirmaciones y dará sentido a nuevas interpretaciones sobre verdaderas regulaciones o pautas en materia de protección humanitaria en los conflictos armados del mundo antiguo, que permiten vislumbrar la conciencia de lo que denominará un verdadero derecho “común” de los griegos, que sirvió para establecer límites al inicio de los conflictos armados y para restringir un empleo excesivo de la violencia en situaciones bélicas.

Así las cosas, en la Ilíada encontrará referencias a un juego de regulaciones puntuales en materia de protección humanitaria, que le permiten ver en las lágrimas del dios griego Zeus, al honrar al hijo amado a quien Patroclo habría de matar, el llanto humanitario que nos recuerda que existen valores que acompañan a la civilización desde siempre, valores inherentes al ser humano.

2. La fabricación de lo humano, más allá del pathos del heroísmo

Al revisar venerables textos como Paideia: los ideales de la cultura griega, de Jaeger, encontramos de manera clara que, frente a otros pueblos grandes en la historia del hombre, el helenismo representa un progreso fundamental, un nuevo estadio en todo cuanto hace referencia a la vida de los hombres en la comunidad, abriéndonos nuevos mundos espirituales, que “nos inscriben como miembros en un amplio círculo de pueblos”.[7] Solo que ese progreso espiritual de “la primera Grecia”, descrito por Jaeger, se hace recaer en la nobleza y en la areté del héroe, entendida como expresión de la fuerza, la destreza y el valor heroicos, elementos constitutivos de su sistema moral, invisibilizando otras medidas de valor, más propias del reconocimiento de la fragilidad humana, como la prudencia o la piedad.

Así, en palabras de Jaeger, el pathos del heroísmo será el aliento espiritual de la Ilíada, la cual nos habla de un mundo situado en una época en que domina de modo exclusivo el espíritu heroico de la areté[8]y encarna aquel ideal en todos sus héroes, en donde la lucha y la victoria son su más alta distinción y el contenido propio de su vida.[9]

Sin embargo, este importante estudioso de la Grecia antigua no dejará de reconocer que a la trágica figura de Aquiles debe la Ilíada el no ser para nosotros un venerable manuscrito del espíritu guerrero primitivo, sino un monumento inmortal para el conocimiento de la vida y del dolor humanos, que significa también una consideración más profunda de los perfiles íntimos de la vida y sus problemas, en la cual el poeta tiene una función educadora.[10]

2.1. Nuevos modelos de sensibilidad frente al dolor

Y es precisamente, en ese conocimiento de la vida y del dolor humanos, en donde nos acercamos a saberes más delicados e íntimos como los de Jacqueline de Romilly y los de Simone Weil, para quien el verdadero héroe, el verdadero tema, el centro de la Ilíada, es la fuerza. La fuerza manejada por los hombres, la que los somete, la fuerza ante la que se retrae la carne de los hombres.[11] Esa fuerza que, en su sentir, cuando se ejerce hasta el extremo, hace del hombre una cosa en el sentido más literal, pues hace de él un cadáver.

De esa manera, establecemos los mojones exactos que redundan en la delimitación precisa de una nueva sensibilidad frente al dolor y sufrimiento de nuestros congéneres, adentrándonos en terrenos no oficiales de la historia, de manera pudorosa, en la búsqueda de sus claves secretas, tratando de encontrar el primer gesto de humanidad documentado, dentro del largo camino recorrido por la especie humana. Así, esas primeras intuiciones, esos primeros gestos podemos encontrarlos en el poema homérico de la Ilíada, escrito hace casi 3000 años,[12] donde el hombre empieza a definir su humanidad, a modelar su comportamiento ético, conmovido por su honda fragilidad y por la fugacidad de la vida, de la mano de una convicción más íntima: que su vulnerabilidad e incertidumbre son precisamente lo que lo definen como humano. Así que, en los albores de la cultura occidental emerge el poema homérico y con él la fabricación de lo Humano, como ideal regulativo u ordenador, en el cual se fija un límite a su actuación, previniéndonos, en su carácter aleccionador, sobre su desmesura (Hýbris) e irreflexión, causantes de ruina y muerte.

Esta brevísima exposición basta para entender cómo la Ilíada, no solo amplió el horizonte moral, sino que permitió la construcción de una nueva narrativa, una nueva producción lingüística que evolucionará y se consolidará en la Grecia del siglo V a. C., de la mano de sus poetas, filósofos y trágicos, incorporando en su literatura nuevos modelos cognitivos que forjarán un nuevo sistema de creencias y valores universales. Por esa vía se logrará introducir límites en la conducción de la guerra, dados los nuevos dictados de la conciencia pública vigente en el mundo antiguo, bajo el amparo de lo que siglos más tarde el DIH conocerá como el principio de humanidad.

Ahora bien, al hablar de modelos cognitivos me refiero a lo que Daniel Jonah Goldhagen[13] ha definido como el sistema de creencias, puntos de vista y valores que hacen parte estructurante de la conversación[14] de cada sociedad y que son transmitidos socialmente para guiar a la gente tanto en su comprensión como en sus acciones. Tales modelos figuran entre los componentes básicos de la comprensión del individuo y están incorporados a las estructuras de su mente con tanta naturalidad como la gramática de su lengua, y contribuyen a la generación de percepciones del mundo social y de creencias sobre este claramente expresadas.

Así, pues, de la mano de evidencia textual, propongo adentrarnos en su comprobación, guiados por un modelo de interpretación literario que da cuenta de la honda transformación espiritual que permitió la estructuración de una nueva gramática referencial de lo humano y su humanidad.

En este contexto, se considerará que el poema homérico es un aleccionador emocional capaz de mover a los hombres a nuevos horizontes de moralidad, dado su poder ilimitado de “conversión espiritual” (psicagogia) y de su acción educadora, destacada vigorosamente en el pensamiento de Jaeger.

3. El hombre: al encuentro de su humanidad 

En un panorama de guerra y sufrimiento, el hombre vuelve la mirada sobre sí mismo para encontrar que su vida tiene fin, término, límite, en una palabra, que es finita, no inmortal, que es efímera, y, al igual que en su acepción etimológica, entiende que tiene la duración de un solo día, que es un pasajero de corta duración, así tenga la forma de un dios (deiforme). De esa manera, el poema homérico, a través de sus diferentes cantos, devana secretamente el hilo de la trama y urde el tejido delicado de la vulnerabilidad y mortalidad del hombre, del cual emergerá su humanidad, como una forma de oponer al destino ciego, a la manera de Martha Nussbaum, nuevas formas de imaginación empática (compasiva).[15]

3.1.Héroe suplicante 

He aquí cómo las palabras desatadas por el ruego, la arrogancia y resignación del héroe griego Aquiles, dan cuenta de su mortalidad:

 —¡Madre! Ya que me pariste de corta vida”.[16]

“¿No ves cuán gallardo y alto de cuerpo soy yo, a quien engendró un padre ilustre y dio a luz una diosa? Pues también me aguardan la muerte y la Parca cruel. Vendrá una mañana, una tarde o un mediodía en que alguien me quitará la vida en el combate, hiriéndome con la lanza o con una flecha despedida por el arco”.[17]

“Ya sé que mi destino es perecer aquí, lejos de mi padre y de mi madre; mas con todo eso, no he de descansar hasta que harte de combate los teucros”.[18]

3.2. Madre diosa suplicante

También están las palabras de la madre diosa, suplicante y acongojada por la brevedad de la vida del hijo, quien exclama:

 “—¡Ay, hijo mío! ¿Por qué te he criado, si en hora aciaga te di a luz? ¡Ojalá estuvieras en las naves sin llanto ni pena, ya que tu vida ha de ser corta, de no larga duración! Ahora eres juntamente de breve vida”.[19]

“—¡Padre Zeus! Si alguna vez te fui útil entre los inmortales con palabras u obras, cúmpleme este voto: honra a mi hijo, el héroe de más breve vida”.[20]

3.3. El hombre es expulsado de su linaje divino 

Expulsado de su linaje divino, el hombre experimenta la soledad y el vértigo de lo nuevo, y empieza a tomar conciencia de sus actos humanos:

“—¡Zeus padre! ¿Cómo no viene ningún dios a salvarme a mí, miserando, de la persecución del río, y luego sufriré cuanto sea preciso? Ninguna de las deidades del cielo tiene tanta culpa como mi madre, que me halagó con falsas predicciones: dijo que me matarían al pie del muro de los troyanos, armados de coraza, las veloces flechas de Apolo. ¡Ojalá me hubiese muerto Héctor, que es aquí el más bravo! Entonces un valiente hubiera muerto y despojado a otro valiente. Mas ahora quiere el destino que yo perezca de miserable muerte, cercado por un gran río; como el niño porquerizo a quien arrastran las aguas invernales del torrente que intentaba atravesar”.[21] 

3.4. Irrupción dolorosa del yo humano 

Así, en sangrienta liza, donde contienden de manera irreconciliable, con furia, dos grupos ancestrales, teucros y argivos, irrumpe dolorosamente el yo del hombre, con toda su experiencia significativa. Allí, en esa larga vigilia de su conciencia, el hombre se ve expuesto de manera extraordinaria a la desdicha, pues observa que nada se mantiene, nada dura, todo se diluye y distribuye de manera equitativa en medio de un inmenso dolor de unos y otros.

Quizá por ello, Simone Weil[22] señala la “extraordinaria equidad” que inspira la Ilíada:

 “En cuanto a los guerreros, las comparaciones que les hacen aparecer, vencedores o vencidos, como animales o cosas no pueden provocar ni admiración ni desprecio, sino solamente el pesar de que los hombres puedan transformarse de ese modo […]

Apenas se advierte que el poeta es griego y no troyano”. 

3.5. Signos de un designio inasible

En un escenario donde, como Simone Weil observa, “había alguien, y, un instante más tarde, no hay nadie”, lo ineluctable será la muerte. Allí, el hombre se dispone a combatir su carácter efímero, su fantasmidad.

Voces como la de Aquiles dan cuenta de lo inasible del alma humana: “Se pueden apresar los bueyes y las pingües ovejas, se pueden adquirir los trípodes y los tostados alazanes; pero no es posible prender ni coger el alma humana para que vuelva, una vez ha salvado la barrera que forman los dientes”.[23]

O las del propio narrador, quien evidencia la destrucción de una vida:

 “Ayante Telamonio tiróle un bote de lanza a Simoesio, hijo de Antemión, que se hallaba en la flor de la juventud. Su madre habíale dado a luz a orillas del Simoente, cuando bajó del Ida con sus padres para ver las ovejas: por esto le llamaron Simoesio. Mas no pudo pagar a sus progenitores la crianza ni fue larga su vida, porque sucumbió vencido por la lanza del magnánimo Ayante”.[24]

O las de alguna deidad al recrear la levedad y fragilidad del hombre: “—¡Batidor de la tierra! No me tendrías por sensato si combatiera contigo por los míseros mortales que, semejantes a las hojas, ya se hallan florecientes y vigorosos comiendo los frutos de la tierra, ya se quedan exánimes y mueren”.[25]

3.6. El hombre se forja la idea de un destino y disputa a la muerte su imperio 

La muerte se hace señora y dueña del campo de batalla, sin distinción alguna de la persona, fuese joven en la flor de la juventud,[26] hijo, padre, hermano, esposo, amigo, tierno amante; o sin consideración de sus atributos, fuese excelente cazador, ejercitado por la misma diosa Artemis;[27] artífice de toda clase de obras de ingenio;[28] riquísimo en bienes y sembrados;[29] caudillo de hombres;[30] hombre diestro en toda especie de combates;[31] deiforme de gran fuerza o hermosura,[32] todos caían y mordían el polvo, envueltos de manera rápida en su mortal manto, en medio de los “lamentos de los moribundos y los gritos jactanciosos de los matadores, y la tierra manaba sangre”.[33]

Nada hubo con poder para oponérsele a tan mortal designio, ni las hecatombes perfectas ofrecidas a los inmortales,[34] ni las súplicas, libaciones, las palabras ofrecidas,[35] todo fue en vano.

“Así, la violencia aplasta a los que toca. Termina por parecer exterior al que la maneja y al que la sufre; nace entonces la idea de un destino ante el que los verdugos y las víctimas son igualmente inocentes, vencedores y vencidos hermanados en la misma miseria. El vencido es causa de desdicha para el vencedor, como el vencedor los es para el vencido”.[36] 

Solo la evocación tenue de una memoria compartida, del hogar, de una familia, de un pedazo de tierra, de la casa distante, donde poder fijar de manera incansable el rostro de la querida esposa, del hijo amado y contemplar cómo se diluye la voz compasiva de quien implora vanamente: “tú eres ahora mi padre, mi venerable madre y mi hermano; tú, mi floreciente esposo. Pues, ea, sé compasivo, quédate aquí en la torre –¡no hagas a un niño huérfano y a una mujer viuda!”–. [37] Todo ello parece disputar a la muerte su imperio y victoria.

4. El hombre experimenta su fragilidad

En un escenario donde el hombre no puede ignorar su propia muerte, ni la de propios y extraños, donde experimenta su fragilidad, logra Agenor enfrentar al más fuerte de todos los hombres y constatar cuán “vulnerable es su cuerpo por el agudo bronce, hay en él una sola alma y dicen los hombres que el héroe es mortal; pero Zeus Cronida le da gloria”.[38] En ese reconocimiento de su fragilidad, de lo “preciosamente precario”, el hombre vislumbra su trágica singularidad y extiende la mirada sobre los otros de manera compasiva.

Tal como en el poema borgiano,

 … “la muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Estos se conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso”. [39]

Así los hombres, tenues figuras del tiempo, inmersos en ese desamparo fatal e indiferente, caminarán desnudos, al tratar de recomponer la “égida impetuosa, terrible, hirsuta, magnífica”,[40] que fuera fabricada por un dios para amedrentarlos, y buscarán refrenar su “ánimo fogoso” y despiadado, de “feroz cólera”, como una forma de escapar a la fatalidad de un destino, a un sinnúmero de violencias y amenazas, al engaño, a la insensatez, la ruina (Até) y a la muerte, como consecuencia de la intemperancia de sus actos.

4.1. Nueva geografía espiritual sustentada en la benignidad humana

Palabras,[41] plegarias, súplicas,[42] moderación,[43] piedad,[44] carácter flexible[45] serán los cinceladores de una nueva geografía del espíritu que facilitará lo que Jacqueline de Romilly, en la evolución de las ideas morales en Grecia, denominará como el ascenso de la benignidad humana y de la gentileza en el pensamiento griego, que en el siglo V a. C. encontrará toda su fuerza y madurez, y logrará extraer de la fragilidad de la condición humana, tal como ella lo plasma, directamente una lección de humanidad y de dignidad.[46]

Sin duda se trata, tal como Romilly lo dejara consignado, de un hermoso rasgo distintivo del pensamiento griego, muy en relación con sus disposiciones esenciales, el haber extraído de la debilidad humana un argumento para fundar las virtudes que constituyen finalmente la nobleza del hombre y le otorgan así la primera plaza.[47]

5. El hombre confronta sus límites: pudor y justicia

Se hace reprensible en el poema, a través de los mismos dioses, la falta de piedad y pudor de quienes participan en la contienda, lo cual recogerá y expondrá la filosofía platónica, más tarde, en uno de los diálogos, “Protágoras, o los sofistas”, en donde “Zeus, preocupado al ver que nuestra especie amenazaba con desaparecer, mandó a Hermes que trajera a los hombres el pudor y la justicia, para que en las ciudades hubiera armonía y lazos creadores de amistad”, y distribuyó entre todos los humanos estas virtudes para permitir que “cada uno tenga su parte en estas virtudes, ya que si solamente las tuvieran algunos, las ciudades no podrían subsistir, pues aquí no ocurre como en las demás artes”; así, en su nombre estableció esta ley: “que todo hombre incapaz de tener parte en la justicia y el pudor debe ser condenado a muerte, como una plaga de la ciudad”.[48]

5.1. Amonestación divina ante la falta de pudor y contención del ánimo 

En el texto iniciático, en tono de amonestación divina contra el héroe Aquileo, se observa una seria invocación a la conservación del pudor y a refrenar la ferocidad del ánimo:

 “Sois, oh dioses, crueles y maléficos. ¿Acaso Héctor no quemaba en vuestro honor muslos de bueyes y de cabras escogidas? Ahora, que ha perecido, no os atrevéis a salvar el cadáver y ponerlo a la vista de su esposa, de su madre, de su hijo, de su padre Príamo y del pueblo, que al momento lo entregarían a las llamas y le harían honras fúnebres; por el contrario, oh dioses, queréis favorecer al pernicioso Aquiles, el cual concibe pensamientos no razonables, tiene en su pecho un ánimo inflexible y medita cosas feroces, como un león que, dejándose llevar por su gran fuerza y espíritu soberbio, se encamina a los rebaños de los hombres para aderezarse un festín, de igual modo perdió Aquiles la piedad y ni siquiera conserva el pudor que tanto favorece o daña a los varones”.[49]

5.2. Desaprobación de la furia intolerable

Asimismo, contra el héroe teucro Héctor, se desaprueba su furia intolerable y sus graves daños: “¡Oh dioses! ¡Hija de Zeus, que lleva la égida! ¿No nos cuidaremos de socorrer, aunque tarde, a los dánaos moribundos? Perecerán, cumpliéndose su aciago destino, por el arrojo de un solo hombre, de Héctor Priámida, que se enfurece de intolerable modo y ya ha causado gran estrago”.[50]

La ferocidad aparece de manera indistinta en los dos bandos, de una parte:

“El Olímpico volvió a excitar el valor de los troyanos, los cuales hicieron arredrar a los aqueos en derechura al profundo foso. Héctor iba con los delanteros, haciendo gala de su fuerza. Como el perro que acosa con ágiles pies a un jabalí o a un león, lo muerde por detrás, ya los muslos, ya las nalgas, y observa si vuelve la cara; de igual modo perseguía Héctor a los melenudos aqueos, matando al que se rezagaba, y ellos huían espantados. Cuando atravesaron la empalizada y el foso, muchos sucumbieron a manos de los troyanos; los demás no pararon hasta las naves, y a1lí se animaban los unos a los otros, y con los brazos levantados oraban en voz alta a todas las deidades. Héctor revolvía por todas partes los corceles de hermosas crines; y sus ojos parecían los de Gorgo o los de Ares, peste de los hombres”.[51]

De otra, tanta es la impiedad del héroe griego Aquiles, que logra desatar la furia del río Janto, de linaje divino, que, transfigurado en hombre, le increpa:

  “¡Oh Aquiles! Superas a los demás hombres tanto en el valor como en la comisión de acciones nefandas; porque los propios dioses te prestan constantemente su auxilio. Si el hijo de Cronos te ha concedido que destruyas a todos los troyanos, apártalos de mí y ejecuta en el llano tus proezas. Mi hermosa corriente está llena de cadáveres que obstruyen el cauce y no me dejan verter el agua en la mar divina; y tú sigues matando de un modo atroz. Pero, ea, cesa ya; pues me tienes asombrado, oh príncipe de hombres”.[52]

El hombre, poseído por su desmesura, sin refrenar el furor de su pecho, se encaminará a buscar al asesino de su “amigo querido”, dispuesto a recibir la muerte cuando lo dispongan los dioses, pues consciente de que no podrá librarse de ella, habrá de avanzar ante su destino mortal, ganando mientras tanto gloriosa fama y haciendo “que algunas de las matronas troyanas o dardanias, de profundo seno, den fuertes suspiros y con ambas manos se enjuguen las lágrimas de sus tiernas mejillas”. [53]

5.3. Desatención de ruegos

En desatención a ruegos como ¡no me mates!, no obstante haberse rendido, soltado su lanza y tendido ambos brazos,

 “Aquileo puso mano a la tajante espada a hirió a Licaón en la clavícula, junto al cuello: metióle dentro toda la hoja de dos filos, el troyano dio de ojos por el suelo y su sangre fluía y mojaba la tierra. El héroe cogió el cadáver por el pie, arrojólo al río para que la corriente se lo llevara, y profirió con jactancia estas aladas palabras:[54]

‘Yaz ahí entre los peces que tranquilos te lamerán la sangre de la herida. No te colocará tu madre en un lecho para llorarte, sino que serás llevado por el voraginoso Escamandro al vasto seno del mar. Y algún pez, saliendo de las olas a la negruzca y encrespada superficie, comerá la blanca grasa de Licaón. Así perezcáis los demás troyanos hasta que lleguemos a la sacra ciudad de Ilio, vosotros huyendo y yo detrás haciendo gran riza’”.[54]

5.4. Desmesura e impiedad

Recordando al compañero muerto, Aquiles lloraba:

“Al recordarlo, prorrumpía en abundantes lágrimas; ya se echaba de lado, ya de espaldas, ya de pechos; y al fin, levantándose, vagaba inquieto por la orilla del mar. Nunca le pasaba inadvertido el despuntar de la aurora sobre el mar y sus riberas: entonces uncía al carro los ligeros corceles y, atando al mismo el cadáver de Héctor, arrastrábalo hasta dar tres vueltas al túmulo del difunto Menetíada; acto continuo volvía a reposar en la tienda, y dejaba el cadáver tendido de cara al polvo. Mas Apolo, apiadándose del varón aun después de muerto, le libraba de toda injuria y lo protegía con la égida de oro para que Aquiles no lacerase el cuerpo mientras lo llevaba por el suelo”.[55]

“¡Oh anciano! Ni los perros ni las aves lo han devorado, y todavía yace junto a la nave de Aquiles, dentro de la tienda. Doce días lleva de estar tendido, y ni el cuerpo se pudre, ni lo comen los gusanos que devoran a los hombres muertos en la guerra. Cuando apunta la divinal aurora, Aquiles lo arrastra sin piedad alrededor del túmulo de su compañero querido; pero ni aun así lo desfigura”.[56]

Víctima de la hýbris, ultrajado, vejado, sometido al Terror, la Fuga, la Discordia (Eris),[57] y con un horizonte de incertidumbre y muerte ante sí, el hombre se verá forzado a incursionar en una nueva geografía emocional, a dotar de nuevas significaciones su universo moral, en busca de una nueva concepción ética (primeros atisbos de racionalidad) que le permita organizar el caos reinante de un mundo fragmentado por la violencia y la guerra.

6. El hombre construye límites a su desmesura 

Conmovido por las súplicas y los lamentos de sus más íntimos, se dejan escuchar estos profundos gritos, anticipadores de una nueva realidad emotiva. De esta manera, hubo de expresarse dramáticamente el anciano padre del héroe teucro, tratando en vano de persuadirlo para que declinara del encuentro armado:

 “Ven adentro del muro, hijo querido, para que salves a los troyanos y a las troyanas; y no quieras procurar inmensa gloria al Pelida y perder tú mismo la existencia. Compadécete también de mí, de este infeliz y desgraciado que aún conserva la razón; pues el padre Cronida me quitará la vida en la senectud y con aciaga suerte, después de presenciar muchas desventuras: muertos mis hijos, esclavizadas mis hijas, destruidos los tálamos, arrojados los niños por el suelo en el terrible combate y las nueras arrastradas por las funestas manos de los aqueos. Y cuando, por fin, alguien me deje sin vida los miembros, hiriéndome con el agudo bronce o con arma arrojadiza, los voraces perros que con comida de mi mesa crié en el palacio para que lo guardasen despedazarán mi cuerpo en la puerta exterior, beberán mi sangre, y, saciado el apetito, se tenderán en el pórtico. Yacer en el suelo, habiendo sido atravesado en la lid por el agudo bronce, es decoroso para un joven, y cuanto de él pueda verse todo es bello, a pesar de la muerte; pero que los perros destrocen la cabeza y la barba encanecidas y las partes verendas de un anciano muerto en la guerra es lo más triste de cuanto les puede ocurrir a los míseros mortales”. [59]

 

De tal modo, en conmovedor llanto su adolorida madre exclamará:

 “¡Héctor! ¡Hijo mío! Respeta este seno y apiádate de mí. Si en otro tiempo te daba el pecho para acallar tu lloro, acuérdate de tu niñez, hijo amado; y penetrando en la muralla, rechaza desde la misma a ese enemigo y no salgas a su encuentro. ¡Cruel! Si te mata, no podré llorarte en tu lecho, querido pimpollo a quien parí, y tampoco podrá hacerlo tu rica esposa, porque los veloces perros te devorarán muy lejos de nosotras, junto a las naves argivas”.[60]

6.1. Inconveniencia de un corazón despiadado 

Sorprende comprobar de cuánto dolor se precisa para que el hombre aprenda a acotar y refrenar su fogosidad, para que acepte las palabras sabias que piden morigerar la conducta y tratan de persuadir sobre la no conveniencia de tener un “corazón despiadado”:

“… cuando los dioses mismos se dejan aplacar no obstante su mayor virtud, dignidad y poder. Con sacrificios, votos agradables, libaciones y vapor de grasa quemada, los desenojan cuantos infringieron su ley y pecaron. Pues las Súplicas son hijas del gran Zeus, y aunque cojas, arrugadas y bizcas, cuidan de ir tras de Ate: esta es robusta, de pies ligeros, y por lo mismo se adelanta, y, recorriendo la tierra, ofende a los hombres: y aquéllas reparan luego el daño causado. Quien acata a las hijas de Zeus cuando se le presentan, consigue gran provecho y es por ellas atendido si alguna vez tiene que invocarlas. Mas si alguien las desatiende y se obstina en rechazarlas, se dirigen a Zeus Cronida y le piden que Ate acompañe a aquél para que con el daño sufra la pena. Concede tú también a las hijas de Zeus, oh Aquileo, la debida consideración, por la cual el espíritu de otros valientes se aplacó”.[61]

6.2. Ascenso cultural de nuevas formas de imaginación moral

De esa manera observamos el ascenso cultural de nuevas aptitudes de imaginación moral, de nuevas formas de tratamiento humanitario, no exentas de grandes tensiones tales como la súplica, el perdón de la vida de la persona puesta fuera de combate por detención o herida, el rescate, la compasión y la piedad por el otro.

6.3. Súplica de persona puesta fuera de combate

“Menelao, valiente en la pelea, cogió vivo a Adrasto, cuyos caballos, corriendo despavoridos por la llanura, chocaron con las ramas de un tamarisco, rompieron el corvo carro por el extremo del timón, y se fueron a la ciudad con los que huían espantados. El héroe cayó al suelo y dio de boca en el polvo junto a la rueda; acercósele Menelao Atrida con la ingente lanza, y aquél, abrazando sus rodillas, así le suplicaba:

—Hazme prisionero, hijo de Atreo, y recibirás digno rescate. Muchas cosas de valor tiene mi opulento padre en casa: bronce, oro, hierro labrado; con ellas te pagaría inmenso rescate, si supiera que estoy vivo en las naves aqueas.

Así dijo, y le conmovió el corazón. E iba Menelao a ponerlo en manos del escudero, para que lo llevara a las veleras naves aqueas, cuando Agamenón corrió a su encuentro y lo increpó diciendo:

—¡Ah, bondadoso! ¡Ah, Menelao! ¿Por qué así te apiadas de estos hombres? ¡Excelentes cosas hicieron los troyanos en tu casa! Ninguno de los que caigan en nuestras manos se libre de tener nefanda muerte, ni siquiera el que la madre lleve en el vientre, ¡ni ése escape! ¡Perezcan todos los de Ilio, sin que sepultura alcancen ni memoria dejen!

Así diciendo, cambió la mente de su hermano con la oportuna exhortación. Repelió Menelao al héroe Adrasto, que, herido en el ijar por el rey Agamenón, cayó de espaldas. El Atrida le puso el pie en el pecho y le arrancó la lanza”.[62]

6.4. Suspensión de la contienda armada, respeto por los muertos y enterramiento honroso

De análoga manera, se avanza en la suspensión de la contienda armada y en el respeto por los muertos, su enterramiento honroso, sin distinción alguna:

“Levantóse Príamo Dardánida, consejero igual a los dioses, y les arengó con benevolencia diciendo:

—¡Oídme, troyanos, dárdanos y aliados, y os manifestaré lo que en el pecho mi corazón me dicta!

Cenad en la ciudad, como siempre; acordaos de la guardia, y vigilad todos; al romper el alba, vaya Ideo a las cóncavas naves; anuncie a los Atridas, Agamenón y Menelao, la proposición de Alejandro, por quien se suscitó la contienda, y háganles esta prudente consulta: Si quieren, que se suspenda el horrísono combate para quemar los cadáveres; y luego volveremos a pelear hasta que una deidad nos separe y otorgue la victoria a quien le plazca”.[63]

“Ya el sol hería con sus rayos los campos, subiendo al cielo desde la plácida y profunda corriente del Océano, cuando aqueos y troyanos se mezclaron unos con otros en la llanura. Difícil era reconocer a cada varón; pero lavaban con agua las manchas de sangre de los cadáveres y, derramando ardientes lágrimas, los subían a los carros. El gran Príamo no permitía que los troyanos lloraran: éstos, en silencio y con el corazón afligido, hacinaron los cadáveres sobre la pira, los quemaron y volvieron a la sacra Ilio. Del mismo modo, los aqueos, de hermosas grebas, hacinaron los cadáveres sobre la pira, los quemaron y volvieron a las cóncavas naves”.[64]

“—Si quieres que yo pueda celebrar los funerales del divino Héctor, haciendo lo que voy a decirte, oh Aquiles, me dejarías complacido. Ya sabes que vivimos encerrados en la ciudad; y la leña hay que traerla de lejos, del monte, y los troyanos tienen mucho miedo. Durante nueve días lo lloraremos en el palacio, el décimo lo sepultaremos y el pueblo celebrará el banquete fúnebre, el undécimo le erigiremos un túmulo y el duodécimo volveremos a pelear, si necesario fuere.

Contestóle el divino Aquiles, el de los pies ligeros:

—Se hará como dispones, anciano Príamo, y suspenderé la guerra tanto tiempo como me pides.

Así, pues, diciendo, estrechó por el puño la diestra del anciano para que no sintiera en su alma temor alguno”.[65]

“—Ahora, troyanos, traed leña a la ciudad y no temáis ninguna emboscada por parte de los argivos; pues Aquileo, al despedirme en las negras naves, me prometió no causarme daño hasta que llegue la duodécima aurora”.[66]

6.5. Nuevo orden moral

Así, pues, en la búsqueda de nuevas entonaciones y significados morales que logren suscitar fuertes respuestas emotivas, el poema homérico se encamina a la creación de un nuevo orden moral (nómos), con nuevos compromisos valorativos, provisto de un nuevo lenguaje, de una “nueva forma de téchne salvadora de la vida”, que designa y resignifica el sentir humano, ante la desintegración de una comunidad que, hasta ese momento, se ha autodefinido jactanciosamente como heroica, en la cual el arrojo o la valentía son los valores supremos,[67] para dar paso a una sensibilidad mucho más refinada y a nuevos reconocimientos y capacidades morales, hermanadas en un común sufrimiento.

7. El hombre heroico se troca en compasivo

En la evolución de las capacidades morales, la compasión irrumpe ante la conciencia del hombre acerca de su exilio y vulnerabilidad, de las vicisitudes de la fortuna y la “común miseria humana”, lo que lo obligará a tender puentes con sus semejantes para superar sus miedos y necesidades profundas, que lo prepararán para la interacción moral empática, con una amplia resonancia en el sistema de valores y de creencias de una comunidad dada en un tiempo y espacio determinado:[68]

 “Dejadme, amigos, por más intranquilos que estéis; permitid que, saliendo solo de la ciudad, vaya a las naves aqueas y ruegue a ese hombre pernicioso y violento: acaso respete mi edad y se apiade de mi vejez. Tiene un padre como yo, Peleo, el cual le engendró y crió para que fuese una plaga de los troyanos; pero es a mí a quien ha causado más pesares. ¡A cuántos hijos míos mató, que se hallaban en la flor de la juventud! Pero no me lamento tanto por ellos, aunque su suerte me haya afligido, como por uno cuya pérdida me causa el vivo dolor que me precipitará en el Hades: por Héctor, que hubiera debido morir en mis brazos, y entonces nos hubiésemos saciado de llorarle y plañirle la infortunada madre que le dio a luz y yo mismo”.[69] 

7.1. Imaginación empática 

Es así como hacia el final del texto poético, aleccionador de nuevas emociones morales, de nuevos dictados de conciencia pública, se apelará a la piedad y a la compasión, demarcando las semejanzas, en la “solidaridad fundada en la fragilidad del ser humano y el lote común de sufrimientos que puede ser el suyo”.[70]

De esa manera, se acude a una figura común, la del recuerdo del umbral de la vejez, tanto en la figura del padre del héroe griego, Peleo, como en la del rey teucro, Príamo, lo cual moverá al llanto a sus personajes: uno llorará por el hijo muerto y el otro por su propio padre y por su amado amigo. En cierre perfecto del círculo dramático, el hiperbólico personaje, entregado a los recuerdos, se saciará de llanto y mirará compasivamente al rey teucro, conmovido por su sufrimiento.[71] Esto conducirá al mutuo reconocimiento en el dolor de los personajes (agnición o anagnórisis), en el que se descubrirán de manera intensa los muchos infortunios que el ánimo del rey teucro ha soportado y que el héroe griego le ha infligido, pues es quien ha matado a “tantos y tan valientes hijos”.

No es menos inquietante que el telón del poema homérico que se había abierto con el canto de la diosa a la cólera del Pelida Aquileo, “cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves”, se cierre con el descubrimiento de “la hija de la mañana, la Aurora de rosáceos dedos”, en la que hubo de congregarse el pueblo en torno de la pira funeraria de Héctor, pues en ello podemos entrever cierto destello de la fragilidad y fugacidad humanas.

7.2. Desvanecimiento de la pira funeraria

Al final de todo ese inmenso catálogo del dolor, donde se mencionan los caudillos y las naves todas que acudieron a Ilión, que intenta nombrar y enumerar la muchedumbre, “como si tuviera diez lenguas, diez bocas, voz infatigable y corazón de bronce”,[72] tratando de combatir la condición espectral del hombre,[73] quedará tan solo el túmulo funerario que guarda los blancos huesos de Héctor, domador de caballos, envueltos en fino velo, como si de alguna manera se entendiera que “lo gigantesco puede ser una forma de lo invisible”.

En ese cuadro de inmensa claridad, donde la mirada se pierde y se desvanece, una vez apagada la pira funeraria, suspendido el fragor de la batalla, algo nos convoca de manera provocadora, lanzándonos nuevos retos de imaginación empática y de aleccionadora humanidad.

8. Conclusiones 

Desde el fondo de este largo poema homérico, testimonio de la caducidad y miseria humana, el poeta da cuenta de la honda transformación espiritual del hombre.

Al fijar su mirada sobre los intersticios que deja el campo de batalla, el poeta se volcará sobre la vulnerabilidad humana, trascenderá el espíritu heroico de lucha y victoria característico del hombre antiguo, que de manera incesante ha buscado la supremacía entre sus pares (aristeiai) –tal como lo destaca Jaeger en su estudio de la cultura griega–, y erigirá sobre esa nueva sensibilidad toda una constelación de conceptos de ideales éticos.

Así, pues, el poema dejará algo nuevo y aleccionador en la conciencia emotiva de los hombres que han combatido duramente contra otros hombres, incluso contra un río de linaje divino, transfigurado en hombre, irritado y asombrado por acciones nefandas, que han causado llanto y dolor; que han despojado de armas y armaduras a los caídos en el campo de batalla; que han peleado defendiendo un cadáver, frente a la arremetida de otros que han querido arrebatárselo y exponerlo como trofeo de batalla, en afrentoso acto, o han querido cruelmente entregarlo a los perros para ser despedazado; que agitaron afiladas lanzas y espadas; que han hecho que los corceles de Aquiles lloraran, fuera del campo de batalla y que el dios más poderoso de su mitología se arrepintiese de haberlos entregado a un mortal para que tuviesen penas, convencido de que no hay un ser más desgraciado que el hombre, entre cuantos respiran y se mueven sobre la tierra.[74] De esa manera, nuevos usos morales se impondrán sobre el campo de batalla, al tratar de refrenar la violencia o feroz cólera del combatiente. El pudor, la piedad, el decoro, las súplicas imprimirán a los actos del hombre el sentido de un límite que no podrá traspasarse, a riesgo de comprometer su propia humanidad.

En esa tensión de límites propia del campo de batalla, el hombre descubrirá que lo que está en juego es su humanidad, por lo que buscará un autodominio, una moderación, una estructura protectora (sophrosyne) que permita oponer la “cruel ofuscación” que nubla su buen juicio, y no da cobijo a su honda fragilidad.Así que, el hombre, consciente de su incompletud y de su extrema vulnerabilidad, se verá expuesto a un gran sufrimiento y sabrá que por fuera de ese derrotero de humanidad que ha dispuesto para la contienda armada solo enfrentará el umbral fatal del horror, su no lugar humano.

Es significativa la forma como el poema homérico nos representa el ideal de la vida humana, evocada de manera profunda sobre la fragua del escudo del héroe que el dios Hefesto le hiciera, en la cual grabara la memoria de las dos ciudades de hombres dotados de palabras.[75] En una, se celebran bodas y festines, jóvenes danzantes forman ruedos, dentro de los cuales suenan flautas y cítaras. Los hombres están en el ágora reunidos, donde dos varones contienden por una deuda de sangre, a la espera del juicio que habían hecho ancianos sentados sobre pulimentadas piedras en sagrado círculo, a quien mejor demostrara la justicia de su causa. La otra ciudad aparece cercada por dos ejércitos, revestidos de lucientes armaduras, que quieren destruirla o saquearla. Pronto se traba una batalla, en la cual se herían unos a otros, “se agitaban la Discordia, el Tumulto y la funesta Parca”.

Así, en esa honda representación de lo humano, el dios dejará grabado un campo fértil y vasto que se labraba por tercera vez, en donde muchos labradores guiaban las yuntas, y un hombre les salía al encuentro y les daba una copa de dulce vino. Igualmente, dejará representado un campo real donde jóvenes siegan las mieses; donde un rey se encuentra sin desplegar los labios, con el corazón alegre, y sus heraldos preparan un gran banquete; doncellas y mancebos cogidos de las manos danzan, un muchacho toca suavemente la cítara, un rebaño de vacas, y dos saltadores hacen cabriolas.

Como si en todas esas evocaciones plenas y elementales de la vida quisiera el poeta homérico trazar lo delicado del tejido humano, su honda fragilidad, el lugar donde la fragua del dios Hefesto se muestra impotente para proteger u ocultar al hombre de la muerte horrísona, cuando el terrible destino se le presenta,[76] tal como hubo de expresarlo el dios ante el afligido ruego de la madre del héroe, que clama por la fabricación de las armas.

Es por ello que el poeta acudirá al único escudo protector contra la violencia y la fuerza desmedida: la humanidad del hombre, a través de esos nuevos cánones morales, correctores de su actuación insensata, modeladores de una espiritualidad, ante la conciencia de “nuestra común vulnerabilidad”. La transgresión de esta nueva preceptiva moral despertará el sentimiento del daño y la pena en la figura de la perniciosa Ate, en donde el mito adquiere una instancia normativa, a la manera de Jaeger, aconsejando, advirtiendo, amonestando, exhortando, prohibiendo u ordenando algo.

De esta manera el texto homérico, al igual que el derecho humanitario, en palabras de Alejandro Valencia Villa, introduce una herramienta de moderación y aliento frente al amigo o al enemigo, limita el uso de la violencia, reconoce la naturaleza del ser humano, implica una exigencia hacia los demás y la aceptación de un compromiso esencial con el otro, en un sinnúmero de afinidades que nos atan como familia humana,[77] al propiciar el reconocimiento recíproco de quienes se enfrentan en el campo de batalla.

 

Referencias

[1] Ese es el parecer de Diana Hernández Hoyos, Derecho Internacional Humanitario, La Corte Penal Internacional (CPI), su estructura y sus funciones pronunciamientos de Tribunales Internacionales y de la CPI, 3 ed., Bogotá, Ediciones Nueva Jurídica, 2012, p. 36, siguiendo a Pedro Pablo Camargo.

[2] En este sentido puede consultarse el texto de Alejandro Valencia Villa, La humanización de la guerra, Derecho internacional humanitario y conflicto armado en Colombia, Bogotá, Ediciones Tercer Mundo, Ediciones Uniandes, 1992, pp. 18-19, en cita de Roger Caillois y Jean Pictet.

[3] Ver Alejandro Ramelli Arteaga, Derecho Internacional Humanitario y Corte Penal Internacional, Bogotá, Ministerio de Justicia, Unión Europea, Agencia Presidencial de Cooperación Internacional de Colombia, Defensoría del Pueblo, Universidad Santo Tomás, Corcas Editores, 2013, pp. 18-19.

[4] Jean Pictet, Desarrollo y principios del derecho internacional humanitario, Bogotá, TM Editores, Instituto Henry Dunant, Comité Internacional de la Cruz Roja, 1998, p. 17.

[5] Emiliano Buis, “Las lágrimas de Zeus, la prudencia de Atenea: normas humanitarias, fuentes históricas y el reconocimiento de un ‘derecho internacional’ en el mundo griego antiguo”, en Revista Jurídica de Buenos Aires, (2012), pp. 357-383.

[6] Will Durant, al historiar la vida de Grecia y al referirse a la edad heroica de este periodo, sostendrá que “vivíase entonces en un mundo desordenado, hambriento y atormentado, en el que cada cual ha de ser su propio policía, con las flechas y el dardo siempre a mano y con una enorme capacidad para ver correr la sangre sin inmutarse […] Como los aqueos apenas conocen la seguridad en su patria, no la respetan en el extranjero; proceder honradamente es debilidad; la virtud suprema, según su concepción, consiste en poseer una inteligencia valiente y cruel. La virtud es, etimológicamente, virtus, virilidad, areté, la cualidad de Ares o Marte. El hombre bueno no es aquel amable e indulgente, leal y sobrio, trabajador y honrado, sino el que combate con destreza y bravura”

(Will Durant, Vida de Grecia, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1957, p. 91).

[7] Werner Jaeger, Paideia: los ideales de la cultura griega, México, Fondo de Cultura Económica, 1980, pp. 4-5.

[8] En opinión de Jaeger, la palabra “virtud”, en su acepción no atenuada por el uso puramente moral, como expresión del más alto ideal caballeresco, unido a una conducta cortesana y selecta y el heroísmo guerrero, expresaría acaso el sentido de la palabra griega. El concepto de areté es usado con frecuencia por Homero, en su más amplio sentido, no solo para designar la excelencia humana, sino también la superioridad de seres no humanos, como la fuerza de los dioses o el valor y la rapidez de los caballos nobles (ibid., pp. 20-21).

[9]Ibid., pp. 32, 51.

[10]Ibid., p. 57.

[11] Simone Weil, La fuente griega. La Ilíada o el poema de la fuerza, Madrid, Trotta, 2005, p. 15.

[12] Estudios sobre evolución lingüística sitúan su escritura alrededor del año 762 a. C.

 

[13] Daniel Jonah Goldhagen, Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el Holocausto, Madrid, Taurus, 1997, pp. 51-77.

[14] Los principios de una conversación social, es decir, las maneras fundamentales en que una cultura concibe y representa el orden del mundo, y los órdenes y las pautas de la existencia social. El término conversación incluye toda la producción lingüística, oral o escrita, así como los símbolos, que siempre se enmarcan e interpretan lingüísticamente. La conversación de una sociedad define y forma gran parte de la comprensión que un individuo tiene del mundo. La realidad social se toma de la corriente de conversaciones interminables que la constituyen (ibid., p. 593).

[15] Martha C. Nussbaum, El cultivo de la humanidad. Una defensa clásica de la reforma en la educación liberal, Bogotá, Paidós Básica, 2019.

[16] Homero, Ilíada, Bogotá, Editorial Panamericana, traducción Luis Segalá y Estalella, 1999, I, 352, p. 22.

[17]Ibid., XXI, 107, pp. 433-434.

[18]Ibid., XIX, 418, p. 412.

[19]Ibid., I, 414, p. 24.

[20]Ibid., I, 503, p. 27.

[21]Ibid., XXI, 273, p. 439.

[22] Simone Weil, La fuente griega, op. cit., pp. 39-40.

[23] Homero, Iliada, op. cit., IX, 405-410, p. 184.

[24]Ibid., IV, 473-483, pp. 88-89.

[25]Ibid., XXI, 461, p. 445.

[26]Ibid., IV, 473, pp. 88-89.

[27]Ibid., V, 49, p. 94.

[28]Ibid. V, 59, p. 94

[29]Ibid., V, 607, p. 111.

[30]Ibid., IV, 457-467, p. 88; V, 144, p. 97.

[31] Ibid., 550, p. 109.

[32]Ibid., XXI, 316, p. 440.

[33]Ibid., IV, 446, p. 88.

[34]Ibid., VIII, 542, p. 171.

[35]Ibid., IX, 502-519, pp. 187-187.

[36] Weil, La fuente griega, op. cit., p. 29.

[37]Ibid., VI, 430, p. 134.

[38]Ibid., XXI, 561, p. 449.

 

[39] Jorge Luis Borges, “El inmortal”, en El Aleph,Barcelona, Círculo de Lectores, 1975, p. 376.

[40] Homero, Ilíada, op. cit., XV, 306, p. 310.

[41] “Amigo, tu padre Peleo te daba estos consejos el día en que desde Ftía lo envió a Agamenón: ‘¡Hijo mío! La fortaleza, Atenea y Hera te la darán si quieren; tú refrena en el pecho el natural fogoso –la benevolencia es preferible– y abstente de perniciosas disputas para que seas más honrado por los argivos jóvenes y ancianos’” (ibid., IX, 254, p. 180).

[42] “El gran Príamo entró sin ser visto, acercóse a Aquiles, abrazóle las rodillas y besó aquellas manos terribles, homicidas, que habían dado muerte a tantos hijos suyos” (ibid., XXIV, 477, pp. 514-515).
“Mas yo, desdichadísimo, después que engendré hijos excelentes en la espaciosa Troya, puedo decir que de ellos ninguno me queda. Cincuenta tenía cuando vinieron los aqueos: diez y nueve procedían de un solo vientre; a los restantes diferentes mujeres los dieron a luz en el palacio. A los más el furibundo Ares les quebró las rodillas; y el que era único para mí, pues defendía la ciudad y sus habitantes, a ése tú lo mataste poco ha, mientras combatía por la patria, a Héctor, por quien vengo ahora a las naves de los aqueos, a fin de redimirlo de ti, y traigo un inmenso rescate” (ibid., XXIV, 492, p. 515).

[43] “Te lo ruego por tu alma, por tus rodillas y por tus padres: ¡No permitas que los perros me despedacen y devoren junto a las naves aqueas! Acepta el bronce y el oro que en abundancia te darán mi padre y mi venerada madre, y entrega a los míos el cadáver para que lo lleven a mi casa, y los troyanos y sus esposas lo entreguen al fuego” (ibid., XXII, 317, p. 462).

[44] “Pero, respeta a los dioses, Aquiles, y apiádate de mí, acordándote de tu padre; que yo soy todavía más digno de piedad, puesto que me atreví a lo que ningún otro mortal de la tierra: a llevar a mi boca la mano del hombre matador de mis hijos” (ibid., XXIV, 495-506, p. 515).

[45] “¿He de llevar a Zeus, oh Posidón, de cerúlea cabellera, que ciñes la tierra, una respuesta tan dura y fuerte? ¿No querrías modificarla? La mente de los sensatos es flexible. Ya sabes que las Erinias se declaran siempre por los de más edad” (ibid., XV, 201, p. 306).

[46] Jacqueline De Romilly, La Grecia Antigua contra la violencia, Madrid, Gredos, 2000, p. 77.

[47]Ibid., p. 78.

[48] Platón, “Protágoras, o los Sofistas”, en Obras completas, Madrid, Aguilar, 1991, pp. 168-169.

[49] Homero, Ilíada, op. cit., XXIV, 33, p. 500.

[50]Ibid., VIII, 353, p. 165.

[51]Ibid., VIII, 335, p. 165.

[52]Ibid., XXI, 214, p. 437.

[53]Ibid., XVIII,117, p. 383.

[54]Ibid., XXI, 114, p. 434.

[55]Ibid., XXI, 122, p. 434.

[56]Ibid., XXIV, 1-22, pp. 499-500.

[57]Ibid., XXIV, 415, p. 513.

[58]Ibid., IV, 433-441, p. 87.

[59]Ibid., XXII, 56-76, p. 453.

[60]Ibid. XXI, 77-86, p. 454.

[61]Ibid., IX, 502, 510, pp. 186-187.

[62]Ibid., VI, 37-65, pp. 122-123.

[63]Ibid., VII, 365-368, pp. 149-150.

[64]Ibid., VII, 421, p. 151.

[65]Ibid., XXIV, 650-668, pp. 520-521.

[66]Ibid., XXIV, 779, p. 524.

[67] No obstante conocer el héroe griego su destino, del cual puede escapar siguiendo su corazón varonil que le aconseja tomar legítima esposa, digna cónyuge suya, y gozar de las riquezas adquiridas por su padre anciano Peleo, pues, su madre, “la diosa Tetis, de argentados pies, dice que las parcas pueden llevarme al fin de la muerte de una de estas dos maneras: Si me quedo aquí a combatir en torno de la ciudad troyana, no volveré a la patria tierra, pero mi gloria será inmortal; si regreso, perderé la ínclita fama, pero mi vida será larga, pues la muerte no me sorprenderá tan pronto”, optará por quedarse a combatir (ibid., IX, 40-417, p. 184).

[68] En este aspecto de la imaginación compasiva puede consultarse a Nussbaum, El cultivo de la humanidad, op. cit., pp. 116-148.

[69] Homero, Ilíada, op. cit., XXII, 416, p. 465.

[70] Romilly, La Grecia Antigua contra la violencia, op. cit., p. 74.

[71] Homero, Ilíada, op. cit., XXIV, 509-518, 1999 p. 516.

[72]Ibid., II, 484, p. 46.

[73] Se hace sugerente cómo Homero, en varias ocasiones, alude al carácter espectral del hombre: “si todo no ha sido sueño” (Ibid., III, 179, p. 65; XI, 761, p. 237; XXIV, 425, p. 513). En el Canto XXII, 200, p .457, se indica: “Como en sueños ni el que persigue puede alcanzar al perseguido, ni este huir de aquél; de igual manera, ni Aquileo con sus pies podría dar alcance a Héctor, ni Héctor escapar de Aquileo”.

[74]Ibid., XVII, 427-441, pp. 367-368.

[75]Ibid., 490-605, pp. 394-398.

[76]Ibid., XVIII, 463, p. 394.

[77] Valencia Villa, La humanización de la guerra, op. cit., pp. 189-192.

Bibliografía

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