Desde los avances científicos de los años 60 se abrieron las discusiones del principio y del final de la vida. Surgieron dilemas opuestos que condujeron a científicos a tomar posiciones fundamentales frente a decisiones de vida de cara a los problemas de los pacientes. Hoy, nos hemos acostumbrado a un relativismo ético, en el que la libertad está por encima de los derechos esenciales de la persona humana; hemos contemporizado con decisiones de “libertades” contrarias a la razón de ser de la medicina, que está basada en el principio hipocrático de “no hacer daño”.

Hoy, con un ejercicio de historia comparada, nos surgen dudas y confusiones. Actualmente, hemos virado a un enfoque de bioética utilitarista y simplista. Veamos: cuando un comité de no objetores de conciencia acepta el caso de un paciente que por miedo a sufrir con una enfermedad oncológica toma la decisión de ser sometido al acto eutanásico mediante la aplicación de la dosis letal, estamos en el umbral de la deshumanización de la medicina, en el cementerio de los principios médicos y en la antesala de la deformación de la esencia de la medicina.

Ese comité era el mismo que realizaban los científicos de las SS (Schutzstaffel) en la Alemania nazi de los años 40. Aquellos científicos, en comités, tomaban la decisión de exterminar a los llamados “enfermos incurables”. Iniciándose la Segunda Guerra Mundial, las personas que sufrían discapacidades físicas o enfermedades mentales eran perseguidas para asesinarlas en el marco de lo que los nazis llamaban programa T-4 o de “eutanasia”. El programa requería la cooperación de muchos médicos alemanes que revisaban los expedientes de los pacientes de instituciones para determinar qué personas con discapacidades o enfermedades mentales debían ser asesinadas. Los médicos también supervisaban los asesinatos reales.

“La vida prima sobre códices, leyes o ideologías que terminan sesgando las decisiones”.

Pero miremos hasta dónde puede llegar la autonomía y el daño que puede causar. En Tuskegee, un pueblo de Alabama (Estados Unidos), entre 1932 y 1972, sus habitantes fueron objeto del “estudio” sistemático prospectivo más aberrante, que incluía la violación de los derechos de las personas. Allí, un grupo de “investigadores” resolvió utilizar a familias de habitantes de esta población infectándolas con Treponema pallidum, causante de la sífilis, para ver en el tiempo cómo se desarrollaba la enfermedad y qué secuelas tenía. Los resultados fueron los siguientes: 399 infectados, de los cuales 74 habían sobrevivido a los 40 años, 28 murieron de sífilis, 40 esposas de pacientes contagiadas y 19 niños con sífilis congénita. El grupo de médicos y enfermeras consideró que la sociedad recibiría una retribución con el conocimiento adquirido y basaron la autonomía en términos de justicia y beneficencia en favor de quienes enfermarían de sífilis en el futuro.

Después de esto, en 1979, el Informe Belmont del Congreso de los Estados Unidos trató de dar lineamientos a la investigación en humanos y, posteriormente, salió la publicación de Beauchamp y Childress, que enmarca la ética “principialista”.

Es importante recordar que, frente a un dilema, debe ser fundamental la visión de la persona humana, su individualidad, su trascendencia, y encontrar que la vida prima sobre códices, leyes o ideologías que terminan sesgando las decisiones.