Mi primer momento de cuidado

"Al fin comprendí esa relación tan importante que debe haber entre el enfermero y el paciente".

Por: Cristian Camilo Vanegas Sandoval, estudiante de Enfermería

Mi primer día de práctica comenzó con mucha ansiedad, felicidad e, incluso, duda acerca de si esto sería “lo mío”. No tenía idea de con quién me encontraría detrás de esa habitación del área de Hospitalización de la Clínica Universidad de La Sabana. Nunca en mi vida había estado dentro de los servicios de una clínica como alguien que iba a brindar cuidado.

El primer paciente era un hombre mayor. Al entrar en la habitación, no se percató de mi presencia. Aquel hombre estaba dormido y yo temía despertarlo. Pero lo llamé por su nombre y me respondió amablemente.

Me paré a su lado, le pregunté cómo estaba y si sentía dolor. Él me contestó que estaba “muy, pero muy bien”, y lo dijo con una gran sonrisa en su rostro. En ese momento, esas palabras me parecieron tremendamente valientes y llenas de esperanza. Me miró y empezó a hablar conmigo, muy simpático e interesado en cómo estaba fluyendo mi carrera. Por primera vez, había hablado con un paciente; me había mirado como si ya fuese un enfermero... ¡su enfermero!

Le pregunté a su hijo qué le pasaba y me contó que tenía Alzheimer. No sabía cómo reaccionar. No voy a mentir: fue realmente difícil mantener una conversación con él, pero no fue imposible. De hecho, fue satisfactorio. Jamás había hablado con una persona tan llena de conocimiento, de valores, de esperanza. No había conocido a alguien tan humano como ese señor.

A pesar de su condición, logró contarme gran parte de su vida. “Ha sido muy valiente, señor. Felicidades”, le dije. Y él me apretó la mano con fuerza, al tiempo que yo le tomaba el pulso arterial. Fue un apretón diferente a los muchos que me han dado; este se sentía lleno de gloria.

Recuerdo también que, cuando él se dormía y despertaba de nuevo, me preguntaba: “¿Quién es usted?”. Yo sonreía al instante y, con el mayor de los gustos, le repetía cuantas veces fuera necesario todo lo que debía saber. Era como conocernos varias veces. Lo que entendí fue que no se necesita mucho tiempo para tomarle bastante aprecio a alguien.

Justo antes de irme, le pregunté: “Señor, ¿usted tiene frío?, ¿quiere que le ponga su manta?”. Él sonrió de nuevo y me respondió: “Sí, por favor. Se lo agradezco mucho”. Le puse su manta y sentí cómo se puso de cómodo, de manera que se durmió con una sonrisa grande. Al fin comprendí esa relación tan importante que debe haber entre el enfermero y el paciente.

Justo en ese instante, me sentí muy orgulloso de estudiar Enfermería. Es inexplicable, pero es fantástico sentir esa amistad, cordialidad y confianza absoluta con una persona que acababa de conocerse. Salí con lágrimas en los ojos, orgulloso, con expectativa y con ganas de volver a entrar en esa y muchas más habitaciones. Pensé: “Esto es lo que se pierden muchos enfermeros en su día a día, y espero pensarlo en todos los momentos en que ejerza mi profesión”.

Ese señor cambió mi forma de ver la vida. Ahora, puedo responder a mi duda inicial: ¡esto es lo mío! Y, en realidad, quiero brindar cuidado toda mi vida.