Punto de vista: arcoíris

Por Gabriel Pineda A., magíster en Lingüística Panhispánica y profesor del Departamento de Lingüística, Literatura y Filología.

Rainbow over forest of fir trees in summer

Salía de clase a mediodía e iba caminando hacia el edificio E, cuando me encontré con Carlos Sampedro, director de programa
de Filosofía. Al verme llegar, apuntó con un dedo hacia arriba y me dijo: –¡Mire!

En el centro del improbable cielo despejado, el sol resplandecía rodeado de un anillo de colores. Conté seis de los siete que solemos encontrar
en el espectro, hasta que mis ojos no resistieron más la luz. Alguien nos preguntó por qué sucedía dicho fenómeno, pero coincidimos en que no se trataba de una duda lingüística y, mucho menos, filosófica. Afortunadamente, David Tovar, profesor de la Licenciatura en Ciencias Naturales,
se lo explicó a la comunidad universitaria horas después, a través de los medios institucionales. –Nunca había visto el arcoíris así, comentó alguien
más. Hasta ese momento, yo no había querido darle nombre a lo que veía. El fenómeno tenía los colores del arcoíris, pero no era un arco. Su forma era anular.

–¿Sí se llama arcoíris?
–No lo creo, respondí.

Los fenómenos naturales nos siguen causando asombro, a pesar de que los desarrollos tecnológicos intentan atraparnos con juegos, funciones y aplicaciones, en múltiples pantallas.Esa es una muestra de nuestra conexión con el mundo, con la curiosidad y la exploración, una de las cualidades que nos hacen humanos. Las máquinas podrán captar imágenes más nítidas y detalladas, arrojarnos millones de datos sobre ellas, pero ¿se cuestionan sobre los fenómenos que documentan y capturan?

Sabiendo que no éramos los únicos mortales que alguna vez miramos hacia el cielo, consulté los registros lexicográficos históricos. Covarrubias,
en 1611, explicaba en su diccionario que «el arco celeste, que en tiempo de grandes lluvias se forma en el aire de varios colores, poéticamente se llama iris». La poesía está en que, como lo aprendimos durante nuestra infancia, el arco de colores se forma en el cielo cuando el sol reaparece después de un momento de lluvia.

Sutilmente, Covarrubias registra que el nombre del fenómeno se denota con dos palabras arco e iris, por lo cual se acepta, desde el Diccionario de Autoridades de la Real Academia Española de 1780, el nombre de arco iris. A pesar de eso, se ha escrito históricamente con diferentes ortografías. El registro más antiguo de arco iris aparece en Escándalos, una de las transcripciones de los sermones de Antonio Delgado y Buenrostro de 1688: «respóndoos que habían visto estos santos varones rodeado el trono del arco iris. Y como el iris es señal de paz, de fin de lluvias, de haberse acabado la tormenta, la tempestad de las aguas y el horror de las nubes, conocieron que estaba Dios por entonces desenojado».

Posteriormente, encontramos una ortografía alternativa en una de las poesías de Guillermo Prieto, de 1837:
"Emblema de la esperanza,
Arco-iris de consuelo
Símbolo de paz del cielo
Entre el hombre y el amor,
Señal de gratitud pura
En la beldad apacible
Es divina, indefinible
La sonrisa del pudor".
 

A pesar de todo, es más antiguo el registro de arcoiris (sin la tilde marcada en el hiato) de la primera traducción del Origen, progresos y estado actual de toda la literatura, un tratado de historia comprada de la literatura y los escritos científicos, escrito por el sacerdote Juan Andrés de Morel entre 1782 y 1799: «El arcoiris había ocupado por muchos siglos el estudio de los físicos y de los geómetras, pero como todos querían derivarlo únicamente de la reflexión, no podían dar de él más que explicaciones distantes de la verdad».

Usualmente, cuando dos palabras tienden a unirse para conformar una nueva, vemos que la ortografía va dando testimonio de ese cambio con el paso del tiempo: primero, empieza escribiéndose el conjunto por separado (social y económico, social económico, socio económico). Después, cuando la pronunciación tiende a juntarlos y el término se torna más corriente, solo se separa con un guion (socio-económico). Finalmente, la unión da origen a una nueva palabra que denota el significado del conjunto (socioeconómico). Cuanto más se usa el término, más rápido avanza y se normaliza su ortografía.

Por eso hay quienes pensamos que es más armónico y poético decir arcoíris, marcando la tilde en el hiato que, a la vez, une y separa las dos raíces, recordándonos su origen binario. Esta ortografía refleja el ritmo con el que pronunciamos el nombre del adorno celeste, con sorpresa y sin interrupciones y, si queremos ir más allá, honra la forma en que el espectro anuncia el final de la tormenta, cuando aún no se ha despedido completamente la lluvia. Así lo escribe Fernando del Paso en Palinuro de México, en 1982: «A cambio de ello, no hizo ningún comentario sobre las muchas veces que Estefanía escribió palabras como “mundo”, “Dios”, “universo”, “arcoíris”, “ángeles” y “amor”, ni se fijó en el también infinito número de rosas que aparecían en el manuscrito […]».

Pero, cuando es circular, deja de ser arco y se llama halo solar porque ya los griegos habían llamado halo al aro que rodea al sol cuando hay agua o cristales de hielo en la atmósfera.