Un graduado comprometido con el desarrollo social

Guillermo Romero, graduado de Comunicación Social y Periodismo, se ha dedicado a restaurar, ladrillo a ladrillo, la vida de 455 familias en condiciones vulnerables de Cundinamarca.

Guillermo participa activamente en la construcción y planificación de las viviendas de los beneficiarios.

Mientras la ciudad permanece callada, dormida y nublada de frío, Guillermo alista un camión cargado de 4 mil ladrillos que, algunos kilómetros más tarde, podrían convertirse en esperanza. Son las 3:00 am del 13 de agosto de 2014 y el comunicador de 58 años madruga porque sabe que así, como dice el dicho, Dios le ayuda… y eso lo inspira. Está camino al barrio El Divino Niño, en Ciudad Bolívar, donde iniciará su buena acción del día.

“Me comprometí a hacer algo bueno por alguien cada día, desde 1981”, asegura Guillermo, al recordar la época en que adelantaba sus estudios de pregrado y hacía parte de un grupo de líderes de la Universidad, llamado Excelencia-Exigencia. “Una vez que trabajé en Transmilenio, como Gestor Social de Ciudad Bolívar, me di cuenta de que hay personas que viven en condiciones críticas, bajo tablas o pedazos de lata, y resolví que algo debía hacer para cambiarlo”, cuenta con decisión.

Comunicación que construye

Guillermo encontró que algunas empresas ladrilleras se solidarizaran con aquellas familias y donaran sus materiales. Luego, detectó algunas líderes dentro de la comunidad que estuvieron dispuestas a abanderar su Programa de Mejoramiento de Vivienda y, con ello, puso al servicio de la comunidad lo que mejor sabe hacer: comunicar.

“Son muchas las personas que, no solo necesitan ladrillos para mejorar su calidad de vida, sino que requieren ser escuchadas”, explica Guillermo, quien enumera otras tantas carencias que padece la comunidad, compuesta por personas desplazadas, reinsertadas y desmovilizadas. Algunos de esos problemas están relacionados con acueducto, alcantarillado, salud o seguridad.

Guillermo encontró que podía servir de puente entre las comunidades vulnerables y quienes tienen la capacidad de contribuir a su desarrollo. Con ello, ha logrado que diferentes actores, desde amigos hasta empresas, cooperen con donaciones de ropa, comida, útiles escolares o insumos para construcción. Otros se han sumado a su causa firmando convenios que permiten acceder a aquellos recursos con descuentos especiales.

Así, producto de la gestión de Guillermo, la comunidad de El Divino Niño hoy cuenta con la biblioteca Alfredo Ortega Jiménez, en honor a quien fue el decano de la Facultad de Comunicación durante sus años de estudiante. “Era una gran persona. Un día, me citó para entregarme ‘algunas’ cosas en donación. Resultaron ser varias cajas que contenían toda su colección de libros, para crear una biblioteca. Eran tantos, que no cupieron en dos salones de lectura”, cuenta Guillermo, quien concluye con admiración: “dos semanas después, falleció. No podía haber mejor homenaje a él que ponerle al lugar su nombre”.

“Ser buena gente”

Los cambios no llegaron solo para Ciudad Bolívar, donde además los habitantes gozan de 20 nuevos tanques y 700 metros de manguera para abastecerse de agua. Con el paso de los meses, Guillermo agendó sus buenas acciones diarias en otros 19 municipios, entre los que se encuentran Soacha, Zipaquirá, Cogua, La Palma y Pacho.

A la fecha, 455 familias han mejorado sus condiciones de vivienda y han aprovechado el más significativo aporte de Guillermo: “Los he instado a que confíen en que tienen el mismo valor que cualquier ser humano y, por eso, merecen vivir en condiciones más dignas”. Nada ha sido regalado. “Los he exhortado a ahorrar, a cuidar lo que obtienen como producto de su trabajo honesto”, cuenta Guillermo, quien asegura que cada familia se esmera por financiar o construir con sus manos la casa que han soñado. El producto de cada logro de alguno de los beneficiarios resulta en la motivación por seguir “construyendo hogar y familia”, según cuenta Guillermo.

Este proyecto, que es producto del espíritu solidario y desinteresado de quien ya suma 35 años como graduado de la Universidad de La Sabana, es también consecuencia de su paso por ella. Guillermo recuerda que, en el aula “uno aprende a ser buena gente. En esta Universidad, en definitiva, nos forman como excelentes profesionales, pero nos dan la gran lección de que aquello de nada sirve si no se es buena persona”, asegura con entusiasmo y concluye: “lo importante, por supuesto, es que se nos note en las acciones”.