El día en que el agua evidenció que somos una comunidad de personas 

Una de las cuatro columnas de la entrada al edificio E1 del Campus de la Universidad de La Sabana es de un color distinto de las otras que tiene el edificio. Andrés Lizcano, profesor de la Escuela Internacional de Ciencias Económicas y Administrativas señala la columna cuando se le pregunta por la inundación del Campus: “De las cuatro columnas que tiene el edificio, sólo tres están pintadas. El motivo es recordar a qué nivel llegó el agua en este edificio”.  

Lizcano recuerda que ese día, en el trayecto entre el municipio de La Calera, donde vive, y Chía, fue víctima de un enorme trancón, consecuencia de las múltiples inundaciones que había en la sabana de Bogotá por las fuertes lluvias. “cuando entré a la Universidad”, recuerda, “el agua del río ya llegaba hasta el borde del jarillón”. 

Ese 25 de abril de 2011 la vida en el Campus tomó un giro inesperado: “Yo nunca me imaginé que esto sucediera pues al llegar encontré todo normal” recuerda María. La comunidad universitaria regresaba ese día del receso de la Semana Santa y, aunque el INALDE, la Escuela de Negocios de La Sabana, se había inundado días antes, estudiantes y profesores desarrollaban sus actividades sin pensar que la situación se agravara. 

Rolando Roncancio, hoy Rector de la Universidad y a la sazón Secretario General del INALDE, estaba a unos 80 metros de donde se rompió el Jarillón: “Como veníamos desinundando el INALDE, estábamos trayendo algunos de los obreros que nos estaban ayudando en INALDE. Con Helbert estábamos hablando de la inundación y, de repente, ¡Pum!, estalló”. 

Germán Garavito, jardinero de la Dirección de Operaciones estaba entre las personas que intentaron contener el agua: “Nos pusieron a cargar arena en unas lonas y en el camión para tapar ese roto que se hizo allá del Río. El nivel del agua estaba muy alto”. Camilo Rodríguez estaba con él: “El talud, el Jarillón, se estaba cediendo, entonces optamos por recoger la arena de las canchas de vóley-playa y hacer el trinquete y no permitir que el talud se cediera más”. 

Rodríguez recuerda que su aparente éxito dio paso a la decepción: “estábamos los de mantenimiento como unos cinco. la primera fuga de agua la pudimos controlar. La segunda no, dio tiempo”. Cuando ya no hubo nada que hacer, Garavito empezó a evacuar a las personas que estaban en el Campus: “Se rompió el jarillón por la parte de atrás del edificio C. Entonces la entonces la señora Paula me ordenó evacuar la gente que estaba dentro de la universidad”.  

Las personas que estaban en el campus tuvieron que ser evacuadas rápidamente: “Yo estaba dando clase en el edificio B cuando llega un vigilante y nos avisa que debemos evacuar. Nunca me imaginé ver imágenes de la universidad completamente anegada”, relata Ana María Córdoba, directora de profesores y de investigación de la Facultad de Comunicación. 

Álvaro Mendoza, Rector de la Universidad de La Sabana de 1995 a 2005, evoca los primeros momentos de la inundación “Estaba en Punto Café tomándome un café antes de irnos y pude ver como el río rompió el jarillón oriental”. El carro de Mendoza fue el último en salir del campus. 

Como medida preventiva ante el incremento de las lluvias y del nivel del río Bogotá, el entonces Rector, Obdulio Velásquez, había anunciado la suspensión de clases hasta el miércoles 27 de abril. Pero a las 9:00 de la mañana esa decisión cambió. Con la ruptura del muro de contención, detrás del edificio C, la suspensión de clases paso a ser indefinida debido a que las aguas del río Bogotá comenzaron a inundar las instalaciones de la universidad. 500 mil metros cúbicos de agua ocuparon el terreno de la Universidad alcanzando una altura de 1.80 metros. 

Una semana llena de incertidumbre sobre cómo iba continuar el semestre académico. Los estudiantes estaban con el temor de que sus estudios fueran cancelados debido a la calamidad que se presentó en la universidad, mientras que la mayor preocupación de los trabajadores era acerca de su trabajo. 

“Nos fuimos para la casa muy tristes al ver cómo el agua entraba a la universidad. Enseguida pensé que había perdido mi trabajo”, recuerda María Cárdenas sobre ese momento de evacuación del campus. Por su parte, Germán dice que para él lo más duro fue perder sus matas: “me dio mucha tristeza y mucha nostalgia. Y lo más que pensaba era en ver mis maticas que se me secaron y se me murieron”. 

Recuperación y saneamiento 

La inundación de La Sabana fue un llamado para todos, un grito que, en voz del Obdulio Velásquez, entonces Rector, recordó que la universidad está compuesta por una comunidad de personas y que, confiando en esa comunidad, era como la Universidad iba a prosperar frente a la adversidad.  

Bogdan Piotrowski, Ex Decano de la Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas resalta la resiliencia de la Universidad y su comunidad: “Yo creo que se demostró que lo material no es tan importante como lo espiritual. ¿Por qué? Se perdieron muchas cosas de forma irremediable se salvaron otras, se salvó ese espíritu de entrega, de unión, de colaboración, de afirmación, de los lazos humanos. Eso es importante. El rector Obdulio supo direccionar los esfuerzos de todos, de la administración, de los académicos. A pesar de las pérdidas pudimos seguir trabajando. Ahí se manifestó esa palabra tan importante para mí: la solidaridad. Los estudiantes entendieron que cambiaron las circunstancias. Supieron seguir ese camino de la luz para lograr las verdaderas metas. Fíjense, ahí demostramos todos. Nuestra humanidad”. 

Nadie pudo prever lo que ese 25 de abril se vivió en el campus, pero a partir del lunes 2 de mayo la totalidad de las Facultades de La Universidad reiniciaron con relativa normalidad sus actividades. Fueron cinco las sedes alternas que se destinaron para continuar con el semestre.  

Los programas de Enfermería, Fisioterapia, Psicología y Filosofía se ubicaron en la sede La Caro de la Universidad Católica. Por otro lado, la sede de Los Arrayanes, ofrecida por la orden religiosa de Los Agustinos (hoy sede de la UniCervantes), albergó los estudiantes de las facultades de Comunicación, Ingeniería y de la Escuela Internacional. La Clínica Universidad de La Sabana sirvió como sede para la Facultad de Medicina junto con la Fundación Cardio Infantil, la Fundación Neumológica Colombiana, La Fundación Santa María y la Clínica Shaio. 

En la Sede Bogotá de la calle 80 funcionó la Facultad de Derecho desde el jueves 28 de abril, así como el Gobierno de La Universidad y las diferentes dependencias administrativas. El programa de Pedagogía Infantil funcionó en el Gimnasio Moderno. 

Desde el comienzo los empleados de la Universidad trabajaron para hacer posible el óptimo funcionamiento de las sedes alternas, empezando por recuperar lo que se pudiera del Campus inundado. José Guillermo Torres, Gestor de servicios tecnológicos en la Facultad de Comunicación, al conocer lo que estaba sucediendo su primera reacción fue registrar con una cámara lo que se vivía en el campus. Guillermo fue una de las personas que ingresó al campus completamente inundado con la misión de sacar los equipos del nuevo edificio K/L para que las clases de Comunicación pudieran seguir adelante: “Fue un trabajo difícil y muy fuerte pues debíamos sacar computadores, cámaras y todo lo que pudiéramos recuperar para así llevar los equipos a la sede destinada para la facultad de Comunicación en Arrayanes”, explica.  

Martha Elena Vargas, entonces profesora de La Escuela Internacional, rememora el esfuerzo por adecuar las sedes alternas: “Recuerdo mucho, mucho a la decana, Hilda Arango, ese fin de semana anterior con botas con machitas, con escoba y plumero. Cuando los estudiantes llegaron todo estaba. Las señoras (del aseo) habían puesto matas por todos los lugares, cosa que nos hizo muy agradable la llegada. Porque no fue al llegar a una edificación fría, sino que se veía el cariño”. 

En ese momento, María estaba encargada del punto de alimentación en la sede Los Arrayanes. “Fue muy difícil el adaptarnos pues instalaciones cómo las que tiene La Sabana no hay en ninguna parte”, afirmó María. La felicidad que tenían de poder continuar con sus labores y ver a los estudiantes era motivación suficiente para continuar día a día a pesar de las posibles incomodidades que pudieron vivir. 

La vida en las sedes alternas era distinta a la del campus, pero de ahí nacieron grandes cambios en la comunidad universitaria. Andrés Lizcano recuerda que la vida estaba marcada por la unidad de la comunidad universitaria: “Existía un espíritu y un objetivo común que era, que independientemente de que no estuviéramos en el Campus, cumplir las metas que como estudiantes y profesores teníamos. Era una relación muy fraterna”. 

Juan Camilo Giraldo, graduado de la facultad de Comunicación y profesor de cátedra de la universidad, recuerda cómo fue la vida durante esos meses en Arrayanes: “Allá sucedió algo bonito y a la vez muy interesante y es que se creó una comunidad. Una vicisitud como el hecho de la inundación hizo que se reforzara ese vínculo y ese gran eslogan que desde ese momento nació de ser Sabana vale la pena”, relata Juan Camilo.  

Mientras la vida universitaria continuaba divida en las diferentes sedes alternas, en el Campus de La Sabana la recuperación avanzaba siguiendo los lineamientos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para el abordaje de desastres. 

Para la Rehabilitación del campus se conformaron dos equipos técnicos: El primero estaba encargado de la prevención de futuras inundaciones y contó con la asesoría de una firma especializada en ingeniería hidráulica, mientras que el segundo tenía la misión de sanear el campus. Los dos, coordinados desde la Clínica Universidad de La Sabana, garantizaron las condiciones de salubridad para el regreso de la comunidad universitaria. 

Rolando Roncancio hizo parte del equipo encargado de la recuperación del Campus. Junto con Helbert Tarazona, director de Operaciones y Luis Fernando López, director de la Biblioteca, lideró al grupo que se encargó de volver el campus a la vida: “A los que estábamos trabajando desde INALDE con unos equipos nos asignaron el jarillón desde el puente de madera en el costado occidental hasta el puente del Común. Nos asignaron reforzar el jarillón y ahí pasamos muchos días con Luis Fernando López, con el mismo Helbert, yo de parte del INALDE y ellos de parte del resto de la universidad como encargados de ese trabajo de des inundación. Todo eso a mí me tocó muy de cerca: Me tocó cargar bultos, me tocó recorrer el campus en las lanchas, día y noche estar pendiente”. 

Los meses posteriores a la inundación fueron de arduo trabajo pues la meta era tener el campus en condiciones aptas para iniciar el siguiente período académico el 25 de julio del 2011. 

Mauricio Rojas, que entonces era vicerrector, recuerda que la primera prioridad fue rescatar los servidores en los que se alojaba toda la información académica y administrativa, que hubo que sacar en lancha y reubicar en un data center en Bogotá con el fin de recuperar la comunicación con estudiantes y administrativos y, por supuesto, dar cuenta de los hechos a la sociedad en general y los medios. 

Luis Mauricio Agudelo, profesor de la Facultad de Ingeniería también hizo parte del grupo que tenía la misión de recuperar el Campus. Luis Mauricio es experto en el diseño de plantas y había trabajado en el mantenimiento de la planta física de la Universidad antes de ser profesor. A él se le encargó calcular la cantidad de agua que había entrado al terreno y determinar los mejores puntos para ubicar las bombas encargadas de desalojar el agua. Cuenta cómo, casi a punto de terminar recuperar el Campus, una nueva ruptura del Jarillón les obligó a empezar de nuevo: “La primera des inundación le hicimos en ocho días a partir del primer día que se llenó el Campus. Lamentablemente cuando ya se estaban limpiando todos los edificios, el piso, con hidro lavadoras, se volvió a romper el dique y nos tocó volver a des inundar en otros ocho días”. 

Las firmas holandesas Royal Haskoning y Deltares llegaron al Campus el 12 de junio con el fin de encontrar una solución definitiva para la convivencia armónica de la Universidad con el río Bogotá. Mauricio Rojas recuerda que el reto, más que construir un nuevo muro de contención, era hacerlo en tiempo récord: “Los holandeses vinieron y nos dijeron, lo que ustedes tienen es un problema técnicamente fácil, pero desde el punto de vista logístico, muy difícil, porque esta temporada de lluvias se repite entre octubre y noviembre y el jarillón está muy débil y no aguanta otro embate del agua. Por tanto, la solución, que es ese tablestacado, debe estar listo antes de noviembre”.  

La obra de infraestructura definitiva tardó seis meses en construirse. Un núcleo impermeable entre el río y la Universidad, utilizando la técnica de tablestacado en concreto, con una altura de 1.5 metros por encima del máximo nivel del agua reportado en 100 años, fue la solución elegida para prevenir una futura inundación. Por su parte, la Corporación Autónoma Regional (CAR), hizo un trabajo exhaustivo en el mantenimiento a la cuenca del río en toda la Sabana, para el que la Universidad cedió parte de sus terrenos en la ronda del afluente.  

Además de fortalecer la infraestructura para prevenir una nueva calamidad, también se buscaba que el campus reverdeciera. Cada uno de los árboles que actualmente disfrutan quienes visitan el Campus es fruto del esfuerzo y dedicación de miles de personas de la comunidad universitaria “En una sola jardinera había alumnos, egresados, directivos, vecinos de la zona, familiares de los profesores y los estudiantes. Todos, con o sin experiencia, intentamos sembrar lo mejor de cada uno”, relataron Flor Elba Zárate y Adriana Patricia Guzmán de Reyes en la edición 1.051 del Boletín Campus. 

Germán Garavito Rojas, quien trabaja en el mantenimiento de las zonas verdes de la universidad, recuerda el arduo trabajo realizado para reforestar el campus. “Algunas plantas sobrevivieron, pero otras tuvieron que ser plantadas desde cero nuevamente. Fueron más o menos 6 meses en los que se trabajó para lograr dejar el campus como lo conocemos”. 

El campus reverdece 

“Gracias a tu esfuerzo y al trabajo en equipo, hoy estamos de regreso a nuestro Campus”. Así recibió el periódico Campus a la comunidad universitaria el 25 de julio. Luego de 3 meses la universidad había perdido las voces, las sonrisas, el ruido y el vaivén de la rutina, pero el retorno marcó el punto de partida de un nuevo momento, de un nuevo empezar, de una nueva etapa de retos y desafíos. 

A pesar de la ola invernal que había golpeado a la región, la inundación trajo consigo mejoras para todos. Caminos más amplios, tableros más modernos, aulas más cómodas, totalmente renovadas, con sus sillas y pupitres nuevos o, sencillamente, ver los edificios K y L en funcionamiento, fueron algunos de los cambios que la comunidad pudo evidenciar al momento de su ingreso. 

Álvaro Mendoza, exrector de la Universidad, fue el encargado de negociar con las compañías de seguros la indemnización del siniestro. Después de más de 3 meses de conversaciones se logró llegar a un acuerdo, “tenían que reponernos las cosas nuevas, aunque lo dañado estuviera obsoleto. Mejoramos considerablemente”. 

De la inundación quedan recuerdos, anécdotas de aquél 25 de abril cuando toda la comunidad tuvo que evacuar. Solo quedan fotos y video que registran la magnitud y la fuerza con la que atacó la naturaleza. Hoy la universidad es un reflejo de que las cosas, más allá de desearlas hay que lucharlas, quererlas y lograrlas. Mauricio dice que, en relación con el Campus: “Aprendimos que lo primero es lo ambiental”. 

María Cárdenas reingresó al campus nuevamente y todo empezó a funcionar paulatinamente. “Cuando regresamos todo estaba renovado, lo que conocía había cambiado y todo estaba nuevo”. Aún se estaban replantando las zonas verdes de la Universidad, pero el ánimo estaba intacto. Mientras que algunas zonas ya estaban organizadas, otras aún estaban en proceso, pero María llegaba con una sonrisa al campus a atender a la comunidad que volvía a él.