¿Qué se come en la guerra?

Felipe Castilla es profesor del programa de Gastronomía en el Departamento de Ciencia y Cultura de la Alimentación, relata la investigación ¿qué se come en la guerra? plasmada en su libro "Sancocho de mico"

Aunque soñaba con ser antropólogo, Felipe Castilla decidió estudiar gastronomía en la Universidad de La Sabana para enfocarse en el aspecto social de la alimentación. “Para ir más allá, debes considerar qué sucede alrededor de un alimento, no solo transformarlo porque sí”, afirma.

En el inicio de su carrera, Castilla se planteó una pregunta: ¿qué alimentos se consumían en las épocas de guerra? Por eso, cuando conoció al coronel Enrique Murillo (secuestrado durante 12 años por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo,FARC-EP) durante una novena navideña, el interés por resolver esa duda se avivó y lo llevó a escribir Sancocho de mico, un análisis sobre la relación entre las prácticas alimentarias y los significados otorgados a los alimentos, desde la perspectiva de algunos exsecuestrados políticos de las FARC-EP.

“Para esta investigación se aplicaron dos métodos: entrevistas con miembros de la fuerza pública que fueron secuestrados y retenidos; y un análisis documental de algunos textos escritos por exsecuestrados. Recolecté toda la información y construí categorías según los momentos”, cuenta el autor

Algunos aspectos en los que profundiza la investigación son:

Métodos de conservación en la selva: La carne se ahumaba para evitar la proliferación de organismos patógenos. La sal era usada como conservante.

Fiestas decembrinas: Se preparaba una bebida fermentada para brindar. Aunque podía enfermarlos, era un símbolo de libertad.

Choques culturales: Fue difícil para los secuestrados adaptarse a un régimen alimentario con las condiciones de los guerrilleros.

Alimentos de las ciudades en la selva: Cuando les daban alimentos a los que estaban habituados en su vida cotidiana, recordaban el pasado al cual querían regresar.

Castilla recuerda que las conversaciones con los protagonistas de sus relatos estaban llenas de sorpresas: al escucharlos, “lo inimaginable se volvía real. Se resignificaba el valor de las cosas, pues lo que estamos habituados a consumir y que a veces desperdiciamos o botamos para ellos era oro”.

Una de las historias que más recuerda de sus entrevistados es que la guerrilla les permitió a los secuestrados tener sus propias gallinas. “Para ellos eran muy importantes, porque les daban acceso a su propio alimento. Recogían los huevos y los entregaban a los guerrilleros para que estos se los cocinaran (...). Cuando el Ejército se acercaba a los cambuches, las cargaban y, por las noches, dormían con ellas”, dice.

Para el autor, este documento ayuda a entender el conflicto desde otra perspectiva, no solo catalogarlo como un período que fragmentó la historia del país: permite “comprender cómo a través de los alimentos puedes anclarte en el mundo y querer seguir viviendo”, asegura.

“Sancocho de mico” permite “comprender cómo a través de los alimentos puedes anclarte en el mundo y querer seguir viviendo”.