Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas (DANE), para el año 2018, en Colombia, el 26.1 % de la población se concentró entre los 14 y los 18 años. Sin duda, la adolescencia implica un período de transición vital en términos físicos, biológicos y psicológicos, acompañados siempre de un peso del entorno social de relevancia, representado en el círculo de pares, las redes sociales y las condiciones del contexto familiar y escolar, por mencionar algunos.

“Durante este período, él o ella asumen la construcción de su identidad, y suele darse una barrera en el reconocimiento de emociones propias y de otros, que los vulneran especialmente y, en algunos adolescentes, pueden desarrollarse comportamientos autolesivos”, reconoce Natalia Esparza, psicóloga y profesora de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Sabana.

Además, esto se da como una forma de regular y mediar su interacción con un mundo que es confuso para él (o ella), dice la profesora, porque a veces el adolescente es tratado como adulto, pero a la vez como niño.

En Colombia, las autolesiones en adolescentes son una problemática poco estudiada; tanto así, que no hay estudios que evidencien esa práctica en los colombianos, entre los 12 y los 17 años. Además, identificar una conducta autolesiva no resulta una labor sencilla, sobre todo cuando debemos partir del reconocimiento de la particularidad de cada caso

Si bien existe la posibilidad de agrupar ciertas tendencias en el adolescente, cada caso indica situaciones y factores causales puntuales, así como variables distintas de mantenimiento de esta conducta. El “mantenimiento” se enfoca principalmente en el “para qué” de la autolesión, teniendo en cuenta que todo comportamiento que se mantiene reporta alguna “utilidad”, lo que en psicología se denomina una función.

“Si notamos cambios, como distanciamiento o aislamiento -más allá de lo común en la adolescencia-, o la tendencia a una mayor irritabilidad, tristeza permanente, búsqueda de espacios para el encierro (considerando que típicamente el adolescente busca espacios íntimos, sin significar necesariamente que lo haga para autolesionarse), es esencial realizar un seguimiento atento. Insisto en que no hay unas características comunes que podamos generalizar”, explica la psicóloga Esparza.

Como padres, es fundamental detectar el cambio de ellos; pues, a partir de las características propias de cada uno de los hijos, podrá reconocerse con mayor facilidad la autolesión.

La profesora Esparza aclara que “De la mano con esto, se encuentra la comunicación existente en el hogar. Cuando se dan contextos de diálogo, muchas veces identificamos la barrera emocional que lleva al adolescente a escapar de contextos de indagación sobre cómo se siente o lo que piensa. Por supuesto, asumir un diálogo sin juicios de valor se convierte en un excelente recurso para que el adolescente encuentre un entorno de seguridad y que, en caso de autolesionarse, revele tal situación y permita el apoyo”.

Regulación emocional: un factor protector

La regulación emocional, en términos generales, implica un conjunto de experiencias que van desde nominar (ponerle un nombre a mi emoción), identificar correlatos biológicos (qué pasa en mi cuerpo cuando estoy, triste, enojado, alegre), notar los contextos evocadores de la emoción (qué generó contextualmente hablando lo que estoy sintiendo, haciendo y pensando), qué sucede después (cuáles son las consecuencias de mi experiencia emocional).

No todo caso de autolesión implica dificultades de regulación emocional. Sin embargo, contar con las estrategias para regular qué se siente, protege a este grupo poblacional del desarrollo de autolesiones. “Por ello, la mejor manera de promover la regulación emocional es brindar, como adultos, un entorno de seguridad emocional, que básicamente se logra validando la experiencia emocional del adolescente”, asegura la psicóloga.

Para concluir, existe la necesidad de la atención psicológica, siempre, y ante cualquier caso de autolesión. El apoyo terapéutico es fundamental. En estas situaciones, se está hablando de comportamientos que producen daño físico y, por ello, configuran conductas de riesgo. Así, incluso ante la amenaza de una autolesión, debe consultarse con el profesional para llevar a cabo la evaluación funcional y establecer los planes de crisis y de despliegue de estrategias de tolerancia al malestar, en las que los padres y el entorno familiar son centrales.