Por Wilson Rodríguez, profesor del Departamento de Finanzas de la EICEA

¡Qué importa cuántos años tengo!

¡No quiero pensar en ello!

Pues unos dicen que ya soy viejo, y otros "que estoy en el apogeo".

Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice,

sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte. José Saramago .

¿Envejecer?… Nadie quiere. Tal vez por eso somos indiferentes a su realidad. La vejez trae consigo mayor madurez y generosidad; nos hace ecuánimes, nos da capacidad de perdón y sosiego. En palabras de Cicerón: “Las cosas grandes no se hacen con las fuerzas, la rapidez o la agilidad del cuerpo, sino mediante el consejo, la autoridad y la opinión, cosas todas de las que la vejez, lejos de estar huérfana, prodiga en abundancia”. Así mismo, en el mismo texto sostiene que la vejez "es honorable si ella misma se defiende, si mantiene su derecho, si no es dependiente de nadie y si gobierna a los suyos hasta el último aliento" (Cicerón, 2001).

Infortunadamente, estas últimas facultades no aplican para muchos adultos mayores de nuestro país, que sufren las torturas de la dependencia y la pobreza, se enfrentan a una sociedad en la que prima la falta de oportunidades, que los discrimina y los humilla. Tal vez así fue toda su vida, tal vez no; lo cierto es que, una vez en la vejez, no tienen calidad de vida digna y se sienten vulnerables.

Cabe preguntarnos, entonces: si todos damos cada día un paso más en dirección a esa etapa de la vida, ¿cómo queremos vivirla?

Según el Estudio Nacional de Salud, Bienestar y Envejecimiento (SABE), el adulto mayor, es decir aquellas personas con 60 años o más, cuenta en promedio con 5.5 años de escolaridad; cerca del 30% no cuenta con ingresos, mientras que, de los que lo tienen, la mitad recibe menos de un salario mínimo. A pesar de los esfuerzos y fatigas de toda una vida acumulada, el 60% aún trabaja por necesidad; peor aún: el 58% de los que trabajan lo hacen en ocupaciones informales de baja calificación. Si evaluamos las dimensiones que contempla la pobreza multidimensional: 11% viven en hacinamiento; en la zona rural solo el 14% cuenta con la totalidad de servicios públicos; 2.2% presenta malnutrición, y cerca de la mitad están en riesgo de sufrirla.

Sabemos que algo está fallando cuando en la zona urbana apenas el 33.9% recibe una pensión, y en la zona rural esta cifra solo llega al 11.9%. Esto obliga a evaluar con urgencia la posibilidad de una pensión básica universal, que por lo menos garantice a los más pobres la independencia económica para subsistir. ¿Que no tenemos recursos? Es cierto, pero también lo es que, en países no propiamente desarrollados, como El Salvador, ya existe dicha renta, y ha generado muy buenos resultados económicos y sociales (BID, 2015). Colombia, con la implementación del programa “Colombia Mayor”, dio un paso importante, pero aún no es suficiente para millones de personas, que en esta etapa de la vida no cuentan con la capacidad de satisfacer sus necesidades básicas.

Por si fuera poco, el cuerpo comienza a cobrar las consecuencias de los años de vida, y las dolencias aparecen. Según cifras del Ministerio de Salud, ocho de cada diez adultos mayores sufren más de una enfermedad y, mientras en 2010 se realizaron 11 millones de consultas a esta población, para el 2017 se alcanzaron 22 millones. Esto se traduce en mayores retos para un sistema desfinanciado.

No cabe duda de que esta problemática nos lleva a un dilema escalofriante: el cambio demográfico, es decir, aquella situación en la que la pirámide poblacional se invierte, nos enfrenta a la quiebra del Estado de bienestar. No obstante, emerge un paradigma que nos exige mayor atención a las demandas sociales en torno a la autonomía y la independencia durante la vejez.

Pero, ¿es responsabilidad del sistema de salud hacerse cargo en su totalidad del adulto mayor? ¿Cuál es el papel de la familia? De acuerdo con SABE, el 12.9% de los adultos mayores reportó haber sufrido maltrato, lo que es más frecuente en mujeres, a mayor edad, en estratos socioeconómicos bajos y en la zona rural. Así mismo, el 41% reportó síntomas depresivos que pueden asociarse a sus condiciones de vida.

Si bien el Estado debe trabajar para brindar unas mínimas garantías, la familia es la red primaria de soporte social, a la cual estas personas acuden para pedir consejo, ocasiones de festejo, ante una calamidad y, por supuesto, para los recursos económicos. En Colombia, por medio de una sentencia del Consejo de Estado en 2013, se le exige a la familia la obligación moral, legal y constitucional de cuidar a sus adultos mayores. Esto implica involucrarnos y comprometernos con su bienestar, nuevamente, bajo la premisa de una vida digna. Llegar a la vejez no puede ser sinónimo de vulnerabilidad, ni se les debe ver como obsoletos o no productivos en una sociedad utilitarista. Por el contrario, debería ser una etapa agradable y reflexiva, sin las penurias de cómo sobrevivir el día a día.

Referencias

·         Cicerón, Marco Tulio. (2001). Acerca de la Vejez. Editorial Triacastela. Madrid.

·         Martínez, Sebastián. Pérez, Michelle. Tejerina, Luis. (2015). Atacando la vulnerabilidad en los adultos mayores. Banco Interamericano de Desarrollo.

·         Ministerio de Salud. (2016). Estudio Nacional de Salud, Bienestar y Envejecimiento (SABE).