Deepfake y periodismo: ¿ver para creer?

La inteligencia artificial permea cada vez más la vida de las personas en diversos ámbitos. Un dispositivo común, como un teléfono inteligente, cuenta con múltiples aplicaciones de esta tecnología, tales como el asistente de voz, análisis de datos, optimización de rutas en desplazamientos y modificación de fotografías con efectos futuristas, entre otros.
De acuerdo con María Isabel Magaña, profesora de la Facultad de Comunicación, aunque las bondades de la tecnología en su mayoría se utilizan para facilitar la vida de las personas, sus alcances pueden llegar a tener efectos adversos. Un ejemplo de esto es el deepfake, una sofisticada herramienta que “Permite recrear con bastante realismo el rostro de una persona, sus movimientos, gesticulaciones, rasgos corporales e incluso una voz específica. Algunos de sus usos más comunes se han dado con celebridades o personalidades políticas”.
De acuerdo con Víctor García, director del Doctorado en Comunicación, tanto el deepfake como otras aplicaciones basadas en inteligencia artificial van ligadas a una serie de problemáticas que el periodismo y la comunicación digital pueden llegar a mitigar: “Hay que tener en cuenta que sin saber las intenciones de los creadores, esta tecnología tergiversa el contexto; por esto, los periodistas deben estar alerta y entrenados en el entendimiento de estos recursos, teniendo en cuenta la difusión de noticias falsas en redes sociales”. Sin embargo, García reconoce que el uso de herramientas de realidad virtual en el periodismo aumenta la empatía de las personas con respecto a un hecho.
“Desde cualquier espacio de comunicación, si pensamos en crear herramientas basadas en inteligencia artificial, debemos procurar que sean justas, transparentes, empáticas y que cuenten con vigilancia permanente”.
Aunque la creación de un contenido deepfake ultrarrealista no es sencilla e implica tiempo y altos costos, la precaria alfabetización digital en paralelo a la creación de nuevos softwares dificulta aún más diferenciar entre contenidos reales y montajes, lo cual supone un alto riesgo en ámbitos como la política. “Desde cualquier espacio de comunicación, si pensamos en crear herramientas basadas en inteligencia artificial, debemos procurar que sean justas, transparentes, empáticas y que cuenten con vigilancia permanente”, aseguró Magaña.
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