Chivorkite: deporte, turismo y comunidad con propósito

Juan Ordóñez, graduado de Comunicación Social y Periodismo, y Nicolás Ordoñez, graduado de Administración de Instituciones de Servicio, crearon una escuela de kitesurf y un coliving en el municipio del Macanal, en Boyacá. Se trata de un emprendimiento que acoge a nómadas digitales provenientes de distintos países del mundo, promoviendo el bienestar integral y el turismo en la zona.
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Juan Ordóñez recuerda cuándo fue la primera vez que se puso el arnés y sintió la fuerza del viento en la cometa. El graduado de Comunicación Social y Periodismo conoció la adrenalina del kitesurf durante unas vacaciones en la ciudad de Cartagena en 2008, cuando todavía estudiaba en el colegio. Esa grata experiencia desencadenó en lo que, 17 años más tarde, se considera como un emprendimiento pionero en Colombia: Chivorkite, un proyecto que integra deporte, turismo, comunidad y bienestar.
En aquellas vacaciones, se propuso aprender a navegar, junto con su hermano Nicolás, graduado de Administración de Instituciones de Servicio, y su padre. Para entonces, no era común encontrar escuelas de kitesurf, pero al ver a algunas personas practicando el deporte, quisieron explorarlo. “La única cometa que conocíamos para hacerlo era la del señor que nos enseñó, entonces decidimos comprársela para poder practicar”, recuerda.
Cuando regresaron a Bogotá, después de navegar también en mares de La Guajira, decidieron que debían encontrar un lugar cerca de la ciudad donde pudieran seguir entrenando y disfrutando del deporte. Después de probar en embalses como el de Tominé, encontraron un lugar ideal para navegar a tres horas de la capital: se trataba de la represa de Chivor, en el departamento de Boyacá.
Allí encontraron algo más que un buen viento: la posibilidad de crear comunidad. Al principio iban en familia solo los fines de semana, pero pronto decidieron establecerse de manera más constante y adquirieron un lote en la vereda El Limón, a orillas de la represa. Fue allí donde el plan cambió de rumbo: amigos y conocidos empezaron a pedirles clases, y otros navegantes les preguntaban si podían acampar para pasar más tiempo en el lugar. “Allí cambió nuestro proyecto: dejó de ser una casa para nosotros, para convertirse en un sitio donde pudiéramos alojar gente”, recuerda Juan. Así nació un hostal y escuela de kitesurf, único en esa zona del país.
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“Nuestros clientes eran, en su mayoría, jóvenes que llegaban a conocer el deporte. No buscaban demasiado confort y solían ser aventureros”, explica. Por eso, decidieron, en principio, ofrecer habitaciones compartidas para fomentar la interacción entre los huéspedes, quienes ya tenían un punto en común que podía detonar la amistad: el interés por el kitesurf.
En paralelo, la escuela fue creciendo. Consciente de la importancia de la calidad, Juan se certificó en 2015 como instructor de la International Kiteboarding Organization (IKO), la entidad más reconocida a nivel mundial, y luego afilió Chivorkite como el primer centro certificado IKO en Colombia. “Se trata de una metodología de enseñanza que se replica a nivel mundial y sabíamos que si queríamos enseñarles a otros a practicar el deporte y queríamos destacarnos en ello, debíamos tener esas cualidades”, asegura. Ese estándar internacional, además de consolidar la reputación del lugar para aprender el deporte, fue clave para atraer a personas de distintos países y abrir puertas a instructores extranjeros que hoy encuentran en Chivorkite un espacio para trabajar y enseñar.
Sin embargo, los retos no faltaron. Cuando llegó la pandemia, la crisis obligó a replantear el modelo de trabajo. Fue entonces cuando nació la apuesta por el coliving: estadías más largas, enfocadas en quienes buscaban un lugar para trabajar remoto, estar en contacto con la naturaleza y compartir con otros viajeros. “Tuvimos que mejorar la conectividad con radioenlace por la montaña y reducir la capacidad de alojamiento de 45 a 25 personas, para priorizar la calidad y el bienestar de quienes venían a quedarse semanas o meses”, cuenta Juan. Para entonces, ya habían incorporado el modelo mixto: habitaciones privadas y compartidas, para responder a todos los intereses de quienes los visitaban.
Esa transformación coincidió con el auge de los nómadas digitales, viajeros de diferentes países del mundo que encontraron en Chivorkite un destino ideal: naturaleza, deporte, gastronomía local, gimnasio, espacios de descanso y, sobre todo, comunidad. Hoy el emprendimiento hace parte de plataformas internacionales de coliving, lo que les ha permitido alinearse con tendencias globales y adaptarse a las expectativas de ese público, sin perder su esencia local.
Con el tiempo, Chivorkite ha ampliado su propuesta hacia el bienestar integral. Además del kitesurf, hoy ofrecen campamentos de yoga, triatlón y natación en aguas abiertas, con infraestructuras diseñadas para ello, como un shala para clases de yoga y un temazcal para terapias de contraste entre calor y frío. “Buscamos que las personas aprovechen su tiempo libre haciendo las actividades que quieren y que aprovechen este espacio para trabajar en condiciones que serían imposibles en las ciudades”, explica.
El intercambio cultural es uno de los aspectos que Juan destaca como aporte a la población de Macanal, donde se encuentra Chivorkite. Han promovido que todos los miembros del equipo, profesores, cocineros, personal de aseo y demás colaboradores, encuentren en su trabajo un espacio para crecer personalmente y conocer nuevas realidades.
De allí que, en todo este camino de emprendimiento e innovación, la formación de Juan como comunicador haya sido determinante. Para él, cada clase de kitesurf es, en el fondo, un ejercicio de comunicación: escuchar, adaptar el mensaje al estudiante, transmitir seguridad y confianza. Esa misma habilidad le ha servido para liderar equipos, relacionarse con visitantes extranjeros y mantener un lenguaje claro en la gestión del negocio.
Asimismo, reconoce que la impronta de la Universidad de La Sabana también se refleja en la filosofía del proyecto, pues es un enfoque centrado en las personas. “Esto se hace por las personas y para las personas. La empresa debe crecer, pero al mismo tiempo debe generar valor para el desarrollo humano”, afirma.
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