Poco a poco y según lo permite la emergencia sanitaria, vamos regresando a la “normalidad” o aprendiendo a vivir en lo que denominamos la “nueva normalidad”. En estas circunstancias debemos prestar atención a cada persona, a cada miembro de la familia considerando su sexo, edad, carácter, personalidad, rol dentro de la familia, etc. ¿Cómo acompañar específicamente a los niños y adolescentes en este momento?

“Somos seres sociales, relacionales, dialógicos, es decir, necesitamos de los otros (familiares, amigos, compañeros, profesores, etc.) para reconocernos a nosotros mismos y para crecer y desarrollarnos, es decir, la soledad, el aislamiento no es lo característico de la persona y mucho menos de los adolescentes que se reconocen y se sienten especialmente “a gusto” entre sus iguales”, expone Carolina Oquendo, directora de posgrados del Instituto de La Familia, autora del libro “Adolescente: libre pero nunca solo”. “Esto quiere decir que este grupo estará deseoso de salir, reencontrarse con los amigos, hacer deportes, actividades al aire libre, volver a las aulas de clase, etc. Debemos ser conscientes de eso”.

Para lograr con éxito esa tan anhelada vuelta a la “normalidad”, la profesora Oquendo ofrece estas 10 recomendaciones:

1.- Confianza:

Necesitamos creer en las capacidades y responsabilidad de nuestros adolescentes; es decir, si durante el confinamiento hemos estado informados con precisión sobre la pandemia, los cuidados necesarios, el alto grado de compromiso personal irrenunciable para el control de la enfermedad, las medidas biosanitarias necesarias, las disposiciones de las autoridades gubernamentales y en un clima de confianza, respeto y responsabilidad personal hemos dialogado y exigido, entonces todo saldrá bien.

2.- Reconocer sus emociones y sentimientos:

Debemos preguntar ¿cómo te sientes?, ¿tienes dudas?, ¿te sientes preparado para volver a la normalidad? Abrir espacios de comunicación personal con cada hijo para que puedan expresar cómo se sienten, qué expectativas tienen… especialmente si tienen miedos, temores, inseguridades y entonces poder dialogar en un clima de sosiego, transmitiendo seguridad, sin juzgar, sin quitar importancia a cómo se sienten.

3.- Empatía:

Ponerse en su lugar. Pensar cómo nos sentiríamos nosotros a su edad en las circunstancias actuales, cómo hubiéramos reaccionado, qué nos hubiera gustado que nos dijeran. No olvidemos que pueden aparentar fortaleza y seguridad exterior, pero en su interior estar afrontando dilemas con respecto al regreso a la normalidad.

4.- Flexibilidad:

No se trata de hacer todo, de inmediato, como si no hubiera pasado nada. Aún vivimos con restricciones y no sabemos cuánto tiempo seguiremos así y cuáles nuevas medidas se adoptarán para para intentar paliar los efectos de la pandemia. Todos estamos aprendiendo a vivir esta “nueva normalidad”. No podemos exigir que el regreso sea al 100% desde el primer momento. Habrá actividades necesarias, otras que se pueden posponer, algunas que no se podrán realizar. En este sentido conviene tener claridad de lo importante, lo urgente, lo fundamental, y en esa medida exigir. No nos fijemos objetivos imposibles de cumplir.

5.- Amabilidad:

No transmitir sensación de frustración si la vuelta a la normalidad no es “perfecta” desde el primer momento. Paciencia, comprensión, hablar a los adolescentes con amabilidad es un arma de comunicación poderosa. Haciéndoles entender que ser amables comienza por serlo con ellos mismos. El regreso a la rutina debe ser progresivo, realista, entendiendo que todos somos frágiles, vulnerables y debemos tratarnos bien y ser bien tratados.

 

6.- Orden:

Ayudarlos a priorizar las actividades, retomar -o implementar- el uso de la agenda, ordenar los materiales y el espacio de trabajo, es decir, disponer nuestro entorno y nuestra mente para el regreso a la rutina.

7.- Aficiones:

Poco a poco se van abriendo espacios para disfrutar de hobbies, aficiones, ocio saludable. Es el momento de promover en nuestros adolescentes la recuperación de esos espacios como parte de un desarrollo integral: mente-cuerpo-corazón.

8.- Solidaridad:

Estar conscientes de las necesidades de los demás, plantear actividades de ayuda e involucrarse activamente en ellas es una manera de salir se sí mismo y actuar para mejorar las condiciones de los demás. Recordemos que la adolescencia es una etapa de grandes ideales y no podemos dejar que se queden en eso: ideales. Debemos promover que pasen a la “acción solidaria”.

9.- Sentido de vida y trascendencia:

“Si me cuido y sigo las recomendaciones, cuido a los demás”, es decir, hacerles ver que el autocuidado tiene un impacto directo en la salud y bienestar de los demás, especialmente de los más cercanos. El sentido de formar parte de una comunidad de personas, de no estar solo, del impacto de mis acciones, puede ser un motor para ponerse en marcha y valorar cada “paso”.

10.- Amabilidad:

Hacerles ver que la pandemia no es el fin del mundo. Nuestra vida tiene un sentido más allá de las circunstancias, nuestras acciones trascienden y estamos llamados a ser la mejor versión de nosotros mismos. La pandemia no nos aleja de nuestra meta, por el contrario, nos hace mejores: más resilientes, empáticos, solidarios, comprensivos, amables, con sentido de pertenencia, etc.

 

Confinamiento vs nueva normalidad: ¿cómo lo viven los niños?

Los niños tienen la capacidad de aprender y asombrarse en todos los escenarios. Las lecciones más valiosas nos las han dado ellos. ¿Cómo volver a la normalidad sin generarles emociones negativas que puedan volverse una afectación en su salud mental?

María Camila Gil, profesora del Instituto de La Familia y autora del libro “Primera infancia: veinte preguntas para orientar la paternidad y la maternidad”, presenta recomendaciones para que los padres guíen a sus hijos en este proceso: 

1. Converse claramente con los niños acerca de los cambios que implicará esta nueva normalidad en su dinámica familiar.

Es importante hacerlo de forma clara y en un lenguaje sencillo. Intente identificar cuál es el sentido más sensible de su hijo y apóyese en recursos asociados a dicha sensibilidad, a fin de hacer más clara la explicación. Por ejemplo, para aquellos que son visuales, utilizar imágenes o fotografías puede ser de utilidad. Para los que son auditivos, una buena narración será suficiente. 

Al momento de hacer la explicación intente dejar claro el qué (qué va a ser diferente), cuándo (Si bien algunos niños aún no tienen clara la ubicación temporal, esta información les permite prepararse para algo que acontecerá próximamente) cómo (cómo va a suceder) quienes (las personas involucradas en este cambio) y por qué (la razón por la cual este cambio en la rutina debe hacerse). Finalmente, intente conectar con la emoción de sus hijos, validando previamente las emociones que ellos pueden sentir.

Por ejemplo: La otra semana (cuándo) debo volver a trabajar en el consultorio (qué). Entonces, como ya no voy a estar en casa, vendrá la abuela a quedarse contigo y con tus hermanos (quienes), mientras yo estoy trabajando. Te voy a extrañar mucho, y sé que tú también (conectar con la emoción del otro), pero es importante que vuelva porque mis pacientes llevan muchos meses sin revisión de sus ojitos. Algunos incluso ya necesitan gafas nuevas (por qué). 

2. Vaya haciendo ajustes (poco a poco) a la rutina.

Empiece a preparar a sus hijos para la nueva dinámica familiar haciendo los cambios que implicará la nueva rutina. Comience este proceso varios días antes de incorporarse 100% a la nueva normalidad.  De este modo, sus hijos podrán entender que está llegando el momento del cambio y podrán adaptarse más fácilmente. 

Por ejemplo, si los niños volverán al colegio, bajo el modelo de alternancia empiece a hacer los ajustes que considere necesarios. Aunque eso implique despertarlos más temprano, mover algunos horarios de alimentación, mejorar hábitos de sueño, entre otros.

3. Establezca momentos inamovibles al día para compartir exclusivamente con su familia.

Esto hará que su ausencia en casa sea más fácil de aceptar. Intente organizar su tiempo de tal forma que pueda mantener las buenas prácticas implementadas en la cuarentena. Por ejemplo, cenar todos juntos en la mesa; jugar en familia; lectura en voz alta, etc.