Literatura, realidad e identidad nacional

Imagina por un momento que te encuentras en un país donde la literatura está prohibida. Esta es la historia de Fahrenheit 451, una novela distópica de Ray Bradbury en la que los bomberos no están para apagar el fuego, sino para provocarlo quemando textos.

Si esto sucediera, la pérdida sería incalculable. En la literatura están reflejados los grandes sucesos de la historia y los más profundos deseos, miedos, contradicciones y sentimientos del alma humana. Esta es un instrumento para mantener viva la memoria y forjar el mundo, para habitarlo.

La doctora Mónica Montes Betancur, profesora de la Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas, explica que la literatura contribuye a la consolidación de la identidad nacional. Un caso emblemático se advirtió durante el siglo XIX en Latinoamérica, con los procesos de Independencia y de constitución de los Estados-nación. Así, las normativas del “buen decir” están estrechamente vinculadas con el ejercicio político. Los mismos que fijaban la norma gramatical eran quienes establecían las leyes y, algunos de ellos, incluso, narraron a través de cuadros de costumbres, relatos, diarios, autobiografías y novelas este tipo de formas de vida y de modelos culturales, propicios para consolidar “el orden productivo de una nacionalidad sólida” (Albizúrez y Bilbao, 2016, p.15).

En el libro Desencuentros de la modernidad en América Latina, Julio Ramos (2003) señala: “En las sociedades recién emancipadas, escribir era una práctica racionalizadora, autorizada por el proyecto de consolidación estatal” (p. 90). Montes Betancur sostiene que en los relatos de la época se condensan ideales de nación que encontraron en esas formas de escritura dispositivos para divulgar estos modelos.

La investigadora propone como ejemplo el contraste en la recepción y divulgación de dos novelas del XIX: Manuela (1858) de José Eugenio Díaz y María (1862) de Jorge Isaacs. La primera, escrita por un hombre del campo, deslumbró en su momento a José María Vergara y Vergara por la calidad narrativa y la nitidez de sus cuadros de costumbres. Sin embargo, el periódico El Mosaico, fundado, entre otros, por Vergara, Díaz y José Manuel Marroquín, publicó solo ocho capítulos de la novela, pues fue criticada por sus contemporáneos, quienes la catalogaron como un relato que difundía “filosofía barata”, por la importancia que concede a los usos, las costumbres y al habla de los pueblos campesinos.

La novela quedó archivada durante tres décadas, hasta que la Librería Garnier de París decidió publicarla. El verdadero reconocimiento de su valor literario en el contexto de las letras nacionales solo se empezó a consolidar en Colombia a finales del siglo XX, cuando comenzó a ser reconocida por su inmenso valor literario, por la honestidad con que retrata una consciencia histórica popular y por la tensión que promueve entre ese microcosmos campesino que cumple un papel protagónico en la narración y el macrocosmos de la época. Por su parte, la novela María, afín a los ideales y modelos de civilización que las clases dirigentes suscitaban, se difundió ampliamente desde su aparición.

En el siglo XX aparecieron tendencias narrativas, como el realismo mágico, que añadieron elementos como la exageración de la realidad, que nos devuelve el asombro y la oportunidad de reflexionar sobre quiénes somos. Gabriel García Márquez, en su discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura, expresó: “Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no solo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas”.

Referencias: 

Albizúrez Gil, M. y Bilbao, F. (2016). Modernidades extremas. Textos y prácticas literarias en América Latina. Madrid: Iberoamericana.

Ramos, J. (2003). Desencuentros de la modernidad en América Latina. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica.