Ocho fuerzas culturales que inciden en el aprendizaje de los niños

“Una vez que cualquier persona, padre o maestro, es consciente de que las fuerzas están siempre presentes, puede entonces tomar decisiones sobre cómo aprovecharlas para empoderar a los niños”.

Existen diferentes elementos que intervienen en el aprendizaje y permiten promover el pensamiento de los estudiantes. De acuerdo con Ron Ritchhart, investigador principal del Proyecto Cero de la Escuela de Graduados de la Universidad de Harvard, son ocho las fuerzas que definen una cultura dentro del aula o la institución educativa; estas ayudan a los profesores a desarrollar comprensiones profundas.

Expectativa: es la forma en la que reconocemos que nuestras creencias moldean el comportamiento, en lugar de la expresión de estándares que dirigen el comportamiento de otros. 

Lenguaje: las palabras y las estructuras que componen el lenguaje transmiten sutilmente mensajes que dan forma al pensamiento, al sentido de sí mismo y a la afinidad grupal.

Tiempo: las asignaciones de tiempo reflejan los valores, permiten la organización de los momentos de aprendizaje y centran la atención, con el fin canalizar la energía necesaria para el aprendizaje y la reflexión.

Modelación: permite mostrarse y verse a través de los ojos de los estudiantes para visibilizar el pensamiento imitable y aprender, así como para revelar valores, intereses y autenticidad.

Oportunidades:son los vehículos para el aprendizaje. En las culturas fuertes, estas fomentan la reflexión, el crecimiento y la creatividad del grupo y de los individuos.

Rutinas: son los patrones de comportamiento de los individuos y grupos que guían gran parte de las actividades del aula. Las “rutinas de pensamiento”proveen el andamiaje necesario para el aprendizaje y la reflexión.

Interacciones: las interacciones entre los miembros del grupo ayudan a definir el clima emocional de un lugar. En una cultura de pensamiento, las interacciones son respetuosas; además, valoran el pensamiento, las competencias previstas y las contribuciones efectivas dentro del grupo.

Ambientes: el entorno físico dictará cómo van a interactuar las personas, sus comportamientos y su rendimiento. El espacio físico puede inhibir o inspirar el trabajo del grupo y del individuo, y ciertamente puede diseñarse para facilitar y promover una cultura de pensamiento.

Ahora bien, dado que en la actualidad se ha tenido que recurrir a la educación remota, Mark Church, consultor de las iniciativas Making thinking visible y Cultures of thinking del Proyecto Zero, afirma que estas fuerzas no son exclusivamente del aula, sino que son omnipresentes, como la gravedad. “Una vez que cualquier persona, padre o maestro, es consciente que las fuerzas están siempre presentes, puede entonces tomar decisiones sobre cómo aprovecharlas para empoderar a los niños. Así los involucran de tal forma que puedan adueñarse de sus propios procesos de desarrollo”, comentó.

Para Ana María Ternent de Samper, profesora del Departamento de Lenguas y Culturas Extranjeras, y de la Maestría en Pedagogía, cualquier niño puede desarrollarse de forma integral en una cultura familiar que aprovecha las ocho fuerzas culturales. “Les permite desarrollar autonomía para un aprendizaje significativo, asumir responsabilidades y consecuencias según su edad y etapa de desarrollo, aceptar el error como parte del proceso natural de crecimiento, en vez de algo censurable y, ante todo, visualiza la armonía que hay entre un amor incondicional y una exigencia cariñosa, pero a la vez firme”, señaló.

Ante esto, la profesora explica que en el hogar se contribuye a optimizar las fuerzas culturales cuando: los niños van desarrollando expectativas sobre sí mismos y sobre lo que pueden hacer; el lenguaje respetuoso y positivo favorece una comunicación asertiva entre todos; el buen manejo del tiempo permite priorizar tareas valiosas; los modelos que se perciben en los adultos cercanos inciden positivamente  en la formación del niño; las oportunidades que se crean dan lugar a explorar, resolver problemas y entretenerse; las rutinas claras y consistentes aseguran un equilibrio entre las actividades académicas, personales  y la colaboración en las labores de la casa y, finalmente, se crea un ambiente seguro, amable y, en lo posible, adecuado para diferentes actividades.