Yasbley de María Segovia Cifuentes, 30 años de servicios prestados

“Parece que fue ayer cuando pisé el campus de La Sabana por primera vez, en aquella época en la que la comunidad universitaria se encontraba en la sede de Quinta Camacho y comenzaba su proceso de adaptabilidad al que sería el nuevo espacio de trabajo en Chía. Me vinculé a la Universidad, en ese entonces, como programadora.

Mi primer trabajo consistió en desarrollar los primeros certificados de notas con lenguaje de programación C++. El desarrollo informático que logré en aquel entonces resultó tan interesante para Carlos Julio Lopera, quien para entonces era el director de Tecnología, que, tiempo después, resulté enseñando la herramienta a los decanos de la Universidad. Esa fue mi primera clase y, ese día, descubrí mi pasión por enseñar. Aproximadamente en 1998, asumí la Dirección del Área de Informática para la Docencia.

En tres décadas de aprendizajes y vivencias, La Sabana me ha enseñado que mi equipo de trabajo es una familia; estoy realmente convencida de las capacidades de las personas que trabajan conmigo. Me da orgullo la importancia que tiene la familia para nuestra Universidad y para cada uno de los miembros de la comunidad  universitaria. Otro aspecto que destaco de esta Institución es la cultura de la planeación y el seguimiento al cumplimiento de metas e indicadores, lo que garantiza efectividad en los procesos y en la proyección.

En 30 años, el Centro de Tecnologías para la Academia (CTA) ha logrado posicionarse, liderar y convertirse en referente en materia de tecnología educativa, académica e investigativa; no solo en la Universidad, sino también fuera del país, como fruto del trabajo bien hecho. En  estos tiempos de transformación, y más aun teniendo como protagonista la tecnología, vienen encima grandes retos para nuestra unidad académica, pues estamos afrontando varios procesos de transformación interna, pero también educativa, social y académica.

Nada me enorgullece más que hacer parte del equipo que ha aportado a la transformación de la educación del país y de la Universidad. La docencia ha sido y seguirá siendo mi pasión; prueba de ello es ver la increíble transformación personal, familiar y profesional de nuestros estudiantes, la forma en la que impactan sus contextos y en la que dejamos huella en sus vidas.

Me gustaría cerrar con dos palabras: agradecer y soñar. Agradecer infinitamente a la Universidad y a las personas que me han permitido crecer, formarme y ser lo que soy en la actualidad. A mi equipo, mis compañeros de trabajo, quienes también han asumido el reto de nuestro inspirador San Josemaría Escrivá de Balaguer, cuando nos decía “Soñad y os quedaréis cortos”. Hemos soñado, estamos soñando y seguiremos soñando la Universidad del futuro.

Gracias.