El legado de un pensador

Obituario Por Edward Goyeneche

El legado académico de Sergio Roncallo Dow trasciende su propia obra. Sergio fue, antes que nada, un pensador. Un filósofo de nuestro tiempo, en un tiempo en el que ser filósofo era casi un imposible. Su amor por el saber y por el conocimiento sobrepasaba las lógicas y estructuras del campo intelectual. Era un maestro para cumplir con las reglas y operadores que demandaba tiránicamente el mundo de las publicaciones indexadas. Pero, al mismo tiempo, era capaz de desafiar y cuestionar ese mismo sistema, sin miedo y sin dudas: defendiendo el valor y el sentido del conocimiento humano contra todo aquello que quería reducirlo, atraparlo, esclavizarlo, encarcelarlo.

Todo el tiempo vivía preguntándose cosas y planteándose problemas difíciles sobre el mundo y el contexto en el que le tocó habitar. Preguntas que pocos se atrevían a hacer dentro del campo porque resultaban incómodas, tensas, difíciles, inconvenientes. Dudaba de todo, sobre todo de sí mismo. Lo cual casi nadie logra. Su manera de plantearse los problemas del conocimiento era una forma de vida. Una cabeza que no se detenía casi nunca. Un tejido de relaciones y de redes de sentido que se iba armando desde adentro y que comenzaba a salirse de él mismo para comunicarse de formas inesperadas, a veces confusas, a veces cristalinas.

Su pensamiento siempre se expandía más allá de sí y empezaba a tocar a los demás. Creía firmemente en el conocimiento que se iba construyendo en una red, sobre todo de amigos. De entrada, no todos entendían cómo operaba su manera de pensar. De los alienígenas a los zombis, había un trenzado de ideas y pensamientos que sintetiza y explica, en parte, las transformaciones de la comunicación desde que Orson Welles sorprendió a su entorno con su adaptación radial de la Guerra de los Mundos de H. G. Wells, hasta la llegada del coronavirus y su experiencia mediática

Durante este último tiempo, batalló a sangre y fuego contra sus propios miedos y fantasmas, contra sí mismo y contra la muerte. Más que nunca, estaba pensando esa compleja relación entre el ser y el tiempo. “Ya sé lo que es quedarse sin tiempo”, dijo alguna vez. Apreciaba al máximo la posibilidad de leer, de aprender, de discutir, de contrastar y amaba los libros. Durante los últimos días, no paraba de plantearse dudas sobre los medios. Era muy difícil seguirle el paso. Estaba encontrando su propia voz como filósofo y sus reflexiones llegaron a nodos fundamentales del sentido de la comunicación humana, donde conectaba, de una manera brillante, la tradición de los estudios de comunicación de masas en cabeza de Laswell y Cantril, pasando por los teóricos críticos y estructuralistas, con las reflexiones recientes propuestas por Han, Rancière, Baricco, Scolari, entre tantos otros, a la luz de sus faros constantes McLuhan, Benjamin, Wittgenstein y, por supuesto, Martín-Barbero, uno de sus grandes maestros.

Su obra sobre comunicación, fragmentada como tiene que ser, está consignada en las decenas de artículos que escribió para revistas científicas de todas las disciplinas de las ciencias sociales, y en sus libros Más Allá El Espejo Retrovisor. La Noción De Medio En Marshall Mcluhan (2011), Estudiar las audiencias. Tradiciones y perspectivas (2018) y Volver a los clásicos. Teorías de la comunicación y cultura pop (2016).

Su pensamiento siempre se expandía más allá de sí y empezaba a tocar a los demás. Creía firmemente en el conocimiento que se iba a construyendo en una red, sobre todo de amigos.

Para todos los que lo conocimos, sus colegas, sus dirigidos y sus estudiantes, se nos fue un maestro y un guía que nos enseñó a confrontarnos con nosotros mismos. Pero, sobre todo, se nos fue un amigo del alma.