La estudiante de Derecho soñadora, apasionada, comunicativa y exigente que ingresó a los 16 años a la Universidad, no tenía idea de que la vida se iba a entretejer tan estrechamente con todo lo que significa la Universidad de La Sabana: personas, familia, vocación.

Esa es mi historia personal, la de una mujer que no deja de soñar, que vibra con todo lo que significa la vida académica plena, que valora entrañablemente la familia y la amistad, y que aún no rebaja sus estándares de autoexigencia. No es un cambio radical lo que sucedió en mí, más bien, la Universidad fue la pieza clave para un cambio trascendente, ese que sucede cuando encontramos nuestro lugar en el mundo, nuestra vocación.

Entre la fe acrecentada en este campus -gracias a mis padres visionarios que intuyeron el lugar donde sería feliz-, el amor de mi querido esposo (a quien conocí en una de estas aulas), el impulso que me dan mis cinco preciosas hijas, decenas de estudiantes cada año, directivos que me han forjado y tantos amigos entrañables, la síntesis es: solo tengo agradecimiento y, en consecuencia, compromiso con seguir sirviendo.