La corrupción es la consecuencia de una evidente fragilidad de carácter, mezclada con impureza de intenciones.

Cuando éramos niños, nos contaban un famoso cuento que relataba cómo tres cerditos construían sus casas. Dos de ellos ponían poco empeño en la construcción de su vivienda y la hacían de paja o de palos, mientras que, el tercero, con paciencia y esmero, se dedicaba a hacer lo más resistente posible su hogar. Generalmente, se nos ha dicho que la moraleja de esta narración es la siguiente: “Hay que trabajar más y divertirse menos”. Una moraleja que sin duda haría frotar las manos hasta al esclavista más bonachón. No obstante, la historia de los tres cerditos puede decirnos mucho sobre las consecuencias que sobrevienen al empeño que ponemos en la construcción de la estructura moral de nuestra personalidad. Quien no construye un fuerte carácter, caerá fácilmente con el primer vientecillo de la vida. 

La estructura moral de la personalidad es el andamiaje ético que nos constituye: virtudes como la prudencia, la templanza, la fortaleza y la justicia. Asimismo, valores como la responsabilidad, la honestidad y la lealtad, fundados en principios como la equidad, la solidaridad y, en definitiva, la integridad. Quien toma en serio la construcción de su estructura moral se hace a un carácter fuerte. A estas personas las llamamos íntegras. 

Por el contrario, quien no se ocupa de su propia casa, esto es, quien descuida la construcción de una sólida estructura moral de su personalidad, termina siendo fácilmente corrompido. En efecto, ser corrupto, tal como la etimología de la palabra nos dice (corruptus), es ser moralmente débil. Es tener una casa con estructura de paja, que se puede desintegrar fácilmente. Pero, además, el corrupto es quien influye para descomponer a quienes lo rodean, esto es, para que la estructura moral de los demás sea igualmente frágil. Así, la corrupción es altamente contagiosa.

Los corruptos son los cerditos que hicieron su casa de paja o de palo. Son gente de quien no podemos confiarnos porque no muestran la consistencia esperada. Esta es la razón por la cual en el imaginario colectivo se ilustra a los corruptos como criaturas sin vértebras, débiles, rastreros, podridos o de forma viscosa, en tanto que lo viscoso es generalmente repugnante y genera miedo por incierto, por escurridizo, por no presentar la seguridad de lo sólido.

La corrupción es la consecuencia de una evidente fragilidad de carácter, mezclada con impureza de intenciones. El corrupto es aquel que hace todo lo posible por justificar, desde la ley, los actos deshonestos, convirtiéndose en un experto en el arte de las mañas (las artimañas) y se las arregla para mezclar lo ilegítimo con lo legal. 

Tal como los cerditos del cuento, los corruptos no nacen, se hacen. Definitivamente, algunas sociedades fomentan la corrupción cada vez que nos hacen creer que debemos conseguir lo que queramos a como dé lugar: Cuando nos mandan el mensaje de que lo público, al ser de todos, no es de nadie; cuando nos educan para creer que la economía no tiene nada que ver con la ética y que la felicidad es el aumento de la capacidad de consumo. Algunas sociedades son auténticas incubadoras de corruptos, pues forman individuos altamente competitivos para una especie de vida salvaje en la que sobresalen quienes logran burlar a los otros.

De hecho, la corrupción es la lógica consecuencia de haber roto el vínculo de responsabilidad con los otros. Es una extraña desconexión con la realidad; el corrupto no solo es el que tiene una frágil estructura moral, sino también el que cree que nunca va a ser atrapado, tal como los cerditos que creyeron que nunca vendría el lobo o que sus endebles casas eran muy resistentes. Esa extraña desconexión con la realidad es una especie de delirio en el cual se pierde el contacto con el bienestar de los demás y con las consecuencias sociales reales que sobrevienen a tal acción. En tal sentido, la corrupción es la típica acción del que cree que está por encima de todos y que lo debe tener todo, aun sin merecerlo.

Ahora bien, como es siempre más fácil mirar la paja en el ojo ajeno, luego de esta reflexión sería importante que te preguntaras: ¿eres el cerdito de la casa de paja?, ¿estás ocupándote de fortalecer la estructura moral de tu personalidad?, ¿qué tan frágil es tu carácter ante las tentaciones de la vida?