Sonrisas que curan más que una venda

Las voluntarias de la Clínica Universidad de La Sabana.

La Clínica Universidad de La Sabana busca dar a los pacientes la mejor atención, y tiene en su ADN la humanización. La intención es “que un paciente no se sienta maltratado, que se respeten sus derechos y que durante su estancia en la Clínica pueda sentirse apoyado”, afirma Juan Guillermo Ortiz, director general de la Institución.

El Programa de Voluntariado se enmarca en el intento por vivir la humanización, está conformado por 15 mujeres, que trabajan en una cadena de favores y en el que la primera en recibir al usuario es Vilma Ruiz, una profesional de Atención al Paciente, quien le da la bienvenida a la Clínica con una carta personalizada.

Vilma hace el primer diagnóstico: paciente que viene “de muy lejos”, “de bajos recursos”, “con acompañante”, “sin familia cercana”, son algunos de los datos que ella verifica. Luego se comunica con el voluntariado y reporta el caso: “necesitaría ayuda de alojamiento y alimentación”, por ejemplo. Las voluntarias se ponen en marcha e idean diferentes estrategias, previendo situaciones como esas. Venden ropa, juguetes, objetos de segunda mano en buen estado y, así, consiguen recursos para aliviar las necesidades de los pacientes y sus familias.

A diario, las voluntarias se convierten en la voz de consuelo, la sonrisa que acompaña, la mano que aprieta fuerte para aguantar el dolor. Visitan a pacientes de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), Hospitalización y Urgencias. En las diferentes áreas, ven más allá de una fractura, un dolor lumbar o una enfermedad terminal: ven a una persona con una situación particular, una familia, un problema económico, etc.

El voluntariado nace de personas “con vocación de servicio, que viven y sienten la experiencia del otro, que intentan ponerse en el lugar del paciente, estar en esa camilla, vulnerables. Ellas se dan cuenta de que la soledad y el dolor tienen muchas caras. Es amor al otro”, explica Vilma, quien agrega con orgullo que llevan 11 años de servicio continuo.

Ser dama voluntaria, como se les llama comúnmente, lejos de ser algo altruista o filantrópico, es realmente “una gracia de estar con personas que no tienen nada que ver con la propia vida, pero a las que se acompañan con amor”, afirma Marisol Vásquez, voluntaria de la Clínica Universidad de La Sabana desde hace dos años.

El don de servicio, como lo define Marisol, estuvo presente en su vida desde siempre, quizá no de una manera institucional, sino en su entorno más próximo, con sus vecinos, ayudando sin ningún interés, solo por la satisfacción de hacerlo.

“Llegué al voluntariado por una experiencia de vida que me enseñó que no podemos pasar por este mundo sin servir a la gente, no sólo a los que uno ama. Es fácil servir a mi esposo, a mi hijo, a mi mamá, porque son mi familia. Pero no descubrimos la maravilla de servir a quien no conocemos, y eso es lo que más vale: servir sin compromiso”, cuenta Marisol, con un convencimiento que la lleva a donar su tiempo a personas que no ha visto antes y que, sin embargo, no le son ajenas.

La experiencia de Marisol comenzó siendo paciente de la Clínica Universidad de La Sabana. En sus visitas a citas médicas y tratamientos, veía a las damas voluntarias por los pasillos, con su actitud de estar en las cosas del otro. Su trabajo le llamó la atención: ¿quiénes son?, ¿qué hacen?, se preguntó ella.

Marisol tuvo un primer encuentro con Vilma, quien resolvió sus inquietudes. Buscar respuestas a sus preguntas e inscribirse al voluntariado fue, prácticamente, un mismo paso: “quiero ser dama voluntaria”.

“Hay pacientes que necesitan diez pañales diarios y no tienen la posibilidad de comprarlos. Otros vienen de lugares lejanos, y sus familiares no pueden pagar un hotel, o si tienen para la alimentación no tienen para el transporte. Además, realizamos un convenio con la cafetería de la Clínica para cubrir algunos gastos de alimentación o les conseguimos algún mercado”, relata Marisol.

El voluntariado, antes que ser una labor social, se convierte en un trabajo que asumen con profesionalismo y responsabilidad. De hecho, Marisol no duda en afirmar: “El voluntariado ha sido el mejor trabajo que he tenido en mi vida, sin tener una remuneración económica”.