Por Jerónimo Rivera, profesor de la Facultad de Comunicación

Una de las palabras más difíciles de definir es "juventud". Aunque hay parámetros claros que definen hasta qué edad se es joven, la juventud es un estado del alma que permite que a algunos les pesen los años, y a otros solo les pasen sin dejar secuelas.

La imagen de la abuelita, caminando lentamente y horneando galletas, y del abuelito, refunfuñando y despotricando contra todo y contra todos, ya no son los únicos referentes de la tercera edad en la sociedad y, gracias a los hábitos de vida saludables, a los avances en la medicina y a un cierto cambio favorable de actitud, ya no causa tanto terror pasar la barrera de los sesenta.

El cine ha influido favorablemente en este cambio de mentalidad.  En las películas de antaño, las personas de la tercera edad eran oráculos ambulantes, seres invisibles o incómodos, motivos de ternura, o personajes imprudentes y algo locos, que añadían una nota de humor o candor a los relatos, apareciendo siempre en segundo plano y con un destino que, con bastante frecuencia, era morir a lo largo del metraje. Los sentimientos que solían generar estos personajes iban desde la ternura, hasta la compasión y, no en pocos casos, la exasperación.

El cine de hoy sigue manteniendo algunos de estos estereotipos, pero también ha permitido el resurgimiento y protagonismo de actores que en otros momentos solo ganarían el casting del abuelito de la familia, y que ahora son los protagonistas de historias dramáticas, cómicas, románticas y hasta de acción, demostrando que estar viejo no es sinónimo de enfermedad o decadencia.

Actrices como Jane Fonda (81 años), Rita Moreno (87), Meryl Streep (67), Cher (67), Jessica Lange (67), Helen Mirren (73) y Susan Sarandon (72) son sinónimo de belleza, elegancia y vitalidad en Hollywood, y es notable ver que algunos de los más destacados protagonistas del cine de acción, el más demandante físicamente con los actores, son Liam Neeson de 66 años, Tom Cruise de 56, Sylvester Stallone de 72, Jackie Chan de 64 y Samuel L Jackson de 70. A pesar de su obsesión con el bótox y las cirugías estéticas, Hollywood envía el mensaje claro de que, después de los 60, la vida adquiere nuevos matices interesantes y es el momento de las segundas oportunidades. 

Las historias del cine cada vez más están protagonizadas por personajes mayores, con fuerza y determinación. Ya en los años 80, Hollywood enviaba un mensaje de "resurrección" en la tercera edad, con la recordada Cocoon (Howard, 1985), en la que un grupo de ancianos de un asilo encontraba fuerzas renovadas gracias a unos "capullos" alienígenas que llegaban a su piscina.  El elixir mágico les permitía vivir una nueva adolescencia en la que se permitían bailar, ejercitarse y hasta hacer toda clase de locuras.  El cine actual ya no necesita el pretexto de la ayuda extraterrestre, y está lleno de películas que abordan esta misma temática, pero en las que las personas de la tercera edad se resisten a encasillarse a sí mismos en la categoría de "viejos inservibles".

La trama de la tercera edad que vive una nueva adolescencia se ha visto recientemente en películas como Antes de partir (Reiner, 2007), Último viaje a Las Vegas (Turteltaub, 2013), Finding your feet (Loncraine, 2017) y, de manera caricaturesca y algo ridícula, en películas como Bad Grandpa (Tremaine, 2013) y Mi abuelo es un peligro (Mazer, 2016).

Pero las personas mayores tienen su propio valor sin tener que disfrazarse o parecer adolescentes. Algunas películas como Gran Torino (Eastwood, 2008), Up (Docter y Peterson, 2009), Una historia sencilla (Lynch, 1999), Nebraska (Payne, 2013), Jinetes del espacio (Eastwood, 2000), Gloria (Lelio, 2013), y las colombianas Sofía y el terco (Burgos, 2012) y Jericó: el inifinito vuelo de los días (Mesa, 2016)  cuentan que la tercera edad es un buen momento para cumplir los deseos, vivir intensamente o redimir las culpas del pasado.

La tercera edad no es más que una nueva etapa de la vida en la que el principal reto es desaprender para disfrutar sin culpas ni temores lo que se ha construido a lo largo de la vida y, contrario a lo que podría pensarse, no es el momento para lamentar el pasado, sino para recoger todo lo que se ha sembrado