“Envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube, las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena”: Ingmar Bergman

La valoración de la vida humana suele hacerse por ciclos vitales. Así, niñez, juventud, adultez y ancianidad aparecen como circunstancias accidentales para clasificar la vida y temporalidad humana. En la sociedad occidental, dicha valoración ha sido influenciada por la dinámica ideológica y socioeconómica del neoliberalismo, en la cual la piedra angular es la producción de bienes materiales.

Por lo tanto, cuando una persona envejece, y sus fuerzas físicas disminuyen, aparentemente pierde valor en la jerarquía social, según lo expresa Jesús David Girado, doctor en Filosofía y profesor de la Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas. El profesor añade que, además de la valoración de la productividad, hay una infantilización de la sociedad marcada por un miedo a la vejez: “El ser humano tiende a temer a lo que desconoce, y la vejez es el último ciclo de la vida en conocerse; por eso, el miedo a llegar allí”.

Sin embargo, estos imaginarios sociales no son iguales en todas las culturas. Cuando se hace una valoración de la persona humana, teniendo en cuenta todas sus dimensiones y trascendiendo su aspecto físico y material, es posible entender la riqueza de la vejez

Hay un error grande al pensar que el deterioro natural de las funciones biológicas al envejecer determina un deterioro en todas las áreas. Según Silvia Ochoa, en su libro “La sabiduría de los años”, la gran injusticia de la sociedad del siglo XXI es “ignorar la sabiduría de la edad de la experiencia”. En el mismo libro se expresa que los ancianos “encarnan el reservorio de la sabiduría de los pueblos y de la humanidad (de su momento y de siempre); y su tarea, como luz de la humanidad, es trascender las edades históricas con su orientación y consejo prudente”.

Hay un error grande al pensar que el deterioro natural de las funciones biológicas al envejecer determina un deterioro en todas las áreas.

La palabra sabiduría etimológicamente se remite al sapere, que se relaciona con saborear. El viejo es aquel que ha saboreado la vida y que, por lo tanto, puede transmitir principios de acción porque ha dado contenido vital a aquello que para otros es superficialidad. A medida que él se encarga de transmitir significados, va creando cultura y entregándola a las nuevas generaciones.

El profesor Girado cuenta que en alguna ocasión se encontraba con la guardia indígena encargada de proteger a la comunidad Nasa, y notó que no había ningún anciano en ella. Al preguntar el porqué, los indígenas respondieron que el anciano era el guardián de la verdadera paz, aquella que se encuentra en el hogar.

A pesar de la aparición de las canas, las arrugas en la piel y el paulatino caminar, en el adulto mayor hay una condensación de conocimientos que enriquecen a quien lo escucha.