Es Jueves Santo, buena parte del mundo está confinada. Trabajamos en el proyecto Unisabana Herons Ventilator: un respirador mecánico invasivo que es ya una esperanza en el país, para que ningún colombiano se quede sin ayuda al respirar, en caso de necesitarla. Un miedo palpable para cualquier familia por estos días.

El proyecto ha despertado la solidaridad de muchas personas y gran atención de los medios nacionales e internacionales. Horas antes, desde la Presidencia de la República, se anunció una importante donación para producirlos. El país está a la expectativa y el equipo muy animado. Todo marcha bien.

Llegan las 11 de la noche y recibo una llamada desde nuestro FabLab: “Rolando, hay un problema, ya no tenemos ventilador”

Nuestro equipo está agotado luego de haber trabajado por semanas sin parar, durmiendo muy poco y, al otro día, a las 10 de la mañana, están programadas las pruebas preclínicas. Ya no hay solución.


 

Esa noche de Jueves Santo, coordinando el proyecto desde Houston (Estados Unidos), yo tampoco dormí.

Como es lógico en un momento de crisis, sin solución a la vista, en medio del desvelo, las preguntas profundas se hicieron urgentes. ¿Por qué estamos en esto? ¿Por qué hacemos lo que hacemos? ¿Qué es la Universidad de La Sabana? La reflexión me llevó a comprender que, en el fondo de su proyecto educativo, la Universidad de La Sabana es una ambición de servicio. Y también me llevó a preguntarme: ¿por qué estoy yo aquí?

Esa pregunta solo puede llevarme a un lugar, o mejor, a una persona: mi mamá. Ella, con su trabajo abnegado, entretejió los destinos de mi hermano y el mío, en sus máquinas de coser Pfaff. Y con su fina intuición, se aseguró de que estuviéramos cerca de buenos modelos de vida, nos ayudó a cortar lo que estorbaba.

Habiendo enviudado a los 28 años con dos hijos pequeños, ella hilvanó también mi historia con la de la Universidad y, desde ahí, mi vida está íntimamente unida a mi alma mater.

La primera puntada fue en octubre de 1994, estaba prestando el servicio militar, cuando pisé nuestro campus por primera vez, como candidato para estudiar la carrera de Derecho. Siempre he pensado que mi corte de pelo de recluta persuadió al entrevistador más que mis aptitudes académicas.

Semestres después conocí a mi esposa, Carolina, quien estudiaba también Derecho, y luego formamos una familia a la que se sumaron María, Sara, Emilio y Tomás.

Todavía mis hijos, cuando van al campus, me dicen: “Papi, vamos al sitio donde viste a mamá por primera vez”. Ese lugar es la entrada del edificio A.

Cuando ingresé a la Universidad, no sospechaba que allí encontraría una familia. Tampoco que pronto descubriría mi vocación profesional como profesor, la fuerza gravitacional que siempre me ha traído de nuevo a La Sabana.

Por supuesto, menos podía imaginar que estaría hoy aquí con ustedes, pronunciando este discurso, como el primer graduado rector. Tengo que reconocer que me sigue sorprendiendo. Y me sorprende, sobre todo, por la altura de mis predecesores.

Octavio Arizmendi Posada, el primer rector, cuya labor podría sintetizar con la frase del inspirador de la Universidad, “Soñad y os quedaréis cortos”, logró plasmar un sueño más grande de lo que todos pudieron imaginar.

Luego, Rafael González Cagigas amplió esa visión, haciendo vida esas palabras de San Josemaría de “Crecer para adentro”. Este impulso llevó a la Universidad a ser realmente un lugar para el estudio y la investigación.

Cuando llegó el tercer rector, Álvaro Mendoza Ramírez, la Institución recibió una potente dosis de dinamismo, el campus abrió sus puertas al mundo, la Universidad entró en las ligas de los procesos de Acreditación.

Y luego, Obdulio Velásquez Posada, un campeón en las crisis, en los momentos de verdad. Maestro de serenidad y de liderazgo. De su mano, la Universidad experimentó un crecimiento en todos los aspectos, un verdadero florecimiento.

Aunque en unos minutos le haremos un homenaje, no puedo dejar de agradecerle, en todas las formas posibles, su apoyo ininterrumpido: como jefe, como mentor, como amigo. Obdulio no solo deja una huella profunda en la Universidad, sino en el sector educativo del país. Como le dijo recientemente la ministra de Educación en el pasado encuentro de rectores: “Ha sido un privilegio contar con un líder como usted en el sistema de educación superior”. Querido Obdulio, toda nuestra comunidad universitaria se siente honrada de haberte tenido como nuestro líder durante estos 15 años. Seguiremos contando con tu consejo.

Misión cumplida. Cuando veo la altura de mis predecesores, me anima pensar que, después de todo, las grandes tareas de servicio a la humanidad las han hecho enanos en hombros de gigantes.

Hoy abrazamos nuestra historia y el legado recibido, con agradecimiento y orgullo. Un legado recibido no solo de manos de nuestros rectores, sino de todas las personas que, a lo largo de estos años, han realizado la misión de La Sabana.

Desde este legado, encaramos este momento de la humanidad, para tantos doloroso, y también de aprendizajes únicos, pero tan extraño, tan singular, que hace que un rector se esté posesionando online.


 

El doctor Rolando Roncancio Rachid estuvo acompañado de su familia durante la ceremonia de posesión.

Nuestro primer rector, Octavio Arizmendi Posada, contestó enfáticamente que no, cuando le propusieron empezar la junta de la Universidad, media hora antes. La razón era poderosa. Diariamente, a las 8 en punto de la mañana leía la prensa. “Para mí, es muy importante leer el periódico -decía Octavio- pero también lo es para la Universidad, y por lo tanto no se va a anticipar la reunión”.

De su lectura habitual del periódico salían con frecuencia sesudos memorandos para decanos y directivos, textos en papel escritos a máquina que viajaban de una casa a otra, en la sede de Quinta Camacho.

Es evidente que el mundo ha cambiado.

Lo que no ha cambiado es la necesidad de ubicarse bien en él, de mirarlo como lo hacía Octavio cada mañana, para proyectar la Universidad desde allí.

Sin duda, el mundo y el país están en una situación de cambio profundo, en la entrada a una nueva era. A todo eso se le sumó una pandemia.

El mundo está cansado.

Ilustra suficientemente el nombre con el cual está citada la próxima reunión del Foro Económico Mundial: El Gran Reinicio. Desde la institución universitaria, veíamos ya las señales de disrupción y el COVID-19 nos enfocó la visión. Nos hizo sentir la base en llamas activando el sentido de urgencia.

¡Pero cuesta tanto cambiar!

Es natural que a una de las pocas instituciones milenarias de la humanidad que, a juicio de muchos, ha sido la que más ha aportado al desarrollo del mundo, le cueste cambiar. Desafortunadamente, su misión no le permite la prerrogativa de la parálisis. Ni siquiera la universidad tiene hoy ese privilegio, por mucho que la humanidad le deba.

Algunas personas se preguntan por qué siendo la organización que más innovación le ha aportado al mundo, le cuesta tanto cambiar. Señalaría dos razones.

La primera es la bien estudiada súper complejidad de la universidad como organización. Clayton Christensen señaló que, para alcanzar la complejidad de una universidad, se tendría que fusionar la corporación Whirlpool, con un gigante de los seguros de vida y la consultora McKinsey. Tres modelos de negocio con lógicas contradictorias.

Una segunda razón es que, paradójicamente, la universidad responde a las demandas crecientes del nuevo mundo del trabajo, mientras que, a la vez, tiene que ser un espacio para la serena “metareflexión” social.

La universidad debe ser luz humanizadora, para que la sociedad pueda anticipar el sentido de lo que hace, acogiendo la historia y, la serenidad propia de esta tarea, es contraria al ritmo vertiginoso “de la era de la inteligencia mezclada”

La universidad actual tiene entonces que abrazar el cambio desde su misión paradójica y su gran complejidad.

Ya hay sentido de urgencia para cambiar, pero hace falta también una visión de un futuro mejor para moverse hacia ella. Algunos piensan que no hay futuro para la universidad. Que será reemplazada porque no hay solución.

Esto me hace volver a esa noche de desvelo del Jueves Santo, con la crisis del Unisabana Herons Ventilator, sin solución a la vista. Fue una noche de serenidad activa, tal vez, al mejor estilo de la universidad del futuro, en medio de una situación angustiosa como la que está viviendo el mundo, pero que, como toda noche, terminó.

Ahora, son las 8:30 de la mañana, y una llamada por WhatsApp me saca de un microsueño forzoso. Escucho: - Rolando, lo resolvimos. - Pero no había solución, ¿qué hicieron? Julián hizo una pausa, y me dijo: - Recuerda... para servir, servir.

El líder del equipo me estaba recordando cuál era el fondo del proyecto de la Universidad, y cómo desde esa ambición de servicio encontraron soluciones.

Tal vez, ahí está la clave para el futuro de la Universidad: ¿cómo servir más y mejor? Esa puede ser la pregunta que anime un nuevo florecimiento de La Sabana.

Una nueva visión de una comunidad abierta que cultiva el saber superior formando profesionales, científicos y emprendedores, mientras recorre el torrente circulatorio de la sociedad. Una visión de una universidad, con impacto tangible.

En un acto de posesión, se espera que el rector comparta su visión de futuro para su universidad. Yo no tengo mi visión. Es la nuestra, porque la hemos construido juntos.

Han sido más de tres años de transformación como universidad y como organización, los cuales nos han dado como fruto un lenguaje común, un sentido de urgencia, una sólida coalición, muchas victorias tempranas y una visión compartida del futuro.

Afortunadamente, en la Universidad de La Sabana no hay ni giros erráticos, ni toreros con sus cuadrillas. Tenemos una visión de continuidad en la transformación, centrada en nuestro proyecto educativo, pero eso sí, con más velocidad, aunque bien calibrada por el Consejo, ese tesoro institucional legado que es nuestro sistema de gobierno colegial; con un enfoque más colaborativo.

La visión que hemos construido juntos se puede sintetizar en el siguiente propósito: ‘Nos seguiremos transformando como universidad humanista con impacto tangible para la era digital’. Para bosquejarla, nos ha servido como marco de referencia la idea de la universidad de tercera generación, que apunta a lo que queremos hacer para servir más y mejor.


 

"Tal vez, ahí está la clave para el futuro de la Universidad: ¿cómo servir más y mejor?"

Orientados por esta visión, hemos elegido juntos cuatro grandes líneas de trabajo, en las cuales queremos hacer un énfasis decidido, durante los próximos tres años:

  • Nos hemos propuesto, en primer lugar, darle agilidad a nuestro portafolio de programas, con una base modular en todos los currículos. Con esto, pretendemos flexibilizar la oferta haciéndola más personalizable.
  • Una segunda línea señala el escalamiento del aprendizaje experiencial con aseguramiento, enfatizando en los métodos de aprendizaje basados en retos reales. De esta manera, pretendemos acentuar la actitud humanista en los estudiantes y profesores, que es el sello de La Sabana.                                      De esta forma, el campus será cada vez más un laboratorio vivo, donde nuestros estudiantes se reten continuamente, para ser protagonistas de transformaciones valiosas
  • Un tercer énfasis estará en mejorar las alineaciones internas de la investigación, la innovación, la transferencia y el emprendimiento. Así, llevaremos sistemáticamente la investigación hasta la última milla.
  • La cuarta prioridad está en el robustecimiento de la capacidad organizacional de analítica de datos, junto con la de innovación.

Pretendemos así centrarnos más en cada persona. Con esto, les comparto nuestras prioridades estratégicas, con las cuales queremos servir con más eficacia.


 

“Señora, lo sentimos. No tenemos ya ventiladores convencionales”, le dijo el médico intensivista a la esposa de un paciente con COVID-19 en estado crítico, en una clínica de Bogotá, durante el pico de la pandemia. Pero agregó: “Está disponible un ventilador creado por la Universidad de La Sabana”.

Así salvamos la primera vida en esta pandemia. Pudimos estar allí cuando ese colombiano necesitó ayuda para respirar. Esta persona sobrevivió y nos hizo ver, de nuevo, el trasfondo de todo esto. Con solo salvar una vida, se cumple la misión de nuestra Universidad: una ambición de servicio.

La misión que soñaron los 21 fundadores de nuestra querida Universidad.


 

El ventilador Unisabana Herons, que es una expresión de lo que hace una universidad de tercera generación, continuará su andadura por diferentes latitudes, y no hubiera sido posible sin el concurso y los generosos aportes de personas y organizaciones como la Fundación Neumológica de Colombia, la Fundación Solidaridad por Colombia, Challenger, Indumil, Innpulsa y Ecopetrol; nuestros aliados estratégicos.

También agradecemos el gran apoyo a: el Grupo Amarey, la Fundación Sarmiento Angulo, el Banco Finandina, ProBogotá, Connectt Bogotá Región, la Fundación oXy, la Fundación Cardioinfantil, la Fundación Mapfre, Alumni e INALDE; también socios en este empeño.

Y a muchos otros que se sumaron a nuestro esfuerzo por salvar vidas, gracias. Esas vidas las salvamos todos.

Para producir impactos verdaderamente tangibles, para servir eficazmente llegando a soluciones sostenibles, se precisa que las universidades abran sus fronteras internas y externas, y que trabajen intensamente de la mano con el Gobierno y con otras organizaciones.

Se precisa de cooperación radical. Por eso, invito a todos, dentro y fuera de la Universidad, especialmente a nuestra querida región Sabana Centro, con la cual tenemos un compromiso incondicional, a trabajar juntos y a que las universidades florezcan una vez más en este milenio. Como siempre, dependerá del trabajo y de la capacidad creativa de todos. Estoy seguro de que así será.


 

Para terminar, agradezco una vez más al Consejo Fundacional por esta honrosa designación. Recibo este encargo con el anhelo de conocerme cada vez mejor, para servir mejor, y con confianza: confianza, por la unidad y valía de nuestra comunidad universitaria; confianza, por tener el mejor equipo posible.

Confianza, por saber que seguiremos contando con la intervención de la Providencia Divina que, en diálogo continuo con la libertad de cada persona, no pierde detalle y que hizo coincidir el inicio de mi encargo con la fiesta de la Inmaculada Concepción, celebrada ayer.

Agradezco también a todos los colaboradores de la Universidad, que trabajaron con espíritu de servicio e innovación en este año retador, para que nuestros estudiantes no detuvieran sus planes; muy particularmente a mis colegas profesores, y a todos los que han hecho posible llegar a este día.

Quiero hacer un reconocimiento sentido a los médicos, a las enfermeras y a todos los colaboradores de nuestro Hospital Universitario y, en cabeza de ellos, a todo el personal sanitario del mundo, que sigue siendo el verdadero héroe en esta pandemia.

A mi esposa Carolina, mi amada compañera de camino, y a mis hijos, fuente inagotable de energía. A Javier, mi hermano, socio y amigo incondicional.

Gracias a todos los estudiantes, graduados y amigos que nos acompañan hoy desde muchos lugares.

Un saludo de consuelo a quienes han perdido a sus seres queridos.

Y a todos, un abrazo caluroso de Navidad.