La estigmatización: el otro virus al que nos enfrentamos

¿Por qué en ocasiones tenemos prejuicios sobre algo o alguien sin realmente conocerlo? La respuesta está en entender el fenómeno de la estigmatización. El equipo de Campus conversó con el profesor Jesús David Girado, doctor de la Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas, quien ha investigado este tema y ayuda a entender mejor la estigmatización como fenómeno presente en los actuales actos de racismo, y en el rechazo en tiempos del COVID-19 contra las personas contagiadas y los profesionales de la salud.

Doctor Girado, ¿qué es la estigmatización?

La palabra “estigma” tiene raíces griegas y es usada desde entonces para referirse a la marca que se les pone a ciertos individuos o a grupos concebidos socialmente como anormales, inferiores o peligrosos. Antaño, a tales personas se les marcaba con un hierro caliente en un lugar visible del cuerpo, de tal forma que cargaran con la señal de la vergüenza ante la sociedad. Hoy, aunque el estigma no es físico, muchas personas siguen siendo representadas y etiquetadas en el imaginario colectivo como una especie de anomalía que debe ser tipificada, controlada, excluida y, en el peor de los casos, eliminada.

¿Y a partir de qué criterios estigmatizamos?

Tradicionalmente, se han usado tres criterios para la estigmatización:

  • La reducción de la persona a su sola corporeidad y, a partir de esto, se ha segregado históricamente a los cuerpos portadores de algunas enfermedades.
  • La identidad tribal, subvalorando y excluyendo a las personas con creencias, etnias o nacionalidades distintas a las del grupo dominante.
  • El carácter moral, desde el cual se ha castigado con el rechazo social a la persona cuya fragilidad la ha llevado a tener un modo de vida vicioso.

¿Por qué parece que la estigmatización estuviera naturalizada en nuestras sociedades?

Porque es un factor constitutivo de nuestro habitus o modo de vida al momento de relacionarnos. Explico: la sociedad no es una masa homogénea, sino que está dividida por colectivos, y algunos pueden ejercer mayor dominio o influencia, aunque sea de forma momentánea. Así, entonces, la estigmatización se convierte en un esfuerzo natural, y hasta “positivo”, para cuidar al grupo de los “peligros de la contaminación”, digámoslo así. En este orden de ideas, la estigmatización se desarrolla de forma espontánea o natural en nuestra estructura cognitiva o sistema de creencias, en nuestras precomprensiones morales, nuestras conductas espontáneas, gestos, hábitos y distinciones estéticas. A partir de estos filtros y disposiciones, los individuos de un grupo social establecen ciertas pautas para tratar a los de otro grupo y, si es el caso, excluirlos, pues la estigmatización es el primer paso hacia la exclusión. En todo esto, llama la atención que en dicho proceso de relacionamiento sobresalen tres fenómenos: el fastídium, la identidad manchada y la consciencia de inadecuación.

 

¿Cómo se viven los fenómenos del fastídium, la identidad manchada y la consciencia de inadecuación?

Cuando se estigmatiza a ciertas personas, está en juego el sentimiento de fastidio hacia ellas.Se trata de una extensión social de una emoción como la repugnancia. En esta dinámica, se evidencia la tendencia humana a rechazar a quienes se convierten en recordatorios de la vulnerabilidad y la mortalidad humana.

  • El fastídium se trata de menosprecio, pero, también, consiste en asignarles propiedades repugnantes a ciertas personas por creer que pertenecen a un grupo que está contaminado, como sucede, por ejemplo, en las dinámicas de estigmatización hacia los profesionales de la salud o los contagiados con el COVID-19. Además, en estos ejemplos en particular, puede verse cómo el fastidio está asociado a la ley del contagio o la creencia, a veces absurda, de que si alguien ha estado en contacto con algo contaminado se convierte en un agente constante de propagación de la contaminación, no importa si se prueba lo contrario. Ahora bien, todo esto se complica aún más cuando a las personas estigmatizadas se les termina manchando la identidad, a tal punto que con el tiempo terminan por interiorizar una auténtica conciencia de inadecuación, es decir, terminan sintiéndose avergonzados y no ajustados a las expectativas sociales dominantes.

¿Cómo evitamos caer en la estigmatización?

Yo creo que parte del problema es que no sabemos pensar más allá de nuestros intereses inmediatos. Por eso, no sabemos convivir. Las humanidades nos ayudan a entender mejor los problemas sociales, el primer paso hacia su solución o disolución. Asimismo, nos ayuda a desaprender muchas ideas que promueven de manera insospechada la estigmatización y la exclusión. Por esta razón, los humanistas redescribimos constantemente las representaciones que como sociedad hacemos de ciertas personas, ayudando de esta forma a comprender las razones por las cuales es un acto inhumano deteriorar el ser y el quehacer de alguien, al punto de inhabilitarlo para una plena aceptación e incorporación social.

Por ejemplo, en las circunstancias actuales, así como es importante informarse sobre cómo reacciona el cuerpo individual frente al virus, también resulta relevante comprender bien cómo reacciona el cuerpo social frente a la crisis.

Los humanistas a veces somos tratados como una voz en el desierto, pero nuestra vocación nos lleva, sin desfallecer, a recordar de distintas formas dos grandes verdades: la primera es que por encima de todo debe estar el valor absoluto, no negociable, de la persona humana; y la segunda es que la fuerza transformadora de la solidaridad es nuestra mejor aliada para construir y legar un mundo mejor.