Una propuesta filosófica que cambió el paradigma de la crisis

Una situación aparentemente coyuntural, como lo fue la discusión entre el general de la Orden Franciscana y el Papa Juan XXII acerca de la pobreza evangélica, que tuvo lugar entre 1327 y 1328, puso en la palestra a un filósofo y teólogo inglés, franciscano, llamado Guillermo de Ockham, quien asesoró al general de la Orden explicando razones por las cuales sería legítima la resistencia a la autoridad pontificia. Un par de años antes (1324), el mismo filósofo había sido llamado a Aviñón, para que rindiera cuentas ante el Papa Juan XXII por 55 tesis expuestas en una de sus obras iniciales, (1) y que, a juicio del Canciller de la Universidad de Oxford, eran al menos poco ortodoxas. Ya en ese momento, Ockham experimentó una condena papal con el calificativo, a algunas de las tesis, de “heréticas”.

Pues bien, Ockham murió en 1349, probablemente a causa de la peste negra, pero su vida en los centros académicos europeos más influyentes (Oxford y la Universidad de París) y sus relaciones con las máximas autoridades eclesiásticas y políticas (llegó a ser asesor del emperador Luis de Baviera en temas relacionados con la obediencia a la autoridad pontificia) fueron ambiente propicio para que su propuesta filosófica y teológica se conociera prácticamente en toda Europa y contribuyera al cambio de ruta y a la reorientación del antiguo paradigma.

Ockham sentó las bases teóricas y prácticas para una nueva cosmovisión de signo voluntarista.

Teológicamente, su propuesta significó una revisión de los atributos de sabiduría y de omnipotencia divina, tal como habían quedado definidos por Tomás de Aquino; además, sus ideas contribuyeron a abrir brechas, que aún perviven, entre la fe y la razón. Filosóficamente, su nominalismo cuestionó las tesis del realismo precedente, especialmente las relativas al alcance metafísico de los conceptos universales. De esta manera, abrió las puertas a un contingentismo que, en cierta medida, pervive hoy, y a la prevalencia de la voluntad, en cierta medida arbitraria, como facultad sobre cuyo poder el intelecto no tiene alcance.

Desde el punto de vista político, Ockham no solamente se rebeló ante directrices de quienes ejercían alguna autoridad sobre él; también desmontó, con sus ideas, la convicción de académicos y religiosos que, en el contexto de la cultura medieval, entendían que el Pontífice representaba la unidad suprema de todos los poderes, justificando la posibilidad de que una autoridad civil, para la época, la del emperador, pudiera destituir a un pontífice, en casos especiales. Con ello, Ockham abrió también las puertas a la separación de los poderes eclesiástico y civil.

El nominalismo siguió su camino (2), pese a algunos intentos, especialmente neoescolásticos, de frenar su impacto; su influencia acompañó muchas de las más representativas versiones, tanto filosóficas como teológicas, de estos últimos siete siglos.

 

Al siglo XIV, le siguieron en el tiempo algunos cambios significativos, como el propiciado por la Reforma Protestante, en el siglo XV, o como el impulsado por la Ilustración y la Revolución Francesa, del siglo XVIII. O como la revolución liberal, la Revolución Burguesa o la primera Revolución Industrial; lo cual implicó cambios radicales en las estructuras políticas, económicas y sociales de la época. También cumplieron un papel semejante las guerras independentistas y los procesos de descolonización de los siglos XIX y XX, así como las más recientes tendencias hacia la globalización, impulsadas por las nuevas tecnologías de la información, las cuales ampliaron las relaciones de Europa y América con Asia y África, y sus culturas.

Desde el punto de vista científico, por supuesto que los descubrimientos de la física moderna acompañados por los desarrollos de la técnica contribuyeron de manera significativa en el cambio de rumbo. Basta citar el consagrado “giro copernicano”, con el cual se describe la manera en la que un hallazgo cosmológico del siglo XV impulsó toda una nueva cosmovisión o los conceptos de espacio y tiempo newtonianos que, junto con la Ley de la gravedad, cimentaron la nueva comprensión del universo.

Me parece reconocer, en estos 700 años de largo, tres etapas del predominio de la voluntad como facultad humana que se orienta principalmente por la contingencia de los acontecimientos y que busca otorgar al ser humano la seguridad de sí y ante el mundo: una inicial (1), en la que el centro de la experiencia y de la reflexión fue el ejercicio de la voluntad humanaen el ámbito político y social. Una segunda etapa (2), en la que el experimento obliga a la naturaleza a validar hipótesis en función del progreso de la ciencia y, posteriormente y hasta la actualidad, una tercera etapa (3), en la que la tecnología y los avances hacia las “máquinas inteligentes”, la computación, la robótica y la era digital confirman y perfeccionan el afán de dominio del hombre sobre la materia.

Por todo esto, pienso que el paradigma que se configuró en el siglo XIV y que se ha mantenido hasta el presente, puede nombrarse como el de “la centralidad del poder”.

No obstante, me parece que, de todos los momentos de crisis, ha quedado una lección para la filosofía: no basta vivir un tiempo de crisis. Tampoco es suficiente comprender su espíritu, ni reconstruirlo en términos lógicos o argumentativos. El anhelo de sabiduría que encierra la filosofía debe reconocer que en las crisis las tormentas desdibujan el fondo y el horizonte, y que, por tanto, es conveniente esperar la calma para poder mirar con perspectiva, para dar a la reflexión su más adecuada ubicación, para tomar la suficiente posición crítica. De lo contrario, el riesgo es alto, porque puede suceder que la filosofía, haciendo eco a los detonantes de la crisis, impulse nuevas pero reducidas visiones.

[1] Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo.

[2] Véase Polo., L., Nominalismo, Idealismo, Realismo, publicado en la colección de Anuario filosófico de la Universidad de Navarra, en 1997. Especialmente las pp. 21-63 ofrecen un agudo análisis de la presencia del nominalismo en corrientes filosóficas posteriores.