Lenguaje y emociones:

¿el idioma que hablamos define lo que sentimos?

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Cuando escuchamos otros idiomas, es común sentir que, por la forma de hablar, las personas manifestaran emociones. Por ejemplo, escuchar hablar a alguien en alemán puede generar la impresión de rudeza o, en el caso del mandarín, puede inspirar tranquilidad. ¿Los idiomas expresan emociones? ¿Cuál es, entonces, el lenguaje de las emociones?

Para responder estas dudas, los profesores Juan Carlos Vergara, de la Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas; Neila Díaz, de la Facultad de Psicología; Carl Anderson y Rosa Dene David, del Departamento de Lenguas, conversaron al respecto con el equipo de Campus.

“Lo primero es entender que el lenguaje de las emociones es un lenguaje básicamente gestual”, explica la profesora Díaz. En otras palabras, lo que los seres humanos tenemos como forma de comunicar nuestras emociones se llama paralenguaje, que son todos nuestros gestos faciales y la relación de estos con la entonación de la voz. El paralenguaje permite ver si las personas están diciendo la verdad o están disfrazándola o, si tal vez, tienen una intención de convencernos con lo que dicen. “Los gestos y el timbre de la voz hablan mucho sobre el tipo de conducta que cada persona tiene, pero no propiamente su idioma”, agrega

Lo que los seres humanos tenemos como forma de comunicar nuestras emociones se llama paralenguaje, que son todos nuestros gestos faciales y su relación con la entonación de la voz.

Entonces, si no tiene relación el idioma con la cultura, ¿por qué creemos sentir emociones de acuerdo con cómo nos hablan? La profesora Díaz explica que esto se debe a que hay una base en las emociones que son universales, que todos los seres humanos sienten: alegría, miedo, rabia, tristeza y sorpresa. Sin embargo, esas emociones básicas están fundamentalmente atravesadas por la cultura en la que nacemos.

“Por ello, su intensidad y la trayectoria de vida de cada persona influyen en lo que se expresa”, afirma. Por ejemplo, puede haber alguien que manifieste la tristeza con introversión y otra persona que la manifieste con extroversión. En cambio, las emociones secundarias son emociones más mediadas por lo cultural.

¿Esto quiere decir que el lenguaje de las emociones depende de una zona geográfica? No. “Los idiomas, como el alemán y el ruso, tienen entonaciones mucho más fuertes, por lo que escucharlos puede dar la sensación de que siempre están peleando”, explica Díaz; pero, realmente, están hablando como culturalmente se les exige.

Por su parte, el profesor Juan Carlos Vergara explica que lo que sí depende de la zona geográfica es la dialectología, que es “La disciplina lingüística que se encarga de estudiar cómo en diferentes zonas geográficas se presentan diferentes términos o palabras para referirse a un mismo fenómeno, a una misma conceptualización o a una situación por parte de los hablantes”. Esto permite entender, por ejemplo, por qué en algunas partes del mundo la definición de “querer” se interpreta de una forma diferente a lo que, por ejemplo, en Colombia eso significa

Así mismo, la sinomimía, otro fenómeno típico del lenguaje, permite entender por qué en un mismo idioma hay muchas formas de expresar lo que sentimos, lingüísticamente hablando”, afirma el profesor Vergara. En el caso del español, el amor, emoción secundaria, se expresa con palabras como querer, amar, apreciar, adorar, entre otras.

Para el profesor Vergara, esto no depende ni de la cultura, ni propiamente de la emoción que define esa palabra, sino de que en un mismo idioma siempre existen sinónimos entre palabras que hacen parte de un campo semántico afín. “Este tipo de fenómenos lingüísticos se abordan desde el panhispanismo en la Maestría en Lingüística Panhispánica”, explica el profesor Vergara. “Así mismo, a través del convenio que tiene esta Maestría con la Real Academia de la Lengua Española, se investigan y debaten dichos temas que nos ayudan a entender nuestra lengua”, añade.

“En el caso del ejemplo anterior -el del amor- su campo semántico afín es el afecto; entonces, los matices del afecto se expresan con diferentes verbos que los hablantes de la lengua española (en este caso) usamos en diferentes contextos”, expone Vergara. “Los contextos y el uso de las palabras permiten ejemplificar no solamente el mismo significado -el de expresar amor- sino precisar el grado de significación de algo que sentimos”, añade el profesor. Por eso, se tiende a creer que amar es “más fuerte” que querer.

Así, el profesor Anderson también cree que las palabras y lo que quieren expresar no pueden verse como algo aislado del entorno en el que se dicen, “Pienso que hay significados sutilmente parecidos y su existencia recae en el uso que les damos en los diferentes contextos”.

En el caso de los intercambios conversacionales con personas que hablan otros idiomas, Carl y Rosa afirman que debe procurarse ser fluido en el otro idioma y, sobre todo, entender la cultura de donde se origina, para no malinterpretar una palabra. Para ello, son claves el contexto, la fluidez y el conocimiento de la otra lengua. Los profesores Carl y Rosa concuerdan con que pueden existir palabras universales en cada idioma, como “mamá”, “papá”, “hola”, “gracias”, “bienvenido”, etc., que connotan el mismo significado, pero pueden variar las emociones en los contextos de uso.

Para finalizar, el consejo de los profesores para estos casos es “Observar lo que los otros hacen, cómo logran lo que se proponen, cómo lo expresan y aprender de ello”.