Al parecer, no aprendemos de las experiencias; una tesis que se repite con mucha frecuencia en Colombia, en especial, cuando se trata de adaptar nuestra dinámica social y económica a los fenómenos naturales. El 2020 tampoco ha sido la excepción, los medios de comunicación vuelven y repiten las noticias que se reportan cada inicio de año: la dramática situación que viven miles de campesinos en regiones como el altiplano cundiboyacense, Santander y Antioquia por la pérdida de cultivos a causa de las heladas que se registran por esta época del año. Entonces, arando sobre la particular situación, sin ánimo de buscar la perspectiva catastrófica, la cuestión que germina y que vale la pena analizar es ¿por qué cada año enfrentamos la misma situación, si la naturaleza muestra con agudeza sus ciclos y fenómenos futuros?

De manera descuidada mencionamos que la afectación de cultivos por heladas es un gran problema que genera millonarias pérdidas, pero, en la realidad, ese no es el problema. Podría ser una consecuencia, grave, por supuesto. Pero, el problema sin duda es otro, el cual considero que se ubica en dos vertientes: primero, la estrategia que se organiza desde el Gobierno nacional y del sector agrícola para garantizar la sostenibilidad del mismo es incierta. En segundo lugar, los procesos de preparación y gestión para evitar que la situación se repita son precarios. Revisemos cada una.

En primer lugar, Colombia, como comunidad de origen agrícola, aún no tiene una política clara de bienestar y desarrollo para el sector rural. Producto de este desdén gubernamental es que, gran parte de los jóvenes que crecen en las regiones, buscan cualquier oportunidad para realizar su proyecto de vida en las grandes metrópolis del país. Otra tesis que fortalece esta línea argumentativa es la estructura del negocio, ya que cuando se trata del ciclo económico, quien lleva la peor parte es el campesinado. El mejor ejemplo de esta situación es que, en muchas ocasiones, para los campesinos es mejor dejar perder el producto cosechado en las regiones que llevarlo a las ciudades porque simplemente no se logra recuperar la inversión. En ese sentido, el problema no es la helada, la pérdida del cultivo o que los campesinos no tengan conocimiento; el problema real está en la estructuración de la configuración, tanto social como económica, de la actividad agrícola.

Al mantener esta misma línea de reflexión, encontramos la segunda vertiente problemática: la preparación y formación de la comunidad campesina. Desafortunadamente, los procesos educativos en el sector rural son de baja calidad e históricamente los estudiantes del sector rural están rezagados frente a sus pares urbanos (datos obtenidos de los resultados de las Pruebas Saber). Adicionalmente, gran parte de la inversión que realizan los entes territoriales no logra un impacto significativo en el campesinado colombiano. La razón es que la mayoría de estos procesos se diseñan y formulan desde una estructura centralizada y no regional, por ende, son procesos que terminan descontextualizados y alejan a la comunidad de interés: el campesino colombiano.

Entonces, realmente el problema no es la helada (al iniciar el año) o los incendios, las inundaciones o sequías (en el transcurso del año). Realmente el problema se encuentra en la configuración rural que han diseñado los tomadores de decisiones, una configuración que se centra en el aspecto técnico. Por ello, la respuesta a las heladas, desde las entidades gubernamentales, siempre es la misma: realizar un censo de los afectados y otorgar subsidios para amortiguar la situación; estrategia técnica.

Lo que debemos hacer es transformar la perspectiva y resolver la problemática desde un eje sistémico, en el cual tengamos un proceso social centrado en la educación, pero no un proceso lleno de contenidos sin fundamento ni pertinencia contextual, sino uno que esté pensado desde la gestión del riesgo, con un enfoque proambiental, que garantice el bienestar del campesino y lo forme. Con eso, cuando llegue la temporada de heladas, la persona podrá continuar con calma y no tendrá que levantarse en horas de la madrugada a realizar grandes quemas para solventar una situación que se pudo evitar desde el mismo día en el que comenzó el arado de la tierra para la siembra.

Sin duda alguna, es urgente que el proceso educativo rural se divorcie de la estructura centralista, fije objetivos centrados en reconocer la riqueza del conocimiento ancestral y se articule con los avances tecnológicos. Hay que dejar atrás el pensamiento de que los fenómenos naturales son los grandes responsables de nuestros males.

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