Para responder esta pregunta es pertinente ver, tan solo como un lejano reflejo, el siglo XIII, en el contexto del surgimiento de una universidad que sería el modelo de lugar en el que se busca la verdad. Esta es la Universidad de París. Una universidad que surge como el lugar de encuentro de diversos grupos de personas y culturas, a veces divergentes en sus puntos de vista, pero con el propósito común de buscar la verdad y, precisamente, es esta búsqueda la que articula en esa época todas las discusiones sobre distintos ámbitos de la realidad, desde la existencia de Dios y la naturaleza del conocimiento humano, hasta el modo en que se debe vivir, si es que se quiere llegar a la felicidad.

A diferencia de la Universidad de París en el siglo XIII, las universidades, ni para bien ni para mal, son muy diferentes de lo que eran en ese momento. Son muchos los retos que enfrentan las universidades en sociedades complejas en las que deben subsistir económicamente, a pesar de los avatares de los cambios sociológicos: economías inestables, sociedades cada vez más despobladas y un mundo para el que cada vez es más difícil vivir, según criterios que no se reduzcan a la mera productividad y a vivir según el saber hacer. Y, como las universidades son reflejo de las sociedades en las que se crean, son también reflejo de las virtudes y los vicios del contexto social más amplio.

En este sentido, una marca central del modo en que las sociedades se configuran hoy es que los individuos se especializan cada vez más en las áreas particulares en las que se forman, algo que es bueno, pero que también tiene un riesgo. Este riesgo es que el conocimiento sea cada vez más fragmentado y que se pierda de vista la relación de cada una de las ciencias particulares con el fin hacia el que todas convergen, es decir, el sentido último de la existencia de cada una de esas ciencias: la tensión entre la especialización y la articulación de las distintas disciplinas supone un reto al modo en que se deberían estructurar las universidades contemporáneas. En efecto, el interés de quienes investigan no puede ser tan abarcante, que se corra el riesgo de reducir los fenómenos sociológicos, psicológicos, económicos o políticos a uniformidades que no respondan a la realidad de este tipo de fenómenos, complejos y llenos de irregularidades; pero, tampoco, este interés debe ser tan especializado que se pierda de vista el todo hacia el que convergen cada una de estas ciencias particulares, el todo que las articula y hace que la relación entre ellas sea coherente.

Si bien las universidades contemporáneas se hallan en un contexto ajeno del contexto en el que surgen las universidades en Occidente, considero que una clave para esclarecer el rol de la universidad y su sentido en nuestra sociedad, tiene que ver con que aprendamos de nuestros antecesores en la historia a ver los fenómenos de la realidad, no solo en su particularidad y en las regularidades específicas de cada una de las ciencias concretas, sino que logremos articular estas ciencias hacia el fin por el cual tienen un sentido. Así, por ejemplo, los ingenieros deberían tener claro no solo cómo estructurar alcantarillados o sistemas de aguas, sino el fin que da sentido a estructurarlos, esto es, ¿para qué estructurar alcantarillados o sistemas de aguas?; los economistas, por su parte, deberían tener claro no solo cómo calcular las ganancias o las pérdidas a gran escala en una sociedad, sino ¿para qué calcularlas? Y, de igual modo, ocurre con los psicólogos, los administradores, etc.

Solo rescatando el espíritu de pretensión articuladora de quienes ejercían su actividad en la universidad del siglo XIII, aunque, por supuesto, teniendo en cuenta, quizás a diferencia de muchos de nuestros antecesores, la complejidad de los diversos fenómenos, podemos volver a entender las universidades como templos del saber y, así, comprender su verdadero sentido. Rescatando este espíritu, las universidades se entienden como espacios en los que se genera reflexión, espíritu crítico y en el que nos formamos, tanto profesores como alumnos, no solo según criterios meramente pragmáticos y efectivos de aprender a cómo hacer las cosas, sino también según criterios más comprehensivos, por medio de los cuales aprendamos no solo cómo hacer las cosas, sino la razón de hacerlas. El reto es lograr que las universidades inviten a pensar a su comunidad, a que esta trascienda el plano inmediato de la efectividad y que se promueva la presencia pública de aquellos que buscan no la efectividad sino la verdad, esto es, de aquellos que buscan no solo ser técnicos, sino también sabios. Este es un reto, si es que se busca que las universidades no sean lugares solo de formación técnica, sino de formación intelectual y humanística y, así, que siga perdurando, a pesar de los avatares de la historia, el espíritu primigenio gracias al cual instituciones, tales como las universidades, tienen una razón de ser.

"Son muchos los retos que enfrentan las universidades en sociedades complejas en las que deben subsistir económicamente, a pesar de los avatares de los cambios sociológicos."