“Él interiorizaba un ánimo dispuesto para ejercitar con alegría y bajo el sol vespertino la práctica del deporte más popular del último siglo”, bien puede reemplazarse por “él quería jugar fútbol esa tarde”.

Luego de avanzar en algún ejercicio de redacción, el escritor ruso Antón Chéjov les decía a sus alumnos: “Busquen la frase o la oración que les parezca más elaborada, más retocada, más bonita o más luminosa. Cuando la encuentren, bórrenla: no sirve”.

Al igual que en el ambiente recreado con los estudiantes de Chéjov, es un imaginario creer durante los primeros años de escolaridad que la mejor escritura consiste en incluir términos poco usuales, rimbombantes o elegantones, como en el reemplazo de “cancelar” por “pagar”; “no manejamos” por “no vendemos” (al café con leche, tan clarito para decirlo y beberlo, ahora lo pusieron a ladrar: latte). Así, cualquier idea se aleja de la verdad si el lenguaje es retocado, disfrazado, maquillado, poco natural. Y el problema aumenta si hemos dejado de ser escolares y ya transitamos por el sendero de la adultez.

Alguien pensará (es provechoso de vez en cuando) que las circunstancias en que se halla una expresión configuran un estilo para escribir o hablar, y acierta quien eso piensa. De esa manera, si un funcionario desea comprobar la autenticidad de algún dato dirá: “Por favor, facilíteme su documento de identidad”. Sin embargo, un amigo curioso apenas pedirá: “Déjeme ver su cédula”. Por tanto, el papel social que cumple cada persona lleva a usar un tipo determinado de expresión y, claro, de acuerdo con el interlocutor que tenga al frente.

Por otra parte, los lugares entrañan una obligación tácita para que los hablantes recurran a unas palabras y no a otras; esa presión o, a veces, la imposición social conduce a desechar ciertos vocablos y a fijar los que alguien cree más convenientes. En un banco, por citar un caso, le “prestan asesoría”; en cambio, en la casa y con los amigos, a uno “le ayudan” o “le echan una mano”. En los restaurantes trepadores, preguntan: “¿desea incluir el servicio en la cuenta?”, y en los simples comederos o en los parqueaderos improvisados: “¿va dar pa`la gaseosa?”.

"Cualquier idea se aleja de la verdad si el lenguaje es retocado, disfrazado, maquillado y poco natural".

A algunos de mis estudiantes les dio por “platicar” cuando antes solo hablaban, conversaban, charlaban, dialogaban o apenas echaban paja o rulo. Nada nos sorprenderá entonces el momento en el que escuchemos: “He destinado algunos minutos para intercambiar impresiones de carácter oral con un interlocutor casual o ya identificado con antelación”.

La pedantería, por supuesto, es un motivo de repulsión y, en varias situaciones, hasta de risa. En muchas ocasiones, la ridiculez a la que conduce ese estilo ni siquiera es advertida por quien es objeto de esta. Y es obvio: si alguien descubriera su propia ridiculez, trataría de evitarla. Las maneras pomposas y fingidas (a eso se le llama ambiente “sofisticado”, que significa falso, falto de autenticidad) son posibles debido a la arrogancia y, por supuesto, a la falta de sencillez, que a todas luces es su contrario.

El lenguaje todo (al hablar, escribir, vestir, decorar la casa, solicitar un alimento, etc.) refleja el perfil de su autor. Y citemos aquí una salvedad muy relevante: las personas no solamente manifiestan lo que creen manifestar; también de manera inconsciente “dicen” más de lo que creen. En estos casos, los gestos, por supuesto, constituyen el recurso más revelador; pero le siguen la palabrería barata (con tono fingidamente docto) y el eufemismo, anidando juntos en los aduladores y lagartos, casi siempre babosos y de cola larga. El parecido con la acción de reptar no es gratuito.

El lenguaje, insistimos, es el trazo más revelador de un perfil personal. En los ambientes de la competencia y la conveniencia, por ejemplo, aparece ahora el mensaje llamado “políticamente correcto”, que sale a relucir en conversaciones y textos escritos, y más saturado de maquillaje que quinceañera sin asesoría estética.

Quien examine con cuidado esos emplastos verbales sentirá una aversión similar a la que aparece frente a un basurero nauseabundo donde antes había un bello jardín.

Para preservar el tono de los textos anteriores, vamos aquí también solo con algunos ejemplos, porque se necesitaría una biblioteca entera para recopilar los eufemismos, las lisonjas, los perífrasis inútiles, etc.: ajuste de precios (alza de precios), daños colaterales (muerte a inocentes), no ha sido fácil (fue muy difícil), adulto mayor (anciano), excedido de peso (gordo), poco agraciado (feo), escaso de cabellera (calvo), desechos tóxicos (basura), afectado crónicamente por causas etílicas (borracho), de reducida masa corporal (flaco), de movimientos instintivos y poco coordinados (tosco, patán), falta de asepsia (sucia), con actitud de apremio (afanado), faltar a la verdad (mentir), etc.

Con vuestro permiso (por “nos vemos”).

 

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