El gerente o directivo organizacional requiere de una ‘caja de herramientas’ que le brinde la posibilidad de atender las diferentes necesidades que surjan en la empresa y su contexto.

La administración, entendida desde un planteamiento genérico, está representada en la capacidad de responder por la adecuada utilización de los recursos tangibles e intangibles en la creación de valor para incrementar la calidad de vida en un escenario social. De manera concreta, este compromiso recae en los estrategas, quienes, como los entiende Serna Gómez (2000), “son todas las personas o funcionarios de una organización con capacidad para tomar decisiones relacionadas con el desempeño presente o futuro de la organización” (p. 19).

David (2013) manifiesta que “los estrategas son tan diferentes como las propias organizaciones [...] tienen diferentes actitudes, valores, inclinación a correr riesgos, interés por su responsabilidad social [...] y estilo de administrar” (p. 10). En consecuencia, no puede esperarse que haya una única y última manera de cumplir con su cometido.

Es innegable que lo que ayer fue verdad hoy es historia. Por ello, las organizaciones se ven sometidas constantemente a influencias que se generan del entorno y a situaciones que exigen adoptar posiciones nuevas para afrontarlas. La influencia del pensamiento estratégico en la sociedad contemporánea ha sido de una magnitud tal que permitió crear modelos adaptativos para suministrar un ordenamiento que, al menos, posea una lógica básica que nos facilite manejarnos adecuadamente para enfrentar situaciones ambiguas y complejas.

Referencias

David, F. R. (2013). Conceptos de administración estratégica. Ciudad de México: Pearson Educación.

Drucker, P. (1997). Drucker habla sobre Asia. Bogotá: Norma.

Senge, P. (2000). La danza del cambio. Bogotá: Norma.

Serna Gómez, H. (2000). Gerencia estratégica. Bogotá: 3R Editores.

De esto se desprende que el gerente o directivo organizacional requiere de una “caja de herramientas” que le brinde la posibilidad de atender las diferentes necesidades que surjan en la empresa y su contexto. Obvio: el reto es contar con la capacidad de identificar la(s) herramienta(s) apropiada(s) y aplicarla(s), pues, frente a la necesidad de “instalar” un tornillo, el martillo como herramienta puede funcionar; sin embargo, la efectividad para tal fin la proporciona el destornillador. El reto de cualquier profesional es evitar caer en lo que coloquialmente podría denominarse un “indigente calificado” o “basuriego intelectual”, dado su nivel de conocimientos —títulos/ cartones— y la debilidad para entender y, por tanto, aplicar dichos conocimientos.

¿Y cómo lo conseguimos? Drucker (1997) enfatiza con claridad: “El aprendizaje continuo es indispensable en la sociedad del conocimiento” (p. 75); pero acompañado de la disciplina necesaria para la creación de hábitos que nos permitan de manera “recurrente” plantear- nos, reflexionar y actuar sobre interrogantes como “¿qué nos proponemos?, ¿por qué es un propósito que vale la pena?, ¿a quiénes servimos?, ¿cómo podemos generar valor único?, ¿cómo tenemos que cambiar para generar ese valor?” (Senge, 2000, p. 428).