La familia y el humanismo solidario

Hace más de 50 años se publicó la Carta Encíclica Populorum Progressio, que trata sobre la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos. En ésta Pablo VI citando a Jacques Maritain, con el propósito de proponer la promoción de un humanismo pleno, y plantea la pregunta: “¿Qué quiere decir esto si no el desarrollo integral de todo hombre y de todos los hombres?”

Educar en el humanismo pleno supone hacerlo en la solidaridad, especialmente en y desde la familia. Toda educación verdadera es, ante todo familiar, puesto que se preocupa por difundir un nuevo modelo respecto al ser humano, a la vida, a la sociedad y a las relaciones con la naturaleza. Este es el paradigma de una nueva educación.

Este nuevo modelo es necesario, ya que, en consonancia con los escenarios actuales, nos encontramos ante un proceso definido como un cambio de época; no obstante, resulta paradójico que esta transformación que afecta a la sociedad globalizada se fundamente sobre la práctica de la indiferencia, del individualismo, del relativismo ético y cultural que parece apoderarse del mundo; y esto ocurre en la época en que la humanidad ha alcanzado las más grandes cuotas de desarrollo en términos técnicos, científicos y económicos.

Como dice Alejandro Llano: “A la lógica del mercado y a la lógica del Estado hay que añadir otro modo decisivo de razonar y conducirse: la lógica del don. Los medios simbólicos de intercambio no pueden quedar reducidos al dinero y al poder, porque entonces se produce una deriva entrópica, y la relación entre ambas magnitudes no funciona. Más acá del poder y del dinero, se halla la solidaridad, que es el decisivo medio de intercambio, en el que ya no rige el simplismo del doy para que me des”.

La lógica del don impele a la gratuidad que rige la mayor parte de nuestras relaciones interpersonales. Si prescindiéramos de la generosidad —aportar sin esperar algo a cambio— el mundo se pararía. “Continuar actuando y enseñando sin tener en cuenta este valor, hace que nuestro mundo entre en pérdida y no pueda evolucionar mientras no cambiemos nuestro modo de pensar, nuestro estilo de vida”.

En este contexto, la función educativa de la familia no puede ser obviada, postergada, ni mucho menos delegada. Refiriéndose a la gran familia humana, Benedicto XVI habla de…”un nuevo impulso del pensamiento para comprender mejor lo que implica ser una familia; la interacción entre los pueblos del planeta nos urge para que la integración se desarrolle bajo el signo de la solidaridad en vez del de la marginación”.

La familia es la primera y gran educadora. Es constitutivo del derecho a la educación el reconocimiento de los padres como primeros responsables de la educación de los hijos, y así lo reconocen las legislaciones de la mayoría de los países democráticos. Siendo así, la familia está llamada a ser protagonista de esa parte esencial del proceso educativo, que es formar en la solidaridad, ya que una buena educación familiar es la columna vertebral del humanismo. Conforme lo anterior, es necesario que tanto la familia como las instituciones se encarguen de humanizar la educación, esto es, transformarla en un proceso en el cual cada persona pueda desarrollar su ser personal y contribuir en el carácter comunitario de la vocación humana. Para concluir, se trata de poner a la persona en el centro de una educación que propende al humanismo solidario.

Referencias bibliográficas:

Pablo VI, 26 de marzo de 1973, Populorum Progresio, Editorial Plus Ultra, Bogotá-Colombia, pág.42

Papa Francisco, 24 de mayo del 2015, Carta Encíclica Laudato Si: Sobre el ciudadano de la casa común, España, Editorial Palabra.

Benedicto XVI, 29 de junio del 2009, Carta Encíclica Caritas In Veritage, España, Editorial Palabra. Pág.53

International Organization for Migration, World Migration Report 2015-Migrants and Cities: New Partnerships to Manage Mobility, IOM, Ginebra 2015.